sábado. 20.04.2024

España se hunde

No es la primera vez que tenemos los españoles la desgracia de estar dirigidos por un gobierno y unos políticos que no hacen otra cosa que mirarse el ombligo. Es un mal que se repite en nuestra historia

España se hunde. No precisamente porque haya llovido tanto en estas últimas semanas. Lluvia que viene bien para acabar con tanta sequía como veníamos sufriendo desde hace varios años. Algo, por otra parte, cíclico -incluso antes de hablar del cambio climático-, y que no debe pillar por sorpresa a quienes tienen la responsabilidad de mejorar nuestro entorno. A los labradores -ya quedan desgraciadamente pocos- no les sorprenden estos ciclos. A los políticos, sobre todo a los actuales en el gobierno, cuyo presidente sufre parálisis contagiosa, estos cambios climáticos parece que les sorprenden; de ahí la falta de previsiones, no sólo puntuales, en una época determinada, sino permanentes, como debiera ser un buen plan de distribución de aguas de las cuencas húmedas y lluviosas, que las hay, a las secas, que también abundan y que cada día, de seguir así las cosas, acabarán más secas, y sin remedio, convirtiendo esta hermosa península en un desierto, como he denunciado en alguno de mis artículos.

No es la primera vez que tenemos los españoles la desgracia de estar dirigidos por un gobierno y unos políticos que no hacen otra cosa que mirarse el ombligo. Es un mal que se repite en nuestra historia. Hace siglos ya lo denunciaban no sólo periodistas como Larra, que ya se sabe que los periodistas son esos metomentodo que sólo saben criticar, sino desde los mismos escaños del Congreso. Echando memoria, tenía pensado, ante la situación creada y mantenida, titular este artículo como ya lo hiciera, en el año del Desastre, el gran estadista de la derecha, Francisco Silvela, al encabezar un discurso parlamentario con el título de “España sin pulso”. Denunciaba, haciendo comparación con la actividad quirúrgica, el estado calamitoso, y comatoso, añadiría yo, de una España que no salía de sus sueños, inmersa en la ignorancia, la pobreza y la modorra producida por creerse todavía imperio, cuando a su alrededor imperaba y crecían las desigualdades, las injusticias, la pobreza y la inacción con que a esos graves problemas respondían quienes tenían la responsabilidad de subsanarlos. Francisco Silvela, de clase alta, rico e intelectual (que a veces hay alguno de esa clase que viendo las diferencias sociales, y el peligro subyacente, quiere cambiarlas), lo decía con estas palabras que bien pueden aplicarse a la situación actual, donde la calle clama de rabia y agobio, y el gobierno responde con triunfalismo estúpido:

Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso”.

“Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla”.

“El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su Poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral: primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte...”.

“... Quien preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso”.

Y terminaba: “Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el riesgo es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo, y de remedio imposible, si se acude tarde; el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación, por nosotros mismos, de nuestro destino, como pueblo europeo, y tras de la propia condenación, claro es que no se hará esperar quien en su provecho y nuestro daño la ejecute”.

Podía haber titulado estas líneas así, diciendo, como Silvela, que España está sin pulso, agonizando, al borde de la extinción. Y los políticos, hoy como ayer, siguen mirándose el ombligo, sin hacer otra cosa, esperando que pase el chaparrón. Como de chaparrones se trata por lo que ha llovido, he preferido hablar de inundación. No sólo por la lluvia, sino por las calles inundadas, no de agua sino de gentes, millares de gentes de toda condición, estado, edad y sexo, que están saliendo a la calle un día sí y otro también, reclamando que quieren vivir, gritando que les están matando... Dicho con expresión castiza: gente a la que están friendo, ya quemada, mientras unos desaprensivos miran para otro lado porque tienen “su vida y su visa” aseguradas. O eso creen. No hacen caso pensando que a ellos, privilegiados, ignorantes sin escrúpulos, no les toca, que para eso están donde están, en la cúpula de la torre de cristal. Pero hasta la cúpula llegan las inundaciones cuando estas se convierten en diluvio. Y en diluvio se van convirtiendo nuestras calles de todas y cada una de las ciudades de España. Sólo Noé se salvó de ese diluvio, porque era previsor e inteligente, y porque hizo algo para flotar sobre las aguas. Estos gobernantes, por el contrario, ni son previsores ni inteligentes, y además no hacen nada. Su ejemplo, el jefe barbudo que no dice más que sandeces, frases hechas cuando no sin sentido ni lógica, resuelto en una inacción y omisión obtusa, esperando que todo pase, y la gente se olvide o se canse. Le siguen los palmeros, sus acólitos, desde el Carapena del Hernando, que cuando habla parece darnos el pésame a todos, a la ínclita Cospedal, exultante porque le han subido el presupuesto de Defensa, cuando con ella estamos más indefensos que un pajarito en una jaula; véase lo que hizo en Castilla La Mancha en cuatro años. Menos mal que sólo fueron cuatro años de ineptitud, que si llega a estar más, acaba con la tierra de Don Quijote, y con don Quijote mismo, después de tantos siglos de vida y andanzas. Qué decir de la inmejorable Aguirre, y su charca de ranas, toda la panda de corruptos que siguen vivitos y coleando por las calles de Madrid con su mantón de manila, donde envuelven, que no devuelven, los dineros robados... Que por eso España es más pobre que antes. Y eso sin nombrar a un ciudadano como Rivera, el Veleta, que va donde el viento silba, y promete lo que el viento sopla, llevando de acá para allá frases hueras y promesas rotas. Y el resto, con el balanceo inconcluso de un PSOE que se quiere llamar la izquierda, y de izquierda no tiene ni la mano. O los emergentes, que a veces pegan unos volantazos, no muy seguros para dirigir una nave tan complicada como son las Españas, quizá porque no tengan muy claro a qué atenerse con tanto pueblo mezclado desde hace siglos. Los otros nada saben de esto, pero los nuevos, al menos por haberlo estudiado algunos de ellos, deberían tenerlo claro y plantearlo sin herir susceptibilidades, que perduran muchas al respecto en esta España una, grande y libre, que dejó Franco, guiada todavía por sus principios, que como todo el mundo sabe, fueron su finales. Y así estamos. Con  el agua al cuello. España apenas tiene pulso. Y lo que es peor, no hay por ahora ningún cirujano que pueda revivirla. Y sería fácil. (Que no se le ocurra a ningún salvapatrias, que empeorará las cosas).

Basta con mirar la calle y prestarla oídos. Se ve como la lluvia. Y como la lluvia, nos inunda. Sus pancartas, sus lemas, sus gritos, su rabia, y su inconformidad lo expresan todo. Como la lluvia, se puede desbordar, y entonces no habrá quien la detenga. El agua tiene una fuerza tremenda, arrolladora, destructiva cuando es tarde para pararla. Hay que encauzarla, si no queremos que se consuma el desastre.


*Artículo aparecido el 16 de agosto de 1898, en el diario El Tiempo de Madrid. Francisco Silvela (1843-1905), Político y académico español, ministro de Gobernación y Presidente del Consejo de Ministros.

España se hunde