viernes. 29.03.2024

¡Acabar con Galicia! Fuego y oro

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Quizás los incendios sean el primer paso para facilitar el camino del metal dorado, disculparse con el desastre del fuego, y evitar el coste que implica arrasar con pólvora y dinamita esas masas forestales. No quiero ser otra vez profeta, pero me huelo que van por ahí los tiros

No es igual arder que quemar. Como tampoco es lo mismo matar que morir. Y no es oro todo lo que reluce. Hace quince días iba para Galicia. Al acercarme a Verín ardía un monte. Al regresar, ardía otro, su humo y pavesas llegaban hasta la autopista de la Rías Baixas. He vuelto hace poco, y los montes de Galicia seguían ardiendo. Galicia la están quemando, es decir la están matando. Y con ella nos están matando a los españoles, a todos los habitantes que poblamos esta península, este planeta. Porque no sólo han muerto los que han muerto, sino familias enteras que se ven en la calle después de pasar horas y horas, que parecen siglos, presa del terror. Han perdido sus enseres, todos sus bienes, monetarios y afectivos. Se quedan sin casa, llorando impotentes. Eran pobres y se quedan más pobres, sin hogar, ni cobijo, sin huerto, sin animales, sin camión, sin taller, sin tienda, sin el cerdo de la matanza, lo único que tenían para comer todo el año. Hay quien ha perdido la vida por tratar de salvar sus pocas ovejas. Unos pobres más a añadir a los miles de pobres que aumentan cada año, cada día, en España. No les queda nada, sólo dolor, llanto, desgracia con la que vivirán para siempre, deseando morirse ya, porque no saben de qué, ni cómo van a vivir en adelante. Impotentes ante tanta desolación. No tienen seguro y los seguros no cubren lo que el fuego destruye, ni mitiga su sufrimiento. Y cuando se enteran de que tras los incendios hay mafias, sobre todo las empresas de extinción -servicio público en manos privadas que compiten alevosamente-; cuando se enteran de que pagan a pirómanos para que cometan esa deplorable acción; cuando se enteran de que las administraciones disminuyen los recursos de prevención, materiales y personales para evitar estos incendios; cuando se enteran de que echan a la calle cada año a medio millar de bomberos, y a otros agentes forestales; cuando se enteran de que llevan años sin sacar oposiciones para agentes medio ambientales, casi todos ellos, jóvenes concienciados en un tema grave, que acabaron los estudios y nunca han podido trabajar en el cometido para el que se han preparado e invertido tiempo y dinero; cuando ven que cada vez quedan menos montes comunales, que pasan a manos privadas y se cuidan menos; cuando se percatan de que estos gobernantes en lugar de sostener el medio ambiente, lo deterioran con leyes absurdas y negligencia supina; cuando se enteran de que pueden recalificar esos terrenos para construir chalés; cuando se enteran de que disminuyen los presupuestos dedicados a mantener el ambiente rural, mientras suben cada año un 36 % para dedicarlo a armamento (el desfile militar de este año costó, además de una vida, cerca de 2 millones de euros, un millón por hora), armas que también destruyen bosques y vidas; cuando se enteran de que se habla constantemente del problema de Cataluña, y no de los graves problemas de Galicia, del vecino Portugal que sufre otra plaga parecida (y de España entera), y sus constantes incendios -la mayor reserva forestal de Europa-, cuando se enteran de todo eso y más, como que unos pocos sacan sus buenas tajadas cuando a ellos no les queda bocado que llevarse a la boca, y ven que se quedan sin nada, sin hogar, sin familia, sin tierra, sin lluvia, y sin animales, les entran ganas de morirse o de matar. Pero no. Siguen luchando contra el fuego y la desidia, resignados, apretando el pecho con el dolor que les explota como una bomba, y no aciertan sino a implorar que alguien haga algo. Que así no se puede seguir. Que quien tiene poder para hacerlo lo haga, y no desvíe ni dineros ni atenciones.

Los bosques son nuestro sustento, el de los gallegos, el de los españoles, y los portugueses, y el de toda la humanidad, No podemos seguir tan ciegos, ni ser tan torpes dando valor e importancia a cosas que no la tienen, que ya está bien de marear tanto la perdiz: secesiones, referendos, estatutos, urbanismo de lujo, supermercados, autopistas, trenes de lujo para unos pocos, juegos de la bolsa de dinero y bolsas de basura, minas de feldespato y de oro... ¡Hay que parar tanta contaminación! Ambiental y personal. Dar valor a lo que realmente tiene valor. Es de necios, confundir valor y precio, dijo Machado, y tiene toda la razón.

Cuando ven y experimentan en sus carnes y sus vidas que aquello que deben hacer, no lo hacen los tarados que nos gobiernan, porque hay que ser muy tarado para dar tantas vueltas a independencia sí pero no, a la respuesta sí pero no, a la reforma constitucional sí pero no, a aplicar medidas que son pero no debieran ser, a corruptos encarcelados sí pero no, a jueces que juzgan sí pero no, a fiscales que fiscalizan sí pero no, al empleo que aumenta sí pero no, y a tantas cosas menos importantes que cuidar la casa que habitamos, les entran a las víctimas los demonios, y se muestran dispuestos a lo que sea, incluso a matar, conscientes de que quien a hierro mata, a hierro ha de morir. A ellos, a los gallegos, portugueses, españoles, les están matando y enterrándolos entre cenizas y troncos calcinados y retorcidos. ¡Basta! No, un rotundo no a políticas que se preocupan de promocionar empresas y trabajos estúpidos, que se preocupan de llenar sus bolsillos con el sudor ajeno, que se guían por intereses empresariales en lugar del bien común, que manipulan cifras, estadísticas, y mentes con sus poderosos púlpitos. Deben irse y ser juzgados por tanta muerte, desolación, por sembrar la miseria. Deben ser apartados no sólo de la política, sino de la sociedad. Deben ir a la cárcel por criminales, por no cumplir con su trabajo y aprovecharse del puesto que les hemos asignado los ciudadanos. Sobran. Esos políticos, de los que está lleno el Parlamento y el Senado, y otros Parlamentos y otros cargos inútiles, deben desaparecer. Son un cáncer, hay que sajarlos para que no pudran más la sociedad.

Por su culpa, por su mala gestión, muchos españoles se quedan inmóviles ante tanta pena; impotentes ante el avance del fuego aterrador, y se consuelan pensando que es el cambio climático, que ya no llueve como antes llovía en Galicia. Que queda mucha hojarasca, mucha rama seca, mucha paja dispuesta a arder. Pero no es verdad. Esa no es la principal causa. Ni la sequía que cada cierto tiempo se muestra pertinaz, y se sabe por experiencia de años, de siglos. Si hubiera una verdadera preocupación ambiental por los responsables que la dirigen, no habría tanta ruina. Hasta el medio ambiente mejoraría. Pero les trae sin cuidado. No saben qué hacer, o no quieren hacer lo que deben hacer, y hacen lo contrario porque les acarrea un beneficio próximo y fácil.   

Orvalla menos, dicen los viejos. Ya no llueve como antes; antes se podía tirar una semana seguida sin ver el sol, lloviendo, orvallando, y ahora llueve un día, y luego hay una semana o dos con sol... En Galicia antes no pasaba eso. Es el cambio, porque falta verde, cada año hay menos “fraga”; el bosque se va perdiendo, y con él, la vida.

¡FUEGO Y ORO!

Que nuestros gobiernos se metan en la mente, si es que no piensan con el culo, que si hay algo importante en esta tierra son las plantas, los árboles, incluso más que las personas. Desgraciadamente, tenemos unos políticos tan tarados que, aun dándose cuenta de ese problema -porque pueden ser tarados pero no ciegos- promulgan leyes que perjudican el medio ambiente, del que dependemos todos, también ellos, sentados en sus lujosos despachos, hablando por teléfono con los grandes empresarios que les dictan lo que tienen que hacer, desde constructores a empresas de extinción de incendios y conservación del bosque, cada vez menos cuidado, alegando que no tienen recursos económicos suficientes, una falacia para generar mayor riquezas en menor tiempo, y echan mano de la mano de obra para cortar por lo sano y ahorrarse jornales, despidiendo a trabajadores... Hasta la misma administración se ha contagiado de este proceder de despedir personal en detrimento de la conservación de nuestras zonas forestales. Han despedido el mes pasado a 437 bomberos... Con los ahorros de esas nóminas, según un amigo mío, hay dinero para pagar a 50 ó 100 pirómanos que harán millonarios a unos poquitos obedeciendo sus órdenes, que luego pasarán a los despachos de turno, recalificando suelo y vendiendo madera. Mi padre, que sabía mucho de maderas y de calidades de los bosques, sobre todo de pinos, y maderas importadas de Suecia y Noruega, decía que cuando la madera bajaba de precio, el recurso era quemar bosques para que subiera. Y no se equivocaba. Si a eso añadimos la construcción y las urbanizaciones de lujo que se montan luego en esas laderas, tenemos el coctel preparado para el boom inmobiliario y el disfrute de unos pocos. De seguir así, talando y quemando bosques, no podrán disfrutar sus hijos, ni los hijos de nadie.

Parece que los españoles tenemos la fea costumbre de poner a los más tarados en el gobierno, y si no, véase la lista. Gentuza que no ve más allá de sus narices, ni piensa en el futuro, solamente en el presente, mayor ganancia en menor tiempo. Y si no los ponemos, se las aplican para adueñarse del poder, ejemplos tenemos. No sólo eso,  en esta, dícese democracia, a veces hasta ese poder se hereda, lo deja el primero y pasa del primero al segundo, hay más ejemplos. Todos ellos, parecen gritar desde sus despachos ¡acabar con Galicia! ¡Acabar con España! Pobres ardillas que no tendrán ramas donde moverse. Y lo que es peor, ni ramas, ni agua donde beber, ni prados donde reposar. Porque al fuego en Galicia (y en otros lugares) se añade ahora otra barbaridad, que venimos denunciando desde hace tiempo: las minas a cielo abierto. Algún listillo ha descubierto oro en el país gallego, y ha convencido a la Consejería de Medio Ambiente de la Xunta, que le ha concedido el permiso de explotación; si Dios no lo remedia (porque las administraciones creo que no lo van a remediar) empezará en un futuro próximo en el pueblo de Corcoesto (A Coruña). Una empresa megaminera extranjera removerá toneladas de tierra fructífera y vegetación sana. Habrá explosiones cerca de reservas de la biosfera, que contaminarán acuíferos, ríos y montes dejando casi 20 millones de toneladas de desechos venenosos y charcas de agua emponzoñada que durante años, quizá siglos, seguirá contaminando, envenenando y enfermando a plantas, animales y personas. Y todo por un volquete de oro... ¡¿Pero esto qué es!? ¿Tan tarados somos?

Quizás los incendios sean el primer paso para facilitar el camino del metal dorado, disculparse con el desastre del fuego, y evitar el coste que implica arrasar con pólvora y dinamita esas masas forestales. No quiero ser otra vez profeta, pero me huelo que van por ahí los tiros. Y los incendios. La madera y los chalés son poca cosa al lado de los kilos de oro que se prevé podrán extraer, y que irán fuera, lejos de Galicia. A cambio, quedará el rastro mortífero de toneladas de tierra removida que dejan luego el campo yermo, el agua y los acuíferos contaminados, los escombros esparcidos o amontonados en nuevas escombreras improductivas, y la gente de nuevo sin trabajo, sin comida, sin huerto, sin animales, y sin futuro. Lloverá menos. Y aumentará la pobreza. No sólo en Galicia, sino en toda España.

Hay que parar los incendios. Parar las minas. Parar a esta gente sin alma que nos dirige y nos aboca al abismo. La taradez no es apta para gobernar. Ni para elegir a nuestros representantes.

¡Acabar con Galicia! Fuego y oro