jueves. 28.03.2024

Los tiempos están cambiando

“Reuníos a mi alrededor gentes, por donde quiera que vaguéis y admitid que las aguas de vuestro alrededor han crecido; aceptad que pronto estaréis calados hasta los huesos; mejor es que empecéis a nadar, u os hundiréis como una piedra, porque los tiempos están cambiando”. Así comienza una de las mejores canciones de uno de los mejores cantautores de todos los tiempos, Bob Dylan. Corría el año 1964 cuando se dio a conocer, en plena efervescencia hyppi. Parecía entonces que los tiempos iban a cambiar, y que el lema haz el amor y no la guerra triunfaría, pero el amor brillaba por su ausencia, y hacerlo, más que pecado, era un milagro, sobre todo en algunos países como el nuestro, bajo la bota de un militar que mantenía el país como su cuartel bajo la advocación del nacionalcatolicismo. Por el contrario, brillaba con destellos de muerte y desolación la guerra con inmensas selvas quemadas, pueblos arrasados y gentes aniquiladas. Y todo en nombre de la libertad y la democracia. Y así seguimos. Claro que las ideas –amor libre, liberalismo, marxismo, comunismo, capitalismo, fascismo- despuntan en un determinado tiempo, pero se ponen en práctica o florecen años después, a veces, siglos. Para bien y para mal, hasta pasada una época esas ideas no dan su fruto, bueno o malo. Quizá es preciso que haya pasado medio siglo para que en España y parte de Europa, los tiempos, como pregonó Dylan, estén, por fin,  cambiando. Lo está pidiendo la misma sociedad que se creía opulenta, y se encuentra con que cada vez es más pobre, incluso en aquellos continentes marcados desde tiempos remotos por la miseria y el subdesarrollo, como sucede en Latinoamérica y en Asia, donde con esto del desarrollo para la minoría minoritaria, y la crisis para la inmensa mayoría, en estos últimos diez años han crecido las familias ricas un 40 por ciento a costa de que más de un 90 por ciento están siendo más pobres. Lo mismo sucede en España donde las fortunas, sobre todo de políticos y advenedizos, véase banqueros y emporios empresariales, han aumentado un 10 por ciento en esta década. Mientras, la escasez económica se ha disparado un 80 por ciento, llegando a estar una tercera parte de la población española en la más absoluta pobreza y exclusión social. Y la causa no es otra que el sistema de conjunción y connivencia entre política y economía, es decir, entre políticos y bancos.

Pero se dibujan nuevos aires en el horizonte español, donde se pone el sol y nace un nuevo día, una nueva forma de ver la política gracias a una juventud que hasta ahora se declaraba pasota, y que desde aquel inusitado 15-M ha visto que la política es una cuestión de todos, no sólo de los profesionales que la usan en provecho propio como una empresa más, sino del ciudadano, consciente de recuperar su papel no sólo el día de las votaciones, sino siempre y cuando los votados no cumplan con la misión encomendada, que no es otra sino el administrar los bienes de los votantes para mantenerlos y progresar en ellos, no para retroceder porque los que debieran hacerlo se mueven por dictados ajenos a los intereses y problemas sociales. Entonces hay que botarlos. “No nos representan”, como se gritaba en las plazas esa primavera. Ha nacido una nueva concepción de la política, esa que nunca se debió olvidar, el servicio al bien común.

SABER PERDER

Esta nueva etapa en la gestión política ha tenido sus gestos, positivos por un lado y negativos por otro. Vayamos a los positivos que pueden resumirse en uno muy significativo por ambas partes, la entrega del bastón de mando. A unos les quemaba al entregarlo a su relevo, mientras éste lo rechazaba para indicar que empezaba una nueva manera de ejercer el cargo, no precisamente con el palo y tente tieso, sino con el diálogo, la convivencia y el pacto con todos los sectores. No necesitan estas nuevas caras y comportamientos esa vara para medir, de la que han venido echando mano según su conveniencia los señores del PP, aplicándola según el lema de sus pasados decimonónicos, “al amigo el favor, al enemigo la ley”. Y cuando la ley puede recaer sobre quien debe aplicarla, se tergiversa o se adapta a la conveniencia del cargo según su importancia y personalidad.

No cabe duda de que a los dirigentes del partido, hasta ahora en el mangoneo del poder, haber tenido que dejarlo, les ha sentado muy mal. No son ni siquiera buenos deportistas, no tanto porque sean gordos, feos, y no sepan ni hablar correctamente, ni correr con donaire, aunque hagan futin o jueguen al pádel, al tenis o al trinque, lo mejor que se les da. Es de buenos deportistas saber ganar, y también saber perder. Eso les falta, deportividad. No aceptan la derrota al echar mano a chanchullos de corte y confección, como antaño con el famoso e ignominioso tamayazo. Se ha visto en sus gestos, en sus caras, en sus conspiraciones, en sus declaraciones y en sus campañas mediáticas a través de esas televisiones de TeDeTesto, donde no dan otro argumento que la alarma ante el desastre que se cierne sobre esta piel de toro, que vamos a acabar todos sin yerba que llevarnos a la boca. Como si el desastre no hubiera caído ya, provocado por ellos en connivencia, repito, con banqueros y empresarios, un terremoto asolador sobre esta resignada sociedad  a la que para levantarla y que recupere su dignidad, habrá que hacer milagros.

Y surgen gritos y exclamaciones de asombro con titulares en portada echando mano de un viejo tema, del que, por no saber, no saben ni escribirlo, pues les falta la necesaria interjección, jugando con un apellido cuyas connotaciones quieren poner de manifiesto en un afán provocador. No se han enterado de que los tiempos están cambiando, por echar mano, igual que ellos, de otra canción acorde con los aires que corren. Claro que si por esa “casta” –perdón por usar este término que no me gusta, pero se entiende- hubiera sido, Dylan estaría prohibido, cuando no muerto, como Víctor Jara, y otros que cantaban pero no bailaban al son marcado por el palo (bastón), y tente tieso.

Es que, argumentarán, los que ahora están arriba, también son corruptos, faltándoles añadir eso del “y tú más”, buscando como andan, la quinta pata al gato.  

Sigamos con la canción de los tiempos.

“Vamos, escritores y críticos que profetizáis con vuestras plumas, mantened los ojos abiertos, pues la oportunidad no se repetirá… Vamos, senadores y congresistas,  prestad por favor atención a la llamada, no se queden en la puerta y no bloqueen la entada. Hay una batalla ahí fuera y es atroz….

Son, nada más y nada menos, que las huestes del pueblo aclamando al unísono a sus nuevos regidores que no quieren regir sino administrar. Puede que ante tanto ataque de las viejas glorias entelarañadas no se lo permitan, y traten de desviar la atención sacando errores, que no corrupciones, de tiempos pasados, o sea peccata minuta al lado de los pecados mortales que llevan directamente al infierno. Y si esperamos que dimitan, estamos listos, y menos todavía que devuelvan esos dineros que llevaron a la cueva de Alí-Ba-Suiza. Y lo peor es que no solamente han robado bienes públicos, sino que han arruinado a la gente llevándola incluso al suicidio, y siguen pregonando que con ellos España va bien. Desde luego. Va bien jodida.

Me gustaría acabar como empecé, con la canción, proclamada como una de las 500 mejores canciones de todos los tiempos, aunque luego su autor, la entregara a un banco de Canadá para su publicidad. ¡Qué tiempos! “Vuestro viejo camino está envejeciendo rápidamente… los tiempos están cambiando”.

A ver si se enteran. Y que no vengan con ¡Ay, Carmela! No provoquen más. Acepten el relevo con deportividad.

Los tiempos están cambiando