miércoles. 24.04.2024

El Nobel, Dylan, Baroja y Trump

No he podido resistirme. En un mes acabará este año 2016. Dos acontecimientos han levantado la polémica en estas últimas fechas. Comentarios de todo tipo han recorrido las redacciones informáticas y papeleras. Y todo por dos tonterías que han dado lugar a pensamientos sesudos sobre si “sí” o “no”, para acabar en la “abstención”. El mareo de la perdiz. Nos hemos pasado tiempo deshojando la margarita, sí-no, sí-no... como si los que producimos algo, no tuviéramos otra cosa que hacer, al contrario de los políticos, que por lo visto, no tenían otra cosa que hacer durante todo este año. Y todo, para que todo siga igual. Porca miseria!

   Mejor sería decir, como nuestro genial dramaturgo, Miguel Mihura: ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Y en lo contrario entraría la concesión del premio Nobel a un cantante americano, que, para más señas, es judío. También lo es Leonard Cohen, que falleció hace una semana, y nadie se ha acordado de él, salvo España, que el año 2011 le concedió, tan prestigioso o más, el Premio Príncipe de Asturias, bien merecido, y mejor agradecido, al recordar en su discurso que le enseñó a tocar la guitarra un exiliado español en un parque al lado de su casa. A Cohen no le han dado el Nobel, y quizá lo mereciera más que Bob Dylan, cuya vida y compromiso nada tiene  que ver con sus canciones, vendido al mejor postor, e insociable donde los haya. Y conste que aprecio mucho sus letras y sus recitados. ¿Y su denuncia? Dice una cosa y luego hace otra, como otros premios nobel que desligan su vida de su obra, olvidando que sólo se consigue una auténtica obra de arte cuando vida y obra van unidos. En toda labor artística deben ir ligadas vida y obra, es el caso y la enseñanza de nuestro gran Cervantes. O de nuestros poetas, a los que la guitarra y la voz de Paco Ibáñez (este domingo cumplió 82 años), nos ha mostrado durante sesenta años sus eternos y actuales poemas. Nadie se acuerda de este cantautor, ni antes, prohibido, ni ahora, olvidado. Siempre fiel a su compromiso social. Puestos a hablar de premios, se lo merece. Paco Ibáñez acercó la poesía al pueblo, ese “arma cargada de futuro” y eternamente crítica con el presente. Y sigue en el escenario.

   ¿Dylan tiene merecido el Nobel? El Nobel de Literatura se supone que se ha establecido para premiar obras literarias, teatro, poesía, prosa... Por mucho que una canción parezca poesía. Distinto es que la poesía se convierta en canción, como hizo Paco Ibáñez.. ¿Lo sabrá también Dylan? ¿O sigue “protestando”, sin palabras y con  gestos, porque queda bien? No irá a recogerlo, pero acepta el dinero. ¡Puro judío! Ya puestos en nobel y sus “nobiliarios”, que instituyan uno específico para artistas y músicos en general, que la música es una de las artes más sublimes y unificadoras del mundo, arte poco reconocido pese a formar parte indisoluble de la naturaleza, de nuestra vida, de nuestra cultura. Provoca y despierta emociones y sentimientos. La música es el único lenguaje universal. Nos une, y como la poesía, eleva nuestra condición humana. Quizá Dylan sea consciente de que el Nobel se ha ido degradando cada año con concesiones en las que prima la política sobre el arte. Lo advirtió Baroja, don Pío Baroja, más leído y conocido fuera de nuestras fronteras que en esta tierra, su tierra, donde está más olvidado que el “La, la la” y la Massiel, que también ganaron premios, no sé si por su música o por su letra.

   Así somos. No reconocemos nuestros valores, los apartamos y los enterramos. El pasado 30 de octubre, se cumplieron 60 años del fallecimiento en Madrid del mejor novelista del siglo XX.  Salvo pequeños homenajes en el País Vasco, nadie se ha acordado de él, ni ha habido mención alguna en ningún periódico. Claro que en vida, famoso ya en el mundo entero, tampoco los nobiliarios de la ínclita Academia sueca se acordaron de él para concederle el Nobel. Quizá no hubiera ido a recogerlo a sabiendas de cómo y a quién se lo concedían. En cierta ocasión, al inicio de los 70, el periodista y “mejor biógrafo de don Pío”, y amigo suyo por otra parte -de los pocos que tuvo Baroja-, Miguel Pérez Ferrero, más conocido como Donald, me comentó que después de la visita que le hizo el recién premiado escritor y periodista norteamericano, Ernest Hemingway, en su casa de Vera del Bidasoa/Itzea, don Pío declaró que se sentía orgulloso de que no le hubieran dado el Nobel. Pero eso es una cosa, y otra que su país le haya olvidado, siendo como es uno de los mejores novelistas, después de Cervantes. Sus personajes, su acción, su estilo ágil y descriptivo, sigue de actualidad en estos años de crisis, con más exactitud que nunca: Baroja pinta como nadie la marginación social, “la búsqueda de la vida” por seres inocentes, desplazados y castigados por la realidad de la opulencia, los barrios bajos de la ciudad, ajenos a la gran política, la juventud sin futuro, el hambre, los comedores sociales, la miseria, las corrientes ideológicas y políticas mal entendidas, la verborrea parlamentaria, la violencia, la ignorancia... Quizá por eso no interesa su recuerdo, ni volver a su obra. Golpea nuestras conciencias. “La estupidez y la ignorancia me enervan”, afirmaba a menudo. “Los personajes de psicología más clara y mejor determinada son los inconscientes y los locos. Los héroes modernos, desde don Quijote y Hamlet hasta Raskolnikof, son inspirados y locos. Toda la gran literatura moderna está hecha a base de perturbaciones mentales”... (De su Prólogo a La Nave de los Locos).

   Probablemente, si viviera hoy, añadiría que también la política está en manos de perturbados mentales. El ejemplo más claro lo tenemos en el nuevo héroe de nuestro tiempo, elegido como presidente de la nación más poderosa y quizá más estúpida, el esperpéntico Donald Trump. Por desgracia, su locura nada tiene que ver con la de Don Quijote. Donde éste veía gigantes en lugar de molinos, Trump ve jarrones y floreros en mujeres inmigrantes, que usa, rompe y tira. Don Quijote liberaba presos y desfacía entuertos. Trump esclaviza negros, contrata ilegales, y promete levantar muros de vergüenza e ignominia como después de la Segunda Guerra Mundial... Y quizá nos lleve a la Tercera, si persiste en su locura. ¡Por favor! Que le den, por anticipado, el Nobel de la Paz. Así puede que le entre en la cabeza esta idea. Si es que tiene cabeza, y no sólo flequillo.

El Nobel, Dylan, Baroja y Trump