miércoles. 17.04.2024

¡Niños a tomar por..!

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¡Ya está bien! Ya está bien de hablar de lo que apenas nos interesa. Ya está bien de hablar de los políticos, de sus palabras y no de sus obras. Sabemos de sobra que palabras tienen muchas, la mayoría, malsonantes. Les ponemos los periodistas una alcachofa delante de sus morros y no paran de hablar diciendo sandeces, si les interesa en ese momento, pues salir en la tele atrae votos, o por quedar bien con declaraciones sobre bueyes perdidos, y discursos hueros... Pongo como ejemplo, la iluminación navideña, como si esto no fuera a aumentar la contaminación lumínica, en Vigo, en  Madrid, en Sevilla, y en la ciudad que los parió -me salió el cabreo-. Y es que tanta verborrea ya cabrea. Pero no estoy en tal estado por las luces que, pese a la contaminación, no debieran ser para ponerse así, tratándose de unas jornadas en las que la sociedad de consumo se consume sin caer en la cuenta de su ceguera, celebrando de manera tóxica y equivocada unas fiestas, que algunos califican de especiales y familiares, y otros de “auténtico coñazo”, que de todo hay en el portal del señor.

¡Ya está bien! Repito. Y hago constancia de un cabreo ante la impotencia que un periodista, como todo ciudadano de a pie, siente cuando encuentra a dos pequeños durmiendo fuera de su casa. O cuando otro observa a nuestros políticos escupiendo fuera del tiesto, con  insultos, discursos copiados de un año a otro, promesas alejadas de los problemas cotidianos, y una inacción constante que tratan de suplir con obras sin contenido, o con cadáveres, o con procés y procesiones de banderas y banderolas, y otras mandangas que ni mejoran la convivencia, ni resuelven nada. Al contrario, empeoran las cosas, las domésticas, y las de la alta política, sin hacer lo que deben hacer, ante el desastre que está invadiendo a la sociedad. Están arriba, en sus torres de marfil, con sus sueldazos y prebendas, mientras el 36 % de España ronda la pobreza absoluta (en los jóvenes cerca del 88%); con sus másteres falsificados, mientras otros alumnos tienen que gastarse codos, economías y vida para sacar adelante, cada año con mayores dificultades, unos estudios, que  favorecerán en el futuro al país que les vio nacer, donde invirtieron tiempo y dinero para acabar cada curso. O peor, favorecer afuera del país que les vio nacer porque otro, más listo, les da vida y cobijo, y encima les promociona para que desarrollen sus conocimientos y su investigación en pro de la humanidad, aportando gloria y prestigio al país ajeno. Qué se va a esperar de unos políticos que tienen olvidada a la juventud, la estudiantil y la obrera, de cuyas intuiciones y entrega también puede presumir si les dieran oportunidad. Si olvida la juventud, su futuro próximo, cómo va a recordar su pasado, los mayores que han dado su vida contra viento y marea, y que sobreviven para ayudar a los que empiezan a caminar por la vida y vencer sus inconvenientes. Y cómo van a interesarse por el trabajo oscuro de las amas de casa y de las madres... De las solteras y de las casadas, de todas esas mujeres (algunas madres solas), que trabajan sin salario, a lo más, y después de innumerables papeleos, la limosna miserable de 200 euros, o la ayuda, también miserable, de 420 euros/mes... dedicadas a unas azanas, y hazañas, para sacar adelante a sus hijos. Y todos sabemos el trabajo que dan los niños. Como dice mi nieto, con su sabiduría deductiva de sus casi cinco años, ante la larga espera del próximo hermano: “Lo que tarda en venir... Debe ser difícil construir (sic) un niño”.

Y lo es. Difícil, lo dice mi nieto y J. J. Rousseau, para que luego no se les tenga en cuenta, y en contraposición a la protección de los padres, entre a formar parte, la desprotección de las administraciones, a las que pagamos para que estas cosas no ocurran. Y qué decir de la avaricia de bancos y otros mangantes inmobiliarios dispuestos a echar a la puta calle a familias con hijos pequeños, como la de Móstoles, ante cuyos niños se conmovió el reportero. Y que lo haga una administración, es verdadera infamia. Según mis datos, ocupaban una Vivienda Social de la Comunidad de Madrid. En Madrid, y en el Ferrol, con dos hijas... y así casos hasta llegar al suicidio, como viene sucediendo desde hace diez años. Según las estadísticas consultadas en España hay cuatro (4) desahucios por hora, por no poder pagar el alquiler, o por la dichosa hipoteca. El año pasado hubo alrededor de 35.700. La cifra no subió gracias a acciones de asociaciones que se opusieron. La gente se queda sin casa. Algo ilegal. Nuestra Constitución, que se supone ley de leyes, de obligado cumplimiento, en su artículo 47 establece: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias...

Más claro, imposible. Y he aquí la contradicción a la que deben hacer frente los susodichos poderes: en España, no en Siberia, hay unos dos millones trescientas mil viviendas vacías... 2.300.000, por si no queda claro. Y eso, sin contar los pueblos también vacíos y abandonados, junto a sus campos de cultivo... Otro tema a solucionar de esta España calificada en un libro, con acierto, como “vacía”. Zonas de nuestro país con menor densidad de población que Siberia, recién nombrada. Que no todo es Madrid, y el Hemiciclo convertido en hemicirco.

La infamia del desahucio

Si en algún momento atrás disminuyeron un 6%, actualmente los desahucios vuelven a aumentar por la desmesurada subida de alquileres, a los que no pueden hacer frente muchas familias, y menos todavía matrimonios jóvenes con empleos precarios, o por las hipotecas, la más sutil y agobiante esclavitud actual. ¡Ah! Los bancos, la usura que han promocionado gobiernos como el español, regalándoles 82.000 millones de euros, por esa falacia del rescate del sistema monetario capitalista, absurdo y salvajemente capitalista. Un sistema que no necesita un rescate, y menos fruto del trabajo de la sociedad, sino su desaparición, por ser el culpable de la situación calamitosa y comatosa que vive la sociedad europea, y peor aún, casi en agonía, la española.

Cuando un niño tiene que dormir fuera de su casa, o se encuentra sin su hogar, en la calle, es que la sociedad ha perdido su grado de humanidad, no es civilizada, ni de hecho ni de derecho. Es una sociedad enferma, y ese es su principal, síntoma. Los niños. Solo una guerra es equiparable a esta situación. 

Quién no se conmueve cuando ve a familias enteras con sus enseres abandonar el hogar que han construido, mimado y habitado durante años, y de la noche a la mañana, o en plena noche de invierno, verse en la calle, en la puta calle... Tragedia equiparable a la muerte. Familias entre lágrimas de desesperación, con sus enseres a cuestas, y lo que es peor, con su niños, muchos pequeños de 3 y 5 años, como los que encontró el otro día el colega periodista en Móstoles. Según me han contado, era en directo el reportaje, y no pudo contener el llanto al ver durmiendo a dos  pequeños, agotados de cansancio, en un lugar extraño, porque les había echado de casa la Comunidad de Madrid, la del motor del progreso... Y además, escaparate de la infamia. No vi el reportaje -veo la tele apagada para no gastar-, pero me lo han contado y lo he leído en las noticias. No me extraña que el periodista llorara... La impotencia del ciudadano que se ve impotente ante hechos como éste. Hechos que se repiten a diario. Que aunque no se siga hablando, siguen en aumento.

Qué cojones -con perdón- nos importa el cadáver de un viejo, si nos da igual lo que suceda a niños arrojados de mala manera fuera del hogar. Qué cojones -de nuevo, perdón, ustedes sabrán entenderme- nos importa que se iluminen con un millón de bombillas las calles de nuestras ciudades por estas fechas, si consentimos que viejos, y familias pasen frío por no gastar luz, y se suiciden porque quienes debieran hacerlo por incumplir las leyes, se dedican a insultarse... De ellos he aprendido malas palabras. Por ello, pido perdón. Por las palabras que digo, y porque no tengo palabras para expresar el cabreo y la impotencia que me produce, como a mi colega, ver tanta miseria en uno de los países más ricos del mundo. Y tanta infamia, resultado de un sistema que valora más el dinero, que la vida. ¡Qué pena!         

¡Niños a tomar por..!