viernes. 29.03.2024

Mirlos muertos

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Esta contaminación altera la vida. Quizá no sepan, quienes toman esta medida inútil y absurda de alumbrar toda la noche, que el día y la noche tienen sus ciclos naturales, que guían el comportamiento vital, al que corresponden determinadas especies de animales

A mucha gente importante, científicos y dirigentes, incluido el Papa, se le llena la boca hablando de la contaminación, y advirtiendo del peligro, que de seguir así, contaminando a diario, acabaría el hombre con la vida del Planeta. La verdad, a mí no me importaría, si el hombre acabara únicamente él con su especie. Me preocupan mucho más otras especies que sin comerlo ni beberlo, o precisamente por comerlo y beberlo, encuentran la muerte en lo mejor de su vida, en su juventud, sin haber llegado a crecer lo suficiente o a multiplicarse, que para eso nos puso Dios en la Tierra, precisamente con ese mandato, “creced y multiplicaos”. Porque si el humano es tan imbécil como para seguir sin corregir esta acelerada marcha contaminante, allá él. Mejor, que su existencia se acabe y deje tranquila la naturaleza, que es ella la que manda. Sin el humano no existiría la contaminación tal como hoy se extiende. Y todavía más el urbanita, el personaje más avanzado, se supone, en la escala social. Cuando es todo lo contrario, el urbanita es el culpable en mayor grado de la degradación del medio ambiente. Y lo peor es que no lo sabe o no se da cuenta. Vive ciego, sumido en la monotonía de la técnica, del horario laboral, y del horario de la diversión que, junto a lo que llama cultura, le llega y le imponen de afuera, sin darse cuenta -quizá sí, y es más grave aún- de qué contamina, y con qué le contaminan. Es tan esclavo del tiempo y de su propia esclavitud, que no sabe que la naturaleza tiene sus ciclos, que nunca son igual, como tampoco lo es su luz, sus cambios, y su dominio. 

A casi nadie, con un mínimo de inteligencia, escapan las causas de la contaminación. Quizá a dirigentes poderosos, como el estúpido presidente de los EE UU, y a muchos otros correligionarios de semejante nivel intelectual y sensitivo, les pille de sorpresa cuando los científicos auguran los desastres de este mal camino. Un mundo dirigido por estúpidos, ahí y en otras naciones, donde pocos se salvan, como en España, cuyo presidente, M punto Rajoy como hiciera su antecesor del mismo partido en el cargo, alias Aznar, no se ha enterado del cambio climático. Su estulticia llega al grado sumo de negarla. Por eso, unos y otros, estúpidos menores y mayores, no aplican políticas y medidas efectivas, las más importantes, junto a las sociales, para frenar esta marcha acelerada hacia el abismo. Y son estúpidos, porque sólo un necio e ignorante, se hace daño a sí mismo. Es la calamidad de estos tiempos, que dijo Shakespeare, que los locos guíen a los ciegos. 

Pues no señor. Yo no me resigno. Y voy a lo que voy, la razón del título de esta reflexión, que espero hagan otros muchos según su sensibilidad y circunstancia. Como espero también que este artículo adquiera tanta o más repercusión que el anterior (sobre el que volveré en la próxima semana, pues me siguen llegando multitud de comentarios, unos en contra, y la mayoría a favor. Todos interesantes que merecen comentarios de respuesta y apoyo (sí, se titulaba “robar para gobernar, gobernar para robar”... Hablando de Shakespeare).

Sé que más de la tercera parte de España la componen habitantes de ciudades. La población rural, por desgracia, se pierde a “marchas forzadas”, dicho con toda propiedad. En la región de Madrid por ejemplo, ese porcentaje se acerca al 95 %. 

Y voy a mi experiencia. Me vine a vivir al campo hace 30 años, y si en algo ha aumentado mi conciencia, y consciencia, es en el aspecto contaminante. Y lo noto, no solamente en mi salud, sino en mi entorno. Si una ha mejorado, mi entorno ha empeorado. Lo noto cada año, en cada estación, en cada paseo que doy por los caminos de tierra. Antes poblados de perdices, mochuelos, ruiseñores, coruchaso cogujadas, etc., y hoy vacíos de animales, como el entorno, poblado por chalés adosados. Habrá quien me dirá, y con razón, que no todos pueden vivir en el campo, que es un privilegio, etc... que el trabajo es el trabajo, etc, etc.. (Habría que debatirlo, tanto la posibilidad como su privilegio. Para otra ocasión).

A lo que voy. A la contaminación. En uno de mis libros, al hablar de Madrid como principal foco contaminante -industria y tráfico- apunté dos tipos de contaminación, la que se ve, y la que no se ve. Entre ellas dos contrapuestas. Una oculta, la del amianto, y otra que luce, la del alumbrado público, que se incrementa en navidad y otras fechas festivas con el consiguiente aumento contaminante. Las dos parecen inofensivas, pero no lo son, revisten tanta gravedad como la contaminación del aire, o de las aguas. Pero todo sea por la fiesta... O por seguridad, otro argumento falaz. De poco sirven medidas como el adelanto de la hora -discutible y controvertida medida internacional- para aprovechar la luz solar, si no se acompaña de otras medidas, como por ejemplo, eliminar lámparas que alumbran hacia arriba, perdiéndose el 85 % de luz, o durante toda la noche en parajes inhabitados. Próximamente publicaré un reportaje sobre esta contaminación que se ve, no se oye, pero mata. Una contaminación tan grave que altera las condiciones de vida y los hábitatsde los animales, los más indefensos ante este fenómeno.

Vivo solo en medio del campo. Pero los chalés (burbuja inmobiliaria) empezaron a invadir este territorio cercano e influido por la capital del reino (humano). Tuve la suerte de que se paró la salvaje especulación antes de invadir mi casa. Y quedó al final una especie de urbanización aislada en la que sigo siendo su único habitante. Según decían, aquí antes no se podía vivir. Ahora, a raíz de los chalés adosados, se ha descubierto que sí, estén habitados o no. Muchísimas casas, algunas segundas viviendas por las que no se pagan impuestos -los legales, como siempre en este país, tenemos las de perder- están vacías todo el año, y sólo son habitadas parte del verano. Como está urbanizado y hay sus farolas, éstas se mantienen encendidas toda la noche -y con el cambio de horario, parte de la tarde y de la mañana-. Alumbran calles por las que no pasa nadie, ni siquiera animales. Contaminación lumínica cuya única razón, dicen, es la seguridad... Y como consecuencia, la muerte. No exagero. La he visto varias veces.

Dije que esta contaminación altera la vida. Quizá no sepan, quienes toman esta medida inútil y absurda de alumbrar toda la noche, que el día y la noche tienen sus ciclos naturales, que guían el comportamiento vital, al que corresponden determinadas especies de animales, unos adaptados para vivir de noche, y otros de día. Entre ellos, los mirlos. Un ave, más grande que el gorrión, de pluma negra, brillante, y pico amarillo, que, por cierto, se adapta a todos los ambientes y convive con los humanos, aunque sin fiarse. Quizá porque nos conoce. Me ha sucedido en estas últimas fechas. El mirlo es además muy cantarín, y trata de imitar el sonido de otros pájaros. Desde hace varios años por estas fechas, he notado que los pájaros jóvenes -que saben poco de la vida y cualquier cosa les engaña- se pasan cantando casi toda la noche, hasta que caen extenuados o llega el alba. La causa, la falta de oscuridad. La artificial luz ambiental les despista, y creyendo llegada el alba, como debe ser, se ponen a cantar. A la mañana siguiente, a la puerta de casa, en la parcela, en el camino, me he encontrado varios mirlos muertos. Jóvenes, pero muertos, antes de alcanzar la madurez. No llegaron a saber que los humanos alteramos el día y la noche. A mí tampoco me dejan dormir con su soniquete repetitivo, el único ruido (antes de vez en cuando escuchaba el mochuelo).

Lo consulté con varios amigos, un ecologista y un veterinario, y achacaron su muerte a la contaminación lumínica. Yo pensaba lo mismo, pero me quería cerciorar. Cree el animalito que es de día, canta anunciando el alba, y como ésta tarda en llegar, fallece de agotamiento, o por infarto. Esto no pasaba antes. Sucede desde que las luces de la calle, deshabitada, permanecen toda la noche encendidas. Para nadie. ¿Por seguridad? Puede que sí. Pero por seguridad de los ladrones, que ven lo que hay o no hay en cada finca, en cada casa. Y les sirve de guía. ¡Cuántas estupideces cometemos los humanos! Y las pagan los animales. Al final, tendré que hablar profundamente de la contaminación lumínica. Se ve, pero no se nota. Y es grave.    

Mirlos muertos