viernes. 19.04.2024

La ‘ley mordaza’

A partir del uno de julio entra en vigor la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como “Ley Mordaza”, con sanciones que van de los 100, a los 600.000 euros

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A partir del uno de julio entra en vigor la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como “Ley Mordaza”, con sanciones que van de los 100, a los 600.000 euros

En un lugar del centro de España donde todos los gatos son pardos, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un general bajito de los de fusil en ristre, órdenes tajantes y voz atiplada. Como era bajito y poca cosa, se ensalzaba sobre los generales haciéndose llamar “generalísimo”, amante de duelos y quebrantos, resultado de una guerra en la que liquidó, como se había propuesto, a media España. Tenía una guardia mora que le protegía de unos súbditos con comportamientos propios de vagos, maleantes, libertinos y lenguaraces, que en cualquier momento podían armar de las suyas, aunque anduvieran desarmados, que mayor peligro en un pueblo no podía imaginarse. Para evitar verlos en la calle porque personajes de tal calaña no son propios de un país que se precie, se sacó de la manga con ayuda de sus prestidigitadores una ley que se llamaba así, “ley de vagos y maleantes”, con la que convirtió su país en una nación donde no existía ese tipo de gente; todos eran silentes trabajadores, juventud obediente, buenas personas, comedidos en el habla y mudos en tacos, blasfemias y palabras malsonantes, y sólo podían juntarse para jugar al mus. Fiel a sus principios de un movimiento inmóvil quiso poner paz en tanto desaguisado anterior, anulando derechos para imponer deberes que  tuvieran derechos a los torcidos ciudadanos. Se rodeó de fieles que le aplaudían los exabruptos que lanzaba con voz fina desde balconadas o cuando se acercaba con su séquito a los pantanos, ora para inaugurarlos, ora para pescar, a sabiendas de que el pez más gordo era para el susodicho general y su implacable caña. Amante del desayuno de café con leche y documentos de condenas a quien no aplaudiera sus ocurrencias militares y se saliera del redil que cuidaban sus pastores llamados ministros, se forjó una leyenda de salvador de la patria y padre de la paz, que duró cuarenta años, con sus días, sus noches, sus torturas, sus misas y sus responsos.

Por fin, gracias a sus órdenes, pues sabía mandar como nadie ha sabido en este país idílico, reserva espiritual de occidente, y a su desinterés político, el desarrollo industrial, la cultura descafeinada, y la paz y prosperidad triunfaron en esta tierra convertida en cuartel. La emigración y el exilio, así como el turismo, se pusieron de moda, desbordando sus planes primigenios que se veían invadidos por ideas que atentaban contra la moral y las buenas costumbres. Para subsanarlos, ya que como militar no se metía en política pues tenía  asuntos más importantes que resolver que afectaban directamente a la patria, delegó en uno de sus fieles que le fue leal seguidor y aplaudidor durante toda la vida pasando de uno a otro cargo. Este pastor delegado, experto en cuestiones jurídicas, con bastón de mando y tente tieso, elaboró muchas leyes, adelantadas y respetuosas con los derechos humanos según su criterio, y entre ellas una que fue conocida como “ley Fraga”, que tal era el apellido de su infrascrito, en la que trataba de dirigir por el camino recto la prensa y la radio, en aquellos días, muy deficientes en técnica e información, pese a los valientes profesionales. Debió suceder tiempo ha, pues no existían emisoras salvo la nacional, aunque a imitación de otros países, más frívolos y dados al libertinaje, salían de cuando en cuando a la luz nuevos periódicos y revistas que se oscurecían en cuanto sacaban las patas del fardel, por voluntad de esa Ley de Prensa, que se había sacado de la manga ese señor venido, como su jefe, de la fraga. La ley tenía su buena intención, ordenar el desordenado teatro de la información, dando plena libertad, eso sí, dentro de un orden, y vigilar las informaciones que pudieran herir la sensibilidad del espectador, que no estaba lo suficientemente formado como para leer esos panfletos. Se pregonó como ley muy progresista –a sabiendas de que la mejor ley de prensa es la que no existe- que daba libertad para elegir al director y para que cada redactor escribiera lo que fuera noticia sin otra cortapisa que la veracidad, principio general de la deontología periodística. Eso parecía, pero he aquí que como los mandamientos, todos los artículos se encerraban en uno que era el dos, por el cual el gobierno tenía facultad, si así lo juzgaba, de imponer multas, sancionar a los susodichos con penas diversas, decomisar la tirada cual si fuera el peor contrabando, incluso cerrar el medio en cuestión. Ese dichoso artículo de esa ominosa ley que levantó polémicas y rechazos, marcaba la libertad de expresión. Claro que esas directrices eran resultado de un país que no contaba con los adelantos ni la democracia de la que hoy gozamos. O quizá padecemos.

A continuación, les cuento otro cuento que empezará a contarse a partir del próximo mes de julio a cuyas puertas estamos. Y alguien me dirá, “no me lo puedo de creer”. Sí, señora. Increíble, pero cierto. Hemos vuelto a las andadas. Sin militar ni generales, sino con políticos, algunos paisanos de los susodichos, y con policías que recuerdan los tiempos del cuento anterior. Si entonces esa ley era conocida por “Ley Fraga”, la de ahora se conoce como “ley mordaza”, que viene a ser como su hija, aunque no se sabe cuál sea peor. De tal palo, tal astilla.

AMORDAZADOS ESTAMOS

El pasado mes de marzo aprobó este gobierno, que cambia pero no cambia -como diría su jefe-, en aplastante mayoría, una ley encaminada a poner orden en la calle, últimamente tomada por hordas vecinales que nada bueno auguran a este establecido y representativo régimen. Se trata, como antaño, y como ha podido imaginar el perspicaz lector, de encauzar la convivencia en calles y plazas, cuya utilidad se ha tomado a la ligera tergiversando su finalidad, que es el circular de las personas, de una en una y con el carné en la boca, dejando expedito el camino a animales y cosas, bueno, las cosas con permiso de la autoridad competente. El denominativo de ley mordaza aplicado por el pueblo es todo un acierto. Ya se sabe, si antes el pueblo apenas podía abrir la boca para decir esta boca es mía,  agotadas sus fuerzas por eso del peso de la crisis, a partir del uno de julio, en que esa ley será pública y sancionadora, habrá que coserse los labios y aprender el lenguaje de signos dactilares de la mímica muda. Hoy como ayer, contra la también ominosa ley, se han levantado las protestas ciudadanas, el rechazo unánime de la oposición, las voces de diversas ONGs, incluso las advertencias por ser anticonstitucional de la Unión Europea, y organismos internacionales defensores de los Derechos Humanos, recogidos en la Declaración Universal aprobada internacionalmente en 1948, y la Convención Europea, firmada y aceptada también por España, creada en 1950, cuya finalidad es proteger esos derechos y hacer responsables a los estados en caso de vulneración de los mismos. Claro que todo eso, en un país idílico y espiritual como el nuestro, queda en agua de borrajas, ayer, con la dictadura y hoy con la democracia. Con razón definió ese franquista de Fraga, ministro de todo, a este país como lema para traer el turismo con eso de “Spain its different”, para que todo el mundo se enterara, por si acaso, es decir, “España es diferente”. Antes y ahora.

Este gobierno, heredero del cuento de hadas anterior, en su afán velador de las buenas costumbres y las calles y plazas para circular, considera, según esta ley, entre otras, como falta grave “la perturbación grave de la seguridad ciudadana que se produzca con ocasión de reuniones o manifestaciones…, la ocupación de la vía pública”, etc, etc…, y otros asuntos de semejante índole. Las sanciones oscilan entre los 100 y los 600.000 euros, que no es moco de pavo, para pensárselo dos veces, eso sí, sin abrir la boca, que entran pájaros con sus respectivas multas. Actividades públicas en calles que son, como eran en tiempos del susodicho ministro, suyas y sometidas al criterio de las Fuerzas de Seguridad, cuyas “denuncias, atestados o actas formulados por los agentes de la autoridad… constituirán base suficiente para adoptar la resolución que proceda…” 

¿No se asemeja a la ley Fraga en su artículo dos que anula todo lo bueno que pudiera tener dicha ley? Se trastoca el papel que deben desempeñar en  democracia las Fuerzas de Seguridad, pues según el artículo 3 de la Declaración de Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad”. O los artículos 13 y 19 que rezan: “Toda persona tiene derecho a circular libremente… y todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión..., de reunión y de asociación…” Se ha tergiversado la función de esos funcionarios.

Resumiendo, esta nueva ley de Seguridad Ciudadana vulnera seis de los 30 Derechos Humanos universales. Este gobierno, en su afán de ordenar y  desordenar, cortar y recortar, pretende fomentar la seguridad ciudadana vulnerando derechos fundamentales. ¿No suena a cuento? ¿No dan esa impresión cuando en el Parlamento hablan de bueyes perdidos, que no son otros que ellos mismos y sus palabrerías, e inventan leyes alejadas del interés social? Se ocupan de discutir entre ellos. Sólo se preocupan de recortar libertades y derechos, en lugar de cortar la corrupción, o la usura bancaria. Recortar los desahucios, la pobreza, las desigualdades... Esto no entra en sus planes, ni en sus presupuestos, ni en sus cambios.

Ya puestos a dictar leyes para mejorar la seguridad, que revivan de nuevo esa ley de vagos y maleantes. Aunque estoy seguro que no lo harán por lo que les afectaría a ellos mismos, a su partido y a otros políticos y empresarios, a los ladrones y evasores de capitales, en fin, a tanto maleante como ha proliferado en estos años.

 Colorín colorado, como en todo cuento, la moraleja es obvia. Si la desafección a la democracia ha crecido un 40 % en este país, debido a la crisis y a la corrupción, antes de la entrada en vigor de esta ley, y la concepción que del sistema democrático español tienen los ciudadanos roza raspando el aprobado, según un informe de este mes, a partir de julio, con  la aplicación de la ley mordaza, crecerán los desafectos al infinito. No debe extrañar que, pese a la ley, la calle sea ocupada por el pueblo clamando por sus derechos, y se haga oír incluso con la mordaza que tratan de imponerle. ¿Será un cuento la democracia? No lo es, sino que hemos retrocedido a otros tiempos donde los gatos eran “pardos”.

La ‘ley mordaza’