miércoles. 24.04.2024

La vorágine de las fiestas

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Frente a la algarabía y los alumbrados, no hay cabida para los desahucios. No se habla de ellos. Pero haberlos, haylos

He titulado este artículo con una palabra muy significativa y apropiada para el comentario propio de estas fechas. La Academia (RAE) explica la palabra “vorágine”, entre otras, con dos definiciones que retratan la actualidad a la que hago referencia. La primera, como “mezcla de sentimientos muy intensos que se manifiestan de forma desenfrenada”. La segunda, “aglomeración confusa de sucesos, de gentes o de cosas en movimiento”. En el concepto “vorágine”, englobo las diferentes respuestas que definen el comportamiento social, y la actitud de las administraciones ante la actualidad que se desata, como un remolino, estos días: fiestas, elecciones y desahucios. Tres temas de los que, cada año se habla: estos días, la navidad y su parafernalia; cada cierto tiempo, las elecciones, y a diario, desgraciadamente, los desahucios. Temas que ocupan las primeras páginas de los informativos, visuales, digitales, y en papel. Menos lugar dedican a los desahucios, por ser fechas aptas para las buenas noticias, salvo que sean muy graves, haya tiros y puñaladas, o se encuentren niños y bebés durmiendo en la calle, como hace dos milenios Jesús de Nazaret, según la tradición cristiana, cuyo cobijo fue un establo, donde nació.

Las elecciones llegan en cinco meses, pero ya arrancan los políticos su campaña exhibiendo los programas navideños, iluminación incluida, como ocasión inmejorable para aparecer triunfantes en la tele, deseando felices fiestas.       

Acostumbrado el ciudadano a tales apariciones políticas bajo palios luminosos, parece olvidar, entre tanto jolgorio, la otra realidad oscura y dolorosa, las familias que se quedan sin casa, las que no la tienen, las que luchan contra su pobreza, las que no pueden pagar la factura de la luz ni el gas, y las que viven en la miseria. Como la familia del establo. Y debía ser el recuerdo más frecuente, en su honor se conmemoran estas fiestas, que ya celebraban los romanos, asimiladas por la Iglesia, dedicadas al dios “Sol Invictus”, las Saturnales, con grandes semejanzas -regalos, comida, jolgorio- a las de hoy, perdiendo su prístina idea de solidaridad y amor.

En esta vorágine acabamos de entrar. Las ciudades españolas aparecen iluminadas sobremanera, son noticia en todos los medios y en la red. Esos palios luminosos aprovechan para su brillante aparición los políticos, cubiertos por millones de destellos, anunciando las actividades programadas por la administración que dirigen, en notorio afán de empezar con ventaja una carrera en posición privilegiada para la campaña electoral. Y así cada año. Mientras tanto, otra realidad que debiera herirnos, se quiere tapar, y se tapa: si no sale en la tele, no existe. Frente a la algarabía y los alumbrados, no hay cabida para los desahucios. No se habla de ellos. Pero haberlos, haylos. Realidad que conlleva situaciones de suma gravedad, como el suicidio y la desesperación e impotencia de millares de familias con hijos pequeños arrojadas fuera de casa, sin tener donde ir, pese a haber casi dos millones y medio de viviendas vacías en España.

Los ayuntamientos pueden ser la solución a los desahucios. (Expondré, en próximas intervenciones, el papel de la administración local buscando soluciones a problemas graves, como último y fundamental peldaño político, que debe empezar, claro, en el gobierno central). Por su cercanía al ciudadano, deben servir no sólo para plantar luces en las calles, sino también para plantar familias bajo techo cuando estén en la calle. Se hace en Europa. Por qué aquí, no. Aquí nos gusta el folclore estúpido de iluminar ciudades, copiado de otros países, y la juerga, en la que somos originales.

No estoy contra las destellantes alfombras voladoras, sino contra su desmesura en tiempos de escasez económica y energética. No ya por el gasto que implica, habiendo otras necesidades mayores, sino porque no deja de ser un aumento de la contaminación lumínica. Una contaminación de la que también apenas se habla, que perjudica el ambiente tanto como otros factores dañan el aire o las aguas. La contaminación lumínica, entre otros perjuicios, altera el ritmo de la naturaleza, cambia las costumbres de los animales y plantas, al impedir la fotosíntesis; engaña a los pájaros confundiendo la noche con el día, y en el humano produce desorientación... El “cielo negro” del que hablan los expertos, está desapareciendo en el mundo rico. Y es tan grave como el preocupante desgaste de la capa de ozono.

La vorágine de estas fechas, con el trasfondo de elecciones en cinco meses, engulle los graves errores en que está sumida una sociedad de consumo que echa la vista a otro lado cuando hay algo que no le interesa ver, como si no existiera. Una sociedad a la que quieren confundir los políticos desde sus torres de marfil con chucherías que venden como si fueran alimento. Casi todos los ayuntamientos de las grandes ciudades han subido entre un 30 y un 40 % su presupuesto para iluminar las calles. Ciudades como Vigo, cuyo alcalde encendió, a bombo y platillo, en castellano e inglés, pero no en gallego, eufórico y exultante -para otros insultante-, sus 9 millones de bombillas, sin ser capitales de provincia, gastan el doble de la capital de España, 4,5 millones de euros, frente a los 2,5 millones de Madrid, que ha instalado 7,5 millones de lucecitas pese a su triple extensión... Dicen que consumen menos que las de otros años, pero si sumamos las horas, alrededor de 400 que permanecerán encendidas, el gasto se dispara. Y eso que sufrimos crisis energética, económica, recortes, y nos dicen que es preciso ahorrar. Beneficios para las grandes empresas eléctricas, a las que sirven los políticos.

¿Qué nos importa que se iluminen con millones de bombillas las calles de nuestras ciudades, si consentimos que viejos, niños y familias enteras pasen frío por no gastar luz, y se suiciden porque quienes debieran poner remedio no lo hacen, y se dedican a darnos gato por liebre? ¿De qué sirve una Constitución y los homenajes de estos días, si no se cumplen sus mandatos, y se conculca el derecho fundamental contemplado en ella como es la vivienda?

Para que luego hablen de crisis, de ahorro energético, de falta de vivienda, y de escasez de dinero. Que me lo expliquen.

La vorágine de las fiestas