miércoles. 24.04.2024

Investiduras fallidas y delirios políticos

Desde que el año pasado, allá por diciembre, empezamos a votar los españoles, los políticos entraron en un delirio de sesiones en las que repitiendo lo mismo, asociándose en pactos memos, y demás bagatelas absurdas que no van a ninguna parte, como se ha demostrado en el “hemicirco”, querían obtener resultados imposibles, pensando, ingenuos y pretenciosos, que el orden de factores alterara el producto. Lo apunté en mi anterior artículo. Así no vamos a ninguna parte. También apunté que algunos de nuestros políticos no saben echar cuentas, destacando entre los susodichos, el antiguo registrador de la propiedad, Mariano Rajoy, que registra votos pero no apropia adhesiones, a tenor de los dos suspensos que ha tenido, incluidos los dos últimos ejercicios de investidura que podían ser de la recuperación, como el mal estudiante que lo deja todo para septiembre. Ni así. No venía con los deberes hechos, pensando, quizá, que como los demás tampoco lo habían hecho en estas largas vacaciones del 16, se la iba a colar. Y eso que en esta ocasión se presentaba ante el tribunal parlamentario con recomendaciones de antiguos poderes fácticos del histórico partido rival, juzgando que su actual líder, joven inexperto en estas lides, se iba a dejar llevar por esos “pesos pesados”, abogando si no por una alianza (que sería contra natura), al menos por la abstención, para evitar terceras elecciones y que España tuviera por fin gobierno. Quizá no sabía el candidato que el joven líder inexperto seguiría manteniendo sus oídos de mercader a voces que en su partido ni pinchan ni cortan ya, por mucho que quieran pinchar y cortar por lo sano, olvidando que el bipartidismo ya no existe para repartirse la tarta, y que el corte hay que darlo con varios cuchillos para que puedan comer todos los invitados, incluso los invitados de piedra, que, aunque minoritarios, son duros como eso, como las piedras.

Estos “pesos pesados”, con largo historial político y vaivenes ideológicos, deben ser pesados no tanto por su ética y coherencia, cuanto por los michelines en su cuerpo y la cifra de ceros a la derecha engrosando su cuenta bancaria, en mayor medida que la inteligencia, a tenor de las declaraciones que han venido soltando para favorecer un gobierno del PP. Olvidaban, o quizá lo tenían presente, que es un partido manchado por la corrupción y marcado por el desastre al que han llevado al país. Corrupción y desastre del que ellos, los pesos pesados, fueron en cierta manera partícipes y también sujetos, decepcionando a los diez millones de españoles que pusieron entonces en ellos la confianza del cambio. Parece ser que el cambio no es tanto de gobierno cuanto de peso, gorduras y bancos, puertas giratorias, privatizaciones e ideología, comenzando por la renuncia del marxismo, desde su primer momento, a la entrada en el OTAN y su imposible salida, incluso con subidas al deshecho “Azor”, el barco del dictador, dando a entender que le gustaban los yates. Bien es cierto, y justo es reconocerlo, que esos pesos pesados modernizaron un país atrasado, progresando en muchos  sentidos, desde el económico al ideológico, legal y comunicativo, información y transportes. Pero no es menos cierto que con el paso de los años, mordieron la zanahoria de la corrupción que las grandes empresas les pusieron ante las narices. Y de aquellos lodos, estas mimbres, con  las que ahora se pretende formar gobierno. Imposible. Gracias a que la voz de esos antiguos “socialistas”, convertidos hoy en “sociolistos”, con argumentos falaces, no ha sido atendida.

La postura coherente de Pedro Sánchez es digna es de aplausos (lo más destacable de estas sesiones de investidura que me recuerdan la conformidad uniforme de los antiguos franquistas) y de elogios (“a ti te lo debemos”). Aplausos y elogios por la actitud firme del joven líder, cada día más flaco (según los médicos es lo más sano) del centenario partido. Ha demostrado, haciendo oídos sordos a tantas presiones internas y externas que él está por la labor de regenerar no sólo su partido, tratando de recuperar la “S” y la “O”, sino la política, coincidiendo en muchos aspectos con otros jóvenes políticos entusiasmados y recién llegados a esas lides, que, con todo en contra, medios y finanzas, tratan de conseguir un cambio en España.

No sé si llegarán a entenderse, entre sí y con otros partidos menores, para evitar llegar a unas terceras elecciones. Si no lo hacen y hay que votar de nuevo, no pasa nada, demasiado tiempo han estado los españoles sin ejercer ese deber y derecho; puede ser una ocasión para resarcirnos de tanta carestía democrática. Votar para acabar con las taras de un gobierno cuyo presidente no sabe echar las cuentas, ni en los exámenes de fin de curso ni en septiembre. No es una metáfora. Así es. Lo voy a demostrar con una simple suma de una simple cita que he copiado al pie de la letra del discurso del actual presidente en funciones. (Si no me creen miren el acta de la sesión. Bien sé que los discursos no los hace él, como la mayoría de los políticos, sino que se los hacen, pero es a fin de  cuentas -y al principio- el personaje en cuestión quien debe revisar lo que sus colaboradores le escriben y le dicen que diga. Por lo que se ve, ni sus colaboradores saben de cuentas. Ni sumar siquiera. La primera cuenta que uno aprende cuando va a la escuela, incluso, perdón por el atrevimiento, a una escuela pública, o precisamente por ir a una escuela pública de la que ya en tiempos del franquismo, uno salía, con haber asistido un par de días a ella, sabiendo sumar y restar y las cuatro letras del abecedario. Quizá les hayan enviado a un colegio privado y las cuentas se aprendieran con jamones, dádivas, dinero, y sin el menor interés por parte del alumno, a sabiendas de que tenía resuelto el futuro, hecho a la medida por su papi). 

Pero vamos a lo que vamos, a las cuentas y datos que con tanto énfasis puso encima de la mesa de oradores el presidente en funciones de un gobierno que no funciona, en su afán por demostrar que funciona. Y mejor que así sea, por lo menos no seguiremos corriendo a mayor velocidad hacia el precipicio.

Para empezar, debe saber que el orden de factores no altera el producto, y que con los mismos bueyes de Ciudadanos aró su rival parlamentario, y los surcos le salieron torcidos. Para seguir, debe saber que números y datos se pueden manipular, manejar y maquillar de tal manera que resulten y demuestren lo que uno quiere demostrar. Pero hasta para eso hay que ser sagaz, e indagar y descubrir cualquier gazapo que le manche la cuenta. Y voy al discurso repleto de tópicos, verborrea, y relación de cifras en las que tanto se explayó el frustrado candidato, junto a las consabidas perogrulladas propias de un honrado ignorante, del que no se sabe si es ignorante porque es honrado, o es honrado por ser ignorante. Sea como sea, no sabe de cuentas o se las pone alguien que mal le quiere, para que caiga en la trampa y sea reo de sus propios datos. Veamos sus palabras, reflejadas en acta: “Señorías, para evitar algunos equívocos, conviene recordar cómo se gasta el dinero público en España. De cada 100 (cien) euros que se gasta el Estado, 63, se dedican a gasto social; 26 de cada cien, a pensiones; 14 a sanidad; 9 a educación; 8 a gasto social, y 6 a prestaciones por desempleo”. Suma y sigue: Total, 126. ¡Qué magia la de este contador! Menos mal que no ha ejercido como registrador.

Pero no importa, seguirán dando la cara por él sus fieles escuderos y escuderas, y aparecerá ante la prensa el señor Hernando, carapena, con flequillo a la derecha, para asegurar que el señor Rajoy es su candidato, y lo seguirá siendo.

Oyendo estas cosas creo que deliro. O mis oídos me engañan, o quienes deliran son ellos.

¡Con qué bueyes aramos!   

Investiduras fallidas y delirios políticos