jueves. 28.03.2024

En busca del máster perdido

Parece rubia y, sea lo que sea, ejerce como rubia, pero tonta no debe ser porque no quiere dejar el pesebre en el que lleva comiendo desde que acabara los estudios (primarios), que de seguro tiene. Aunque probablemente algún que otro curso debe haber cursado, siendo fiel a sus iniciales CCC, famosa academia de cursos por correspondencia, que lo mismo te sacabas un diploma en mecánica aeronáutica que un máster en el manejo de la bayeta. Y desde casa. Sin moverte. Cristina Cifuentes Cuencas. Y ahí está, con dos... ¡Qué digo!, con dos, no,  ¡con tres C...!

Pero parece que a una chica que aspira cada vez a más, no debe ser suficiente lograr en una carrera meteórica tantos cargos con esa preparación que la llevó a matricularse -eso que no falte- en Derecho, y tampoco se sabe a ciencia cierta si lo acabó, aunque agarraderas tiene entre profesores y funcionarios universitarios para conseguir lo que sea, desde un doctorado, a un “honoris causa”; más ignorantes se han visto encumbrados a tal dignidad, cada vez menos digna (v.gr. Mario Conde). En ese aspecto debe sentirse privilegiada. Ya lo era antes de entrar en política por la puerta grande, desde los tiempos del Caudillo, a quien servía como se merecía su padre, General de Brigada, casado con otra hija de militar, su madre, como debe ser (mis respetos por ellos q.e.p.d), para que todo quede en familia. Una familia ejemplar como era en tiempos de Franquito, familia numerosa, para tener el premio a la natalidad (obra de caridad también practicada por este tipo de gobiernos herederos), y para tener la vida desahogada y asegurada por generaciones, que por algo crecen y se multiplican. Y como entre militares anda el juego, no podía dejar de ser amiga de los Legionarios, en este caso, de Cristo, y de educación jesuítica para sus hijos, destinados también a escalar en la vida social y a ocupar altos cargos con altos sueldos en puestos de altos vuelos.

Así es esta chica, hija de militares, que, por si fuera poco, se merece una titulación alta para demostrar que está preparada, que vale, que no le llega todo por influencias externas, sino por su propia valía. Bien sabido es que tener estudios abre muchas puertas, y demuestra que, al menos en teoría, uno está capacitado para ocupar el cargo de dirigente de una sociedad que lo necesita para desarrollarse y prosperar. Lo del máster es lo de menos, y, además, una insignificancia que sea encima un “máster virtual”. Probablemente lo haya extraviado, le ha costado tan poco que es normal que no lo valore como valoraría un collar de perlas (pagado por ella, claro), y lo deje en cualquier parte que uno olvida. Además ha pasado tanto tiempo, que vete a saber.

La que ha tenido que pasar, pobre. Ella que está libre de toda culpa, ella que sabe que siempre hay alguien en su partido que aspira a lo más alto, y siente envidia de las que llegan, como ella. Lo sabe de sobra, mucho antes de los espías, prueba fehaciente del mangoneo político, económico y familiar de una Comunidad que ella se proponía regenerar. Y no la van a dejar. Todo por un máster que no encuentra. Yo creo que se lo merece. Si no ese máster que no aparece, otro de arqueología. Más que nada por lo que ha tenido que buscar a estilo Indiana Jons. Quizá dándoselo, suplantando el “decifuente” por “sobresaliente”, hubiera puesto mayor interés en hallar el dichoso pergamino. Quizá, debido a su falta de experiencia en estos menesteres arqueológicos, no ha buscado en el lugar adecuado, como por ejemplo en las cuevas, pero no en las universitarias, sino en las de Qumrán, al lado del Mar Muerto, lugar donde se encuentran los documentos de valor histórico. Quizá se equivocara de cueva, y fue a parar a la de Alí Babá, tan popular con los populares y adyacentes. Quizá sea tan inteligente que tampoco le interesara buscar ahí, a sabiendas de que son manuscritos tan escasos y deteriorados, que luego no demuestran nada, y en algunos casos son palimpsestos, es decir, documento tachado el original para superponer otro, semejantes a los que ella mostraba tratando de demostrar, en enredadas comparecencias, lo indemostrable.

Con estas sucede como con el asesinato, que a menudo, después de cometido uno, hay que cometer otro para tapar el primero, y evitar ser descubierto. Igual sucede con la mentira, que tratando de demostrar que es verdad, se enreda uno en una red de contradicciones de las que luego es imposible desenredarse. En lugar de aclarar, como decía el genial Yupanqui, oscurece. Como bien enseña el proverbio, es más fácil coger a un mentiroso que a un cojo. O bien la mentira tiene las patas muy cortas.  

Pero ahí sigue. Impertérrita como su jefe. Prepotente como otros exdirigentes mafiosos de esa comunidad donde todo era despilfarro, oscurantismo y negocio de amiguetes. Y no va a ser ella la que diga que se va. ¡Hace usted bien! ¡Con dos! Perdón, ¡con tres! Un título de más o de menos, no quita ni añade eficacia a su gestión. Además, es tan cómodo mandar, como un militar, y vivir con la vida asegurada, como le enseñaron a ella y sus ocho hermanos, herederos de los privilegios del franquismo, que un pequeño desliz sobre si se tiene en el currículum una titulación o no, ni quita ni pone. Y no es ella sola, muchos hacen lo mismo. Muchos ponen “doctor en bayeta” y no han limpiado ni su casa.

Y ¿dimitir? Qué eso. Un nombre ruso que desde hace cuarenta años suena mal en su familia, de misa dominical y limosna a la entrada de la iglesia. Ella es ella, y aunque lo diga su colega Javier Maroto, el de la moto, no se va. Cita de Maroto: “Los que roban y los que mienten, deberían irse  a su casa” (fin de la cita, textual). Claro que lo decía por Tony Cantó. Y es que en todas partes cuecen habas. Pero no tienen nada que ver unas con otras. Y Tony no es presidente. Digo poco, si sigue siendo honrado, nunca lo será. Pero ese es otro cantar. El de Cantó. Digo.

En busca del máster perdido