viernes. 19.04.2024

El truco del almendruco

raj

Otra vez nos la han colado quienes saben manejar estas cosas y a este pueblo que por lo visto prefiere, siguiendo el refrán, lo malo conocido que lo bueno por conocer, algo muy español

Nos la han colado. Otra vez nos la han colado quienes saben manejar estas cosas y a este pueblo que por lo visto prefiere, siguiendo el refrán, lo malo conocido que lo bueno por conocer, algo muy español. Una masa, pese a que hayan pasado generaciones, en la que todavía perviven las secuelas de un franquismo recalcitrante, totalitario y fascista, dibujado ahora bajo la etiqueta de la derecha. Una panda de privilegiados de esa vida de ultratumba que impulsó una guerra concebida para traer la paz y la buena nueva de una nación uniformada; para liberar a un pueblo perdido por las hordas marxistas, el republicanismo pernicioso, y el contubernio judeo-masónico, contra lo que luchaba la iglesia y el ejército en comandita. Una vez logrado el poder, sembraron todavía más miedo, porque al miedo de perder la vida en una guerra, calificado de heroicidad, se unía otro miedo más peligroso, ancestral, enraizado, no como instinto de supervivencia, sino en lo más profundo del sentimiento nacional: la salvación eterna. Y ante eso, ¡ojo!, no estaba el horno para bollos, que el fuego del infierno es imposible apagarlo y no tiene nada de heroico, sino de vileza. Condenaron a este país a una paz de cementerios, a silencioso sufrimiento y sudor para mantener el orden establecido dentro de la sumisión y la pobreza. Conseguían de esa manera, aplicando conceptos falsos y palabras hueras, manejar a la gente bajo la batuta del miedo, dos miedos, el político -no había que meterse en política-, y el religioso -la condena eterna-, mientras sus altas jerarquías, religiosas y políticas, se aprovechaban del sudor ajeno, y del producto ajeno, que para eso habían hecho lo que habían hecho (que citaría el hoy presidente heredero), una guerra de la que, como Dios estaba con ellos, salieron triunfadores. Triunfo que no lograron ellos, los privilegiados, tomando café en el velador de su jardín, sino el pueblo llano que poblaba las trincheras y los hospitales de campaña, mientras los señores de la guerra, como se dice ahora indicando quiénes son y qué pretenden los que, ayer y hoy, declaran esa barbarie. Debe quedar claro, que los pueblos no se montan guerras, porque saben que pierden y que el dolor les afecta multiplicándose como una peste irremediable, sino que la montan intereses que escapan a la voluntad de la gente de la calle, que lo único que quiere es vivir en paz, trabajar, amar, y alimentar a sus hijos. 

Así ha sido desde que acabó la maldita contienda, con sus secuelas del palo y tente tieso, para que nadie abandonara el redil de las buenas costumbres, marcadas por el victorioso y sus secuaces, militares y religiosos. Y lo que es peor, así sigue, con otro palo disfrazado de legalidad. Dicho en román paladino, el mismo perro con diferente collar.  Y más grave es que el españolito de a pie se lo está tragando, quizá sin saberlo, o porque no quiere más conflictos. Si anteriormente tales comportamientos del miedo y la uniformidad venían producto de una victoria (por llamarlo de alguna manera), lo que ocurre actualmente, después de ochenta años de aquel desastre, es fruto de un fracaso. Pero, querido Sancho, el miedo es el miedo, y nadie quiere que se repita, sin pararse a pensar que, en esta España de la OTAN, no puede darse una guerra fratricida como la que se presentó por las condiciones tan dispares de aquella época a ésta, sobre todo el analfabetismo y la ignorancia. (Aunque nunca se sabe).

Sin embargo, muerto el perrazo, también es cierto que España estaba harta de seguir con  aquellos miedos y aquellas taras, porque había dejado atrás la ignorancia, y había descubierto otra visión distinta de la vida. Y pensó, llegado el momento de acabar con esa historia de la paz de los muertos, que se podía lograr la victoria de la paz de los vivos. A trancas y barrancas, trató de vencer esos miedos, sin que nadie saliera perjudicado, ni los herederos, ni los perdedores. Pocas palabras tuvieron estos últimos -también llegaron los últimos, cuando el plato estaba ya cocinado con la complicidad de los EE.UU- porque el poder de los herederos era tan grande y estaban dispuestos a no perderlo, que se cambiaron las cosas para que todo siguiera igual. Se llamó Transición... Y en un principio así la vendieron, y llegaron los exiliados, y aquí paz, la de la “reconciliación”, y después gloria, la de la “oposición” en el poder. Porque el españolito de a pie quería cambiar las cosas, olvidar el pasado de dictadura sin derechos, para entrar en democracia con derechos. Pareció llegado el momento en aquel octubre del 82, con el mundial de fútbol en el centro de la nueva España progresista. La derecha por fin, había perdido el poder, y hasta el “tirano-saurio” de Fraga quedó tan tocado con su Alianza Popular que a punto estuvo de extinguirse, como sus congéneres por el meteorito del partido socialista en unión con el odiado, temido, y demonizado partido comunista. La derecha fracasó. Y la derecha nunca está dispuesta a fracasar, y menos en una nación en la que había hecho y deshecho desde tiempos inmemoriales; una nación que había construido con la ayuda, como en la contienda civil, de la sempiterna iglesia, que también veía peligrar sus privilegios con esas hordas que atacaban por la izquierda. Y del fracaso se repuso. ¿Cómo? Hubo intentos fallidos con personajes que bajo esas siglas -perseguidas ya por corrupción (Naseiro y Cía), no daban el pego. Y decidieron cambiar por completo, de personajes y de nombre. Mucho les costó, porque eso de “partido” olía algo a lo que no estaban acostumbrados y lo odiaban... Olía peor que su corrupción, a la que sí estaban acostumbrados y les unía de siempre. Suprimieron “Alianza” para consignar “Partido”, que añadido a lo “Popular” caería bien, con dinero detrás y buena publicidad que borrara el pasado oscuro y su fracaso. Cambiando la imagen de tal manera que fuera considerado como nuevo y alternativa al partido gobernante del “felipismo”, también marcado por la corrupción. (Siempre digo que todo se pega, menos la belleza). Y esa corrupción de los herederos sigue en sus otros herederos, multiplicada por cien, cuando han recuperado al poder supremo y totalitario, controlándolo todo, incluso la “Generalidad”, como debe ser, como era cuando España era la que era.

De nuevo, el batazaco, pese al control de la Generalitat. Es imposible aguantar tanto. Esta España de nuevo empobrecida no puede aguantar tanta corrupción, por más que quieran desviar su atención. Se preveía que ese Partido Popular inventado para mantener el poder, podía perderlo, se vería en Cataluña, y se vislumbraba en España. Y de nuevo, como hiciera Fraga antes de desaparecer, había que hacer algo, totalmente nuevo, que ni siquiera tuviera nada que ver con lo anterior, vestido de rosa, con caras angelicales y una ideología que no se sabe qué es, y que tampoco se trasluzca en discursos ni palabras, aunque éstas no deben faltar. Y se inventaron Ciudadanos, primero en Cataluña, donde el PP nunca había predominado, y luego, si la experiencia salía bien, podía ser fácil conseguirlo para luego extender ese poder a toda España. Un partido nuevo dispuesto a acabar con la corrupción como lema de propaganda, pensado para prometer lo que haya que prometer y pactar con quien haya que pactar. Prevenir antes que curar, porque el Partido de Rajoy-Fraga y los suyos ya están no podridos sino en estado comatoso. Ni la mejor cirugía le cambiaría de cara. Ni operándose se salvaba. Hacía falta más vigor. Como dice un amigo mío, igual que nos endosaron los bancos las preferentes, igual nos han endosado Ciudadanos (C,s), su verdadero negocio.

Aquí y en Cataluña

Lo mismo que hicieron unos, hizo el otro independentista, también en circunstancias parecidas, y azotado por la corrupción. De Convergencia (CDC) pasó, después de baches y desorientadas nomenclaturas, a Democracia y Libertad, Junts pel Si, hasta acabar en JxCat. Nuevo partido, nueva vida, y borrón y cuenta nueva, incorruptos, y demócratas de toda la vida bautizados con nombres más actuales y más nacionalistas. Ambos con  semejante discursos, poniendo la patria y su bandera sobre la mesa, pero no poniendo otros remedios, como sería menester, se plantaron a ver quién puede más. Con la anuencia de unos, la complicidad de otros, y el espectáculo de los demás, se montaron un tinglado que viene durando años, mientras los problemas siguen acuciando al personal, ajeno en su mayoría a esas trifulcas. Cambio de nombre, como si fuera el bautismo que borra el pecado original, cuando su pecado, sin dejar de ser original, perdura, con nombre y sin nombre. 

Van a lo que van, con cambio nombres pero no de actitud, al poder; unos en Cataluña, y otros ahora con la perspectiva, para compensar su frustración de más votado, y no haberlo conseguido en su “región española”, de alcanzarlo en España y volver a hacer de ella, una, grande y libre. Sobre todo una. Eso vaticinan las encuestas... Eso sí, será una derecha sin reminiscencias del pasado, sin  corrupción ni corruptos... Eso nos harán ver. Todo color de rosa.

A punto de acabar el artículo, me llegó un “guasap”, donde Rajoy repite al pie de la letra un titular del diario Arriba, portavoz del franquismo más pernicioso, de hace más de 60 años, a propósito de la detención de estudiantes universitarios entre los que estaban Enrique Múgica, Ramón Tamames y Javier Pradera: Lo repite Rajoy tal cual, únicamente no pronuncia la palabra “paz”. Estaría bueno, la había impuesto pocos años antes Franquito: “El gobierno usará del rigor de la ley contra quienes directa o indirectamente perturban el orden, (la paz) y la unidad”. Arriba. 11/02/1956

La historia sigue. El truco del almendruco.

El truco del almendruco