viernes. 19.04.2024

Doña Letizia la pifia

REYES

Queda claro el papelón que hizo la esposa doña Letizia, y la dignidad con que afrontó el triste plante (o desplante, según se mire) la Reina emérita

Los trapos sucios de las familias se lavan dentro de casa. A nadie le interesan las cosas que puedan suceder muros adentro. Incluidas las familias cuya imagen trasciende esos muros por ser de dominio público, salvo en lo que atañe a su intimidad. Y cuando trascienden las malas relaciones o los hechos que pueden perjudicar a la propia familia y por ende a la sociedad, por tratarse de quien se trata, los asuntos privados de la intimidad pasan a dominio público, indicando que algo no marcha como fuera debido.

Por todo el mundo, y en todo el mundo, se ha hecho eco la prensa, la del corazón, y de las “asaúras”, la amarilla y la de la información en palabras e imágenes, de la “escenita” en la catedral. Nunca como en la actualidad estas cosas vuelan por internet como el loro por su casa. Y cada cual lo interpreta a su manera. Queda claro el papelón que hizo la esposa doña Letizia, y la dignidad con que afrontó el triste plante (o desplante, según se mire) la Reina emérita. Es lógico. Una ha sido educada para ser reina, y la otra, antigua periodista, no ha servido sino para depurar la sangre real, algo encomiable por parte del heredero, y ahora Rey. Se nota que a esta “cenicienta” le quedan grandes los zapatos. Impidiendo la fotos de la abuela con sus nietas, no ha demostrado clase real, ni moral, ni humana. Y lo que es peor, ni siquiera ha sido inteligente, aprovechando esa circunstancia en que todo el mundo estaba pendiente de los personajes para montar una escena acorde con lo que se espera de una familia, que a pesar de los problemas, sigue unida.

Quizá le hayan perdido sus excesivos celos de madre, o se haya dejado influir por el inconsciente colectivo tan español de llevarse a matar suegras y nueras. Rumores corren al respecto. Pero son cosas que se discuten en casa, se hablan, y se trata de disimular si no se llega a un entendimiento. Debe saber, aunque sea joven todavía y le falte experiencia, que para cualquier abuela cuentan doble los nietos, en su caso nietas, pues son a la vez hijos y prolongación de su hijo, y no hay mejor caricia que la de un nieto arrimándose a sus abuelos, a los que idealiza y de los que sin darse cuenta aprende. Son la prolongación de la vida y devuelven la juventud perdida.

Mayor gravedad reviste malmeter a sus hijas contra la abuela, gracias a la cual, ella figura como reina. Se ve que a doña Letizia le supera el lugar donde está y no se ubica cuando no hay detrás un maestro de ceremonias. No sabe guardar las formas, ni ha aprendido nada de las que han pasado, siempre con “dignidad real”, sus suegros, incluso su esposo.

Entiendo que vele y se esmere por la seguridad de sus hijas, tenga ese miedo y precaución que suelen tener las madres para adelantarse y evitar el disgusto... entiendo que quiera controlar quiénes disparan una cámara para evitar otros disparos, pero de ahí a mostrarse casi agresiva con una abuela que con cara de satisfacción y amor abrazaba a sus nietas, hay un abismo. Sentir una persona mayor que sus nietos no le aceptan, destroza el corazón de cualquier abuelo. Es lo más grave que le puede suceder en el final de su etapa en que sólo cuenta la gente menuda que rodea la casa y alegra las fiestas. 

Con su gesto, ante tanta muchedumbre y ante los medios, ha puesto doña Letizia a la monarquía española “en el candelabro”, como dijo la otra. Doña Letizia ha hecho la pifia. Y no es la primera. Eso no se hace, y menos en público. Hay que hablar y llegar a un entendimiento por el bien de las nietas, y de los esposos, padres y abuelos. Las cosas no son como antes, y con menor razón para la monarquía. Incluso para el Rey, que ya se rebeló con su matrimonio, eligiendo, contra la tradición monárquica, a una mujer sin mirar su sangre. Los matrimonios se hacen y deshacen, y puede perder la paciencia, que hasta ahora ha demostrado, y dejar de ser condescendiente con la situación. Doña Letizia no debe olvidar que si la monarquía se mantiene en pie, se debe sin duda a su esposo que ha quedado libre de los chanchullos familiares.

El incidente de la catedral no deja de ser una “escena real”, en todas sus acepciones. Atrás quedan las escenas “rodadas”, con sopa incluida, para mejorar la imagen de la Casa Real, que muchos calificaron de “irreal”.

Manejando el lenguaje que ahora se lleva, dicen que la escena “se ha convertido en viral”, y que ha eclipsado el fantástico gol de Ronaldo en la Copa de Europa, otra “viralidad” que llega a todas partes, sin llegar a ninguna, pues tanto viral no sirve sino para desviar la atención, y tener de qué hablar. ¿Serán felices las repúblicas y otros pobres países que por no tener, no tienen reyes, ni goles fantásticos, ni escenas virales que les inoculen bienestar? No nos podemos quejar los españoles, sino imitar a nuestro presidente que sin ser viral, es impertérrito, ni se mueve, ni ve, ni oye, ni sabe, ni se molesta porque se manifieste la calle en contra de sus desaguisados. Mientras haya reyes y fútbol, el español tan contento. Ya tiene de qué hablar. Aunque ni coma, ni trabaje.

Doña Letizia la pifia