jueves. 25.04.2024

Cuanto peor, mejor... para mí

Las elecciones de la Comunidad de Madrid han dado el triunfo a una señorita sin otra cualidad que haber estado ahí en el momento justo para hacer lo contrario de lo que debiera hacer un buen administrador. Dos factores tuvo a su favor: convocarlas de repente, a deshora e inoportunamente, en medio de una pandemia a la que dedicaban sus esfuerzos otros administradores con mayor dosis de comportamiento ético y servicio público. Y disfrutar de las lisonjas y alabanzas a su imagen que continuamente pregonaban las bandas de cadenas televisivas y otros medios asociados de fuertes economías y gran poder empresarial. Querían vender su carita rechoncha y juvenil de muñeca títere, a la que manejan (para seguirla manejando), y dictan sus proclamas entresacadas de un pasado oscuro, al que pretenden volver. Una marioneta de serrín en la cabeza, que aparenta no romper un plato pero deja sin comer a niños, y suelta sandeces por su boquita de piñón, sin proporcionar razonamientos y ocultar los logros de los que carece su gestión. Unos medios poderosos de comunicación a los que importa solamente el beneficio privado/empresarial, junto a las prebendas de ausencia de impuestos, con periodistas mercenarios que aparecen hasta en la sopa de la cena, en el café del desayuno, y a la hora de la siesta, lanzando exabruptos, mentiras y calumnias contra los que se preocupan de administrar correcta y justamente los bienes públicos y tratan de atajar los problemas que puedan aquejar a la sociedad. No era momento de elecciones. Había, y sigue habiendo, un problema de salud general que acarrea otros, desde la preocupante pérdida de empleo, a la degradación de los servicios públicos, cada vez más deteriorados, por culpa de las malas gestiones desde hace un cuarto de siglo. Tales fracasos en la gestión pública se han silenciado en estos años, precisamente porque han beneficiado a emporios empresariales, entre los que se cuentan no sólo los dedicados a la salud, o la educación, dos pilares fundamentales en toda sociedad que se precie de bienestar, en detrimento de la gestión pública, sino también en los medios de comunicación de masas, televisión, radio, prensa, los menos objetivos e independientes de toda Europa, copados y montados por una derecha rancia que hizo su fortuna al socaire de la dictadura. La mayoría, pues, al servicio del partido que en Madrid lidera esta señora de encefalograma plano a la que meten ideas y frases en la cabeza que ella suelta radiante y sonriente allá donde va, aunque tenga frente a sí una decena de ancianos abandonados y muertos. A ella le basta entender la libertad como poder salir a tomar cañas, pan y circo a la madrileña. Pan duro sin callos, y circo el que montan en sus campañas ella y sus acólitos. La denigración de la política. Sonrisas y eslóganes, lejos de la realidad, cuyas palabras ni ella misma entiende. Tergiversando su sentido, difamando al adversario, que a fuerza de repetirlos por activa y por pasiva, la gente, la gente sin otro criterio que el que le marcan esos medios, acepta sin plantearse, ni recordar que llevan engañándola casi treinta años. Ya no hay gürteles, ni lezos ni malayas, ni sobres, ni sobornos, ni adjudicaciones a dedo, ni una gestión marcada por la corrupción sistémica desde antes de ser el PP, y llamarse Alianza Popular, heredera de la dictadura más dura y abominable en su comportamiento y en su economía; en todos los ámbitos, en todas la comunidades gobernadas por este partido, el mismo al que pertenece esta muñeca pintada de azul, con su camisita y su canesú.  

Para el título de esta columna, he recurrido a una frase de otro inefable presidente, M punto Rajoy, pronunciada con su característico galimatías en el Congreso, cuyo sentido aún siguen debatiendo los diferentes politólogos y lingüistas. “Cuanto peor, mejor para mí, el suyo...” Así dominaba los galimatías su antiguo jefe (cita textual). He aquí la herencia que siguen diplomados falsos y no diplomados, de mano larga e ideas cortas. La vencedora del 4M no es menor en desparpajo y trabalenguas, aunque sea recién llegada y no posea esas diplomaturas conseguidas a golpe de talonario e influencias. A ella le basta con el ronzal de la perra de Aguirre a la que sigue como alma en pena, su padrina y protectora, y a su fiel palmero que le dicta palabras sacadas de contexto, ricas en contenido y dignificantes, que su vasallo vacía y convierte en esperpento.

Y voy al titular, el galimatías de cuanto peor, mejor para mí... Ya hace tiempo que un importante miembro de su partido, hoy felizmente encarcelado, vaticinó que en España cuanto más corrupto eres, más te vota la gente. Que todavía no había visto que perdiera unas elecciones alguien acusado de corrupción. ¡Olé! Y es que en este país, de charanga y pandereta somos así, más chulos que nadie. No nos van a  dar lecciones de democracia otros países donde quien mete la mano en la lata y es descubierto, le echan a tomar vientos, eso sí, después de obligarle a reembolsar lo robado, y llevarle entre rejas. Aquí no. Aquí el que no roba, es tonto o no tiene ocasión. Pero estamos mejor que en esos países donde la honradez suma votos. Aquí no suma, sino que resta votos, pero eso sí, tanto si robas como si no, te puedes ir tranquilamente a tomar unas cañas y callos... Si es que tienes dinero, que por muy libre a la madrileña que seas, sin dinero, porque te han robado la cartera, te jodes y te chupas el dedo, si es que te queda dedo.

Los resultados de Madrid y sus pueblos, con tanto como ha caído encima, parecen un esperpento. Y por si alguien no lo sabe, un esperpento (invento de mi tocayo Ramón) es pensar que en el sol hay peces. Y los hay. Pero fritos. 

De risa. Así va esta política a la madrileña, hecha por gente que nos tiene fritos.

Cuanto peor, mejor... para mí