sábado. 20.04.2024

A mí no me podemizan

En nuestro país siempre ha habido firmes partidarios de tirar al niño con el agua sucia. No es nuevo...

En nuestro país siempre ha habido firmes partidarios de tirar al niño con el agua sucia. No es nuevo. Sin embargo, ahora se han crecido con las consecuencias dramáticas de la crisis y los múltiples casos de corrupción. Su discurso es fácil. Que hay suciedad, pues tiremos el agua sucia, y ya que estamos, tiremos al niño que se ensució, y tiremos la bañera también, y tiremos abajo el edificio con el agua, con el niño y con la bañera. Resulta tentador, hasta gratificante, dejarse llevar por la ira y el desahogo. Pero la realidad es que ese discurso no nos lleva a ningún sitio, ni soluciona ningún problema.

Claro que la corrupción es una lacra despreciable que corroe la convivencia democrática y sus instituciones. Y claro que hay que prevenirla y combatirla con decisión y eficacia. Pero por ello no hemos de destruir todo lo construido hasta ahora en beneficio de lo que nos es común. Para acabar con los corruptos no es razonable destruir el “régimen” constitucional que nos ha proporcionado derechos y libertades, con todas las salvedades que queramos subrayar.

Y claro que la derecha europea ha gestionado la crisis provocando pobreza y desigualdades, pero no podemos renunciar a la esperanza de un futuro común en Europa si carecemos de una alternativa viable. Y nadie discute que ha habido incumplimientos graves en el sistema político, pero eso no faculta para tirar a la basura sin pensarlo a todas las estructuras y organizaciones que han dado cauce a la participación política de los españoles desde hace casi cuarenta años. Los fallos cometidos no legitiman para acabar de un golpe con todo, con lo malo, con lo menos malo y con lo bueno también. Con los políticos indecentes, con los que se han equivocado, y con los decentes que no se han equivocado también.

Ahora se estigmatiza el pacto contra el terrorismo yihadista como si se tratara de una traición imperdonable a la mayoría de los españoles. Muchos de los que ayer se manifestaban bajo las pancartas de “Yo soy Charlie Hebdo”, reclamando una acción colectiva en defensa de las libertades y contra los violentos, hoy critican el pacto que precisamente tiene ese objetivo, o se ponen de perfil para no nadar contracorriente. ¿Sumar fuerzas contra el terrorismo que asesina inocentes no es defender el interés general de los españoles? ¿No cabe acordar incluso con los peores adversarios políticos aquello que afecta a los mismísimos pilares de la paz y de convivencia democrática? ¿También hay que tirar esto con el agua sucia?

El problema, se dice, es que el pacto incluye cesiones. Pero, ¿dónde ha aprendido democracia esta gente? Democracia es eso: hablar, debatir, encontrarse, persuadir, ser persuadido, ganar, perder, sumar, renunciar, acordar, pactar en beneficio del conjunto. Claro que hay cesiones en un acuerdo. ¿Cómo acuerdan ellos? Pero el PSOE no ha cedido en nada fundamental. El PSOE ha ayudado a fortalecer a la sociedad española y al Estado español en la lucha contra el fanatismo violento, porque eso es lo que toca hacer a los que entienden la política como un servicio a los ciudadanos y no solo como el ejercicio de la retórica tertuliana.

Y el PSOE ha sacado de la norma que regulará la lucha antiterrorista la pena de prisión permanente, absolutamente inaceptable. Si el PP la impone finalmente en el Código Penal, será con nuestro voto en contra y con nuestro recurso al Tribunal Constitucional. Y cuando volvamos a gobernar, derogaremos esta pena, sin romper con ello el pacto antiterrorista que acabamos de suscribir. Porque el PSOE no se limita a fustigar en las tertulias o a leer poemas revolucionarios en los mítines. El PSOE hace, en el gobierno y en la oposición también. Como hemos tumbado la ley que iba a prohibir el aborto y como hemos tumbado la privatización de los hospitales madrileños. Tirando el agua sucia, pero salvando al niño.

A mí no podemizan, no. Porque Podemos está introduciendo en la política española una actitud intolerante y excluyente que antes, con todos los problemas, no sufríamos. Ahora no se trata de superar al adversario en razones, sino de negarle la legitimidad incluso para ser escuchado. Ahora no se trata de ganar al adversario, sino de echarlo del tablero. Ahora el adversario no es un oponente con ideas o propuestas distintas, sino que es la “casta” o la “mafia” que solo merece la descalificación y la exclusión. Ahora el adversario ya ni tan siquiera es gente o es pueblo, porque algunos se arrogan en exclusividad la representación totalitaria de la gente y del pueblo.

Podemizar es decir en cada momento lo que parece ser más popular, lo que suena bien. Ayer sonaba bien sumarse en París a las fotos y las llamadas a la unidad frente al terrorismo yihadista, porque las muertes estaban muy recientes, y ahora suena mejor criticar las fotos y las llamadas a la unidad frente al terrorismo, porque lo que está más cerca son las elecciones. Ayer parecía popular decir que somos de izquierdas, y hoy parece más rentable negarlo para pescar en todos los caladeros. Ayer éramos republicanos y anarquistas, y hoy convivimos con la realeza y reivindicamos la patria. Ayer adorábamos el bolivarianismo y hoy lo negamos.

Podemizar es contraponer falazmente la legitimidad de las instituciones democráticas con la legitimidad de las asambleas o las manifestaciones. ¿Qué significa eso de “devolver la soberanía al pueblo”? ¿Acaso quienes trabajamos en las Cortes porque nos han votado millones de ciudadanos estamos usurpando la soberanía al pueblo que nos eligió? ¿Qué quieren decir con que “el poder debe volver a la gente”? ¿Es que los concejales, o los diputados o los gobernantes democráticos no somos gente y no estamos ejerciendo el poder en nombre de la gente que nos ha elegido, equivocándonos o no?

Los ciudadanos ejercen sus libertades en las manifestaciones y votando a sus representantes en las instituciones. Los españoles, gracias a la Constitución, ejercen sus derechos democráticos en los mítines, en los partidos, como el PSOE y como Podemos, y ejercen también sus derechos eligiendo y siendo elegidos representantes del pueblo en los Ayuntamientos y los Parlamentos. Quienes contraponen la calle a los Parlamentos, y quienes niegan legitimidad a los representantes libremente elegidos, cuando no son ellos, manifiestan unas convicciones democráticas muy cuestionables. Y muy peligrosas.

Podemizar es exigir a los demás lo que niegas para ti mismo. Si los casos de corrupción requieren explicaciones inmediatas en los demás partidos, los casos propios de corrupción se interpretan como una “declaración de guerra de la casta” y se niegan las explicaciones. Yo no niego los casos propios. Ahí están. Se han explicado, se han reconocido y se ha actuado contra los culpables. Pero ellos no. ¿Los contratos simulados y en diferido de Errejón? ¿El método Undargarín para financiar la productora de Iglesias? ¿Los cientos de miles de euros recibidos por Monedero por “asesorías” e “informes” que nadie ha visto? Pura manipulación de la casta, claro. Los demás, explicaciones y dimisiones. A ellos les basta con llamar “don Pantuflo” al periodista que les interpela, o con salir por la puerta de atrás de los mítines.

Yo no les niego la legitimidad que ellos me niegan a mí para recabar la confianza de los ciudadanos.

Puede que sean la moda emergente. Puede que en la derecha estén encantados con esta alternativa. Puede que Rajoy se sienta más seguro de ganar con estos enfrente. Puede que la uno, la dos, la tres, la cuatro, la cinco, la seis y todas las demás les bailen el agua, bien porque fraccionan el voto de la oposición, bien porque alimentan el miedo en el electorado conservador, o bien porque aumentan las audiencias.

Y, desde luego, hemos de apostar por cambios profundos. Cambios a mejor, no a peor.

Pero a mí no me podemizan. Y espero que a muchos más tampoco.

A mí no me podemizan