sábado. 20.04.2024

El engaño independentista

Es un engaño reivindicar el soberanismo de un territorio en la era de la globalización cuando todos dependemos de todos.

El independentismo catalán protagoniza en estos días una enloquecida carrera hacia ninguna parte. Con un comportamiento impropio de un responsable público, el presidente del gobierno catalán pretende hacer creer falazmente a la ciudadanía que el próximo 27 de septiembre se elige algo más que un Parlamento autonómico. 

El propio Mas, con la complicidad de un partido que se dice de izquierdas, reparte carnets de catalanes y anti-catalanes, generando tensiones y rupturas sin precedentes en una sociedad que siempre presumió de moderación, sensatez y “seny”.

A los conflictos con el resto de España, y a la quiebra social inducida entre soberanistas y no soberanistas, Mas debe añadir ahora la voladura de su propia formación política, Convergencia i Unió, incapaz de soportar ya los empellones aventureros del President.

Mas y Junqueras están provocando gravísimas zozobras en un país que intenta salir de una crisis económica terrible, al tiempo que genera unas expectativas deliberadamente engañosas en la población a propósito de una independencia imposible. Se trata pues de una estrategia política fundamentada en el engaño más rotundo.

Es un engaño reivindicar el soberanismo de un territorio en la era de la globalización, cuando todos dependemos de todos, y cuando acabamos de comprobar cómo el gobierno griego ha tenido que asumir un programa brutal de recortes contra su voluntad “soberana”.

Es un engaño pretender que la independencia de Cataluña sea viable, y que las declaraciones y las proclamaciones independentistas vayan a llegar a un sitio diferente que la derogación por el Tribunal Constitucional.

Es un engaño sostener que se puede salir de España sin salir de la Unión Europea, del Eurogrupo y del ámbito de gestión del euro.

Es un engaño negar los costes económicos, sociales, culturales y hasta deportivos de una eventual independencia de Cataluña, con sus pasaportes, sus fronteras, sus aduanas, su mercado limitado y su aislamiento inevitable. Por ejemplo, ¿por qué habría de permitirse al Barça jugar en la liga de un país extranjero, sea España, sea Francia o sea Gran Bretaña?

Es un engaño concebir unas elecciones autonómicas como unas supuestas elecciones “plebiscitarias”, porque a las elecciones del 27 de septiembre se presentarán, como siempre, diversas formaciones políticas, con la intención de formar un gobierno autonómico y aplicar las políticas autonómicas que corresponden a sus competencias autonómicas. Y no podrán ir más allá.

Es un engaño hacer creer a la ciudadanía que una candidatura política para unas elecciones políticas no está integrada por políticos, sino por “representantes de la sociedad civil”, como si las señoras Forcadell o Casals fueran menos políticas que un servidor, por ejemplo, o como si los políticos al uso fueran representantes de una sociedad militar.

Es un engaño sostener que la lista de Mas y Junqueras sea una “lista unitaria”, porque habrá muchas más listas, y porque lo que están logrando Mas y Junqueras no es precisamente unir a la sociedad catalana sino tensionarla y dividirla como nunca antes.

Es un engaño decir que la lista de Mas y Junqueras la encabeza alguien distinto a Mas y Junqueras, aunque coloquen en el número uno a un ciudadano que no es el candidato para presidir el gobierno catalán, porque tal honor se lo reserva para sí mismo el número cuatro, es decir, Mas.

Es un engaño sostener que Esquerra Republicana actúe como una fuerza política de izquierdas, porque la izquierda no antepone la identidad territorial a la solidaridad con los débiles, sean de la tierra que sean, y porque la izquierda no lleva como candidato a presidente a un partidario de la reforma laboral del PP, de los recortes sociales y de las privatizaciones.

Y es un engaño pretender que creamos que la pelea de Mas y Junqueras tiene que ver con algo distinto a la voluntad de mantener el poder, a costa de lo que sea, aunque sea la mismísima convivencia.

El engaño independentista