viernes. 19.04.2024

¿Aburridos de la democracia?

A los aburridos de la democracia y a los que quieren “animar el cotarro” hay que advertirles de que tengan cuidado con lo que desean, no vaya a hacerse realidad

Como actor institucional y como curioso del comportamiento político, me he mantenido atento en estos días a las explicaciones más o menos espontáneas que han ofrecido a través de los medios de comunicación aquellos votantes y abstencionistas que el domingo pasado propiciaron el éxito electoral del franquismo en Andalucía.

Porque me resisto a utilizar neologismos o extranjerismos para nombrar aquello que en este país conocemos dolorosamente bien desde hace mucho tiempo. Aquí, a los partidarios del recorte de libertades, del anti-europeísmo, del machismo y del racismo siempre se les ha llamado franquistas, y no veo por qué hay que cambiar ahora su denominación.

En esas explicaciones pueden identificarse varias líneas argumentales. Entre los que mejor justifican su conducta están los insatisfechos, decepcionados y “hartos” por la falta de soluciones o por las soluciones insatisfactorias a sus problemas cotidianos. Después están los que se manifiestan “aburridos de la política de siempre y de los políticos de siempre”, que buscan “animar el cotarro”. Están también quienes se sienten atraídos por los que “hablan distinto”, “más claro, sin medias tintas”, que no se atienen a “lo políticamente correcto” y que “emocionan”.

Otra línea de argumentación tiene que ver con las frustraciones que genera el funcionamiento de las instituciones democráticas y el comportamiento de sus protagonistas: las “peleas interminables” que parecen no solucionar nada, junto al aparentemente contradictorio “pactismo y chanchulleo de los políticos” y el “cada uno va a lo suyo, pero no a lo nuestro”. Por último, se dejan notar también las posturas directamente revanchistas del “que se fastidien”  o el “démosles donde más les duele”, dirigidas a las “élites” políticas y económicas.

La multiplicación de los apoyos electorales al franquismo resulta muy preocupante, como amenaza directa al régimen de derechos y libertades democráticas que celebramos precisamente en estas fechas con motivo del 40 aniversario de la Constitución Española. Y, desde luego, las propias instituciones democráticas y los partidos constitucionalistas han de hacer los correspondientes análisis autocríticos.

Ahora bien, no estoy de acuerdo con eximir de responsabilidad a aquellos electores que con su voto o con su abstención han abierto las puertas del Parlamento andaluz a los enemigos de nuestras libertades. No comparto esas actitudes “comprensivas” con quienes han actuado deliberada o inconscientemente mal. No me parece bien la “comprensión” por pura condescendencia paternalista (“En realidad, no saben lo que hacen”), ni por puro interés político (“Metámonos con los dirigentes, pero no con los votantes, para atraerlos a nuestras filas”).

Si muchos de estos ciudadanos nos requieren para que hablemos “claro”, hagámoslo. Aquellos que han votado al franquismo, conscientes de lo que representa y de lo que amenaza, están ocasionando un daño gravísimo a nuestra convivencia y a los derechos conquistados con mucho sacrificio, y merecen nuestro reproche por ello. Aquellos que votaron franquismo sin saber lo que votaban han actuado con una irresponsabilidad mayúscula, que deben corregir. Y los que favorecieron el éxito franquista mediante su abstención, se han equivocado gravemente.

Estos comportamientos colectivos de carácter irracional no son nuevos. No es la primera vez que las decisiones colectivas se decantan por opciones contrarias al propio interés colectivo. Los teóricos de la decisión racional y de la politología han estudiado a fondo estos fenómenos nocivos, desde el fracaso de la República de Weimar que dio lugar al nazismo en Alemania, por ejemplo.

El politólogo Bernard Crick escribió hace tiempo que “uno de los mayores riesgos que corren los hombres libres es aburrirse del sistema que les proporciona su libertad”. Daniel Innerarity ha escrito también con mucho acierto que “la democracia es el constante aprendizaje de la decepción”. Este autor nos recuerda que la democracia decepciona cuando fracasa (porque no satisface expectativas) y cuando acierta (porque facilita las críticas). Las propias pintadas del Mayo del 68 anticipaban algunos de estos sentimientos: “¡Basta de realidades! ¡Queremos promesas!”.

Por tanto, aquellos argumentos simples y equivocados deben ser respondidos, con eficacia y con prontitud, antes de que arraiguen como ya han hecho en otros países. A los insatisfechos por la eficacia limitada y el ritmo lento de las reformas hay que recordarles otra frase de Bernard Crick: “Frente a las opciones implacables e impecables, es preciso reivindicar la política democrática, como la actividad mediante la cual se concilian intereses divergentes”. Porque la alternativa a la mala política (que no satisface debidamente el interés general) no puede ser la anti-política (del yo primero y a los demás que les zurzan), y porque la alternativa a la democracia insatisfactoria no puede ser la no-democracia sino la democracia mejor.

A los aburridos de la democracia y a los que quieren “animar el cotarro” hay que advertirles de que tengan cuidado con lo que desean, no vaya a hacerse realidad. Porque la historia nos demuestra que cuando se deja morir a la democracia previsible y “aburrida”, lo que suele llegar se asemeja más a nuestras pesadillas que a nuestros sueños. A los enemigos de “lo políticamente correcto” (por aburrido) hay que recordarles que “lo políticamente incorrecto” puede resultar entretenido pero letal.

A los nostálgicos de la política más “sencilla” expliquémosles que los problemas rara vez son sencillos de resolver y que, muy a menudo, las “soluciones” que se presentan como las más simples son en realidad falsas soluciones que agravan los problemas. Digámosles también que la razón suele ser mejor consejera que la emoción a la hora de atender las necesidades y los retos colectivos, aunque resulte más compleja, trabajosa y tediosa de seguir. Añadamos que los taumaturgos y machos alfa que nos hacen vibrar con su verbo suelen ser más ineficaces y peligrosos que los muy racionales, laboriosos y cargantes políticos de siempre.

Nuestro país, su democracia, sus instituciones y sus políticos tienen (tenemos) mucho que cambiar. Pero el sentido del cambio debe ser hacia más democracia, no menos. Hacia más derechos y libertades, no menos. Hacia más tolerancia, no menos. Hacia más regeneración, no menos. Hacia más Europa, no menos. Hacia más feminismo, no menos. Hacia el futuro. No hacia el pasado.

En estos días circula por la redes un mensaje “sencillo” pero esclarecedor en este caso: “Érase una vez una hormiga que, enojada con la cigarra, votó por el insecticida”.

Instituciones, partidos y políticos “de siempre” tenemos mucho que reflexionar(nos), criticar(nos) y corregir(nos). Muchos votantes (400.000 andaluces, como poco), también.

¿Aburridos de la democracia?