jueves. 28.03.2024

Abstencionadores

voto

El voto es el derecho democrático más básico y elemental. El ejercicio del sufragio en unas elecciones constituye, a la vez, un privilegio y una responsabilidad. Se trata de un privilegio, porque, por desgracia, los tiempos en los que el derecho a votar ha estado vigente son una excepción en nuestra historia. Y supone una responsabilidad, porque en democracia concierne a todos la decisión sobre quiénes y cómo se organiza el espacio público que compartimos. 

Sin embargo, a las puertas de cada campaña electoral surgen puntualmente las voces y los comportamientos de quienes, explícita o implícitamente, llaman a la abstención, a la renuncia al voto, al desistimiento en el ejercicio del derecho a decidir sobre el destino común. Son los abstencionadores, distintos de los abstencionistas. Estos últimos son partidarios y ejercen la abstención. Los primeros la promueven.

Los 14.000 ultras nostálgicos del franquismo que llenaron la plaza de Vistalegre hace unos días van a ir a votar, con toda seguridad. La derecha cuenta siempre con la mayor tendencia al abstencionismo entre el electorado progresista

En cada ocasión, buscan y encuentran argumentos para su propósito. A veces aluden a la supuesta inoperancia de las instituciones. En ocasiones se quejan de la falta de alternativas atractivas. Otras veces mencionan la presunta indistinción entre las opciones concurrentes. Casi siempre hacen gala de un pesimismo existencial, respecto a la política, a la sociedad e, incluso, a la propia Humanidad. Algunas veces, de manera impostada. Otras, de forma sincera. 

El bloqueo en el proceso de elección de Presidente del Gobierno y la consecuente repetición electoral del 10-N han proporcionado un argumento extra a los abstencionadores en su discurso desmovilizador. Utilizan el escenario de la investidura fallida, perfectamente previsto en nuestro ordenamiento constitucional, como una supuesta prueba irrefutable del fracaso de todos los políticos y de la política en general. Hablan de “democracia vacía”, a pesar de que la solución al bloqueo llegará mediante el ejercicio libre y democrático del voto ciudadano. 

Hay tres tipos de abstencionadores. 

Por una parte, están los abstencionadores estratégicos. Son los que calculan el beneficio electoral que puede proporcionarles la desmovilización de sectores determinados del censo. Promueven mensajes depresores en el activismo electoral y procuran reprimir los resortes habituales para movilizar el voto. De cara al 10-N, resulta evidente que los estrategas electorales del PP han planificado una campaña de tono bajo, con la expectativa de que sus votantes acudan a la urna, y con el objetivo de no excitar la participación de los electores progresistas. 

Por otra parte, están los abstencionadores exquisitos. Son esos supuestos izquierdistas de salón, demasiado ocupados en sus exquisiteces intelectuales como para interesarse por las necesidades perentorias de quienes necesitan políticas de izquierda aquí y ahora. Instalados en su crítica permanente, fútil y estéril, manifiestan un pesimismo casi antropológico. Si todo es un desastre, ¿para qué votar?

Se trata de algunos tertulianos y columnistas que en estos días hablan y escriben sobre “la psicopatología” inexorable de la izquierda, calificando a los políticos como “débiles mentales”, arguyendo que “no hay proyectos”, que “las élites hacen mundo aparte, dejando a la mayoría a la intemperie” frente a los problemas, y que “los políticos nos entretienen con una representación que ya sólo pretende postergar la toma de conciencia de que la democracia se vacía.”

Por último, cabe atender sobre todo a los abstencionadores enfadados. Son esas personas que se sienten legítima y fundadamente defraudados. Ellos votaron, sus representantes fueron elegidos, y entienden que ni las instituciones ni sus protagonistas han actuado con la suficiente eficacia y diligencia como para atender sus demandas y anhelos. En principio han decidido no votar y hacen proselitismo de su intención. 

A los primeros no podemos convencerles sobre lo inapropiado de su conducta, porque ya han decidido anteponer su interés al interés general. Los segundos generalmente no escuchan los argumentos que les llegan desde tan abajo. Sin embargo, aquellos que estamos convencidos de la superioridad moral de la democracia y de que la calidad de la democracia depende de la participación electoral, hemos de esforzarnos especialmente por convencer a los integrantes del tercer grupo. 

Hay, al menos, tres razones para argüir. La política organiza los asuntos públicos, y la democracia constituye la única garantía de que tal organización responde a los valores, los intereses y la voluntad de la mayoría. Tal garantía importa especialmente a quienes no tienen otros poderes para hacer valer sus valores, intereses y voluntades. Con más participación, se fortalece la democracia. Con menos participación, se debilita la democracia.

Los 14.000 ultras nostálgicos del franquismo que llenaron la plaza de Vistalegre hace unos días van a ir a votar, con toda seguridad. La derecha cuenta siempre con la mayor tendencia al abstencionismo entre el electorado progresista. Por tanto, a mayor desmovilización del voto progresista, más posibilidades para la hegemonía política de la derecha. 

Tal hegemonía suele traducirse en medidas contrarias a los derechos y libertades de los trabajadores y las clases medias. Por poner solo un ejemplo, esta realidad tuvo una dolorosa comprobación durante la gestión de la crisis económica de 2008. Y ahora también se esperan curvas en el panorama económico internacional. 

El enfado ante la repetición electoral no solo es legítimo, sino explicable. Ahora bien, no es lógico ni justo repartir los reproches de manera generalizada e indistinta. No todos los actores políticos han tenido el mismo comportamiento ni tienen la misma responsabilidad en el bloqueo. No podemos admitir el mismo reproche aquellos que votamos a favor de la investidura del candidato respaldado mayoritariamente el 28-A, que aquellos que impidieron su designación. Un enfado traducido en abstención puede beneficiar precisamente a quienes promovieron el bloqueo. La mejor forma de traducir ese sentimiento legítimo en algo positivo para el interés general es el ejercicio claro y contundente del voto. 

Resulta especialmente llamativa la campaña emprendida por algunos actores políticos y mediáticos intentando acallar voces, al parecer, incómodas, que llaman a la participación politica y electoral.

El presidente de la Fundación Sistema, José Félix Tezanos, lleva toda la vida opinando y escribiendo, en artículos y en libros muy celebrados, acerca de las vías para mejorar la calidad de nuestra democracia. En estos días de efervescencia política, como es lógico, también ha expresado públicamente sus consideraciones, de manera fundada y respetuosa, como hizo siempre.

Sin embargo, algunos actores políticos y mediáticos han planteado denuncias públicas e, incluso, han emprendido acciones legales ante la Junta Electoral, con el fin de anular o limitar el legítimo ejercicio de la libertad de opinión y de expresión de José Félix Tezanos. Sorprendentemente, consideran como inaceptables sus escritos a favor de “soluciones para afrontar la funcionalidad democrática en la era de las mayorías fragmentadas”, o su criterio favorable a “concentrar el voto en aquellos partidos que hoy por hoy puedan gobernar”.

Aducen, falsamente, que con estas manifestaciones, se quiebra el deber de neutralidad del Presidente del CIS, cuando no ha pedido el sufragio para ningún partido en concreto. ¿Qué tiene de malo demandar soluciones para el bloqueo institucional? ¿Hubiera sido lógico pedir lo contrario? ¿Qué tiene de reprochable proponer el voto para las formaciones que pueden gobernar? ¿Acaso alguno de los partidos denunciantes se presenta a las elecciones con la renuncia expresa a gobernar? ¿Qué sentido tiene esto? 

El partido Ciudadanos ha pedido expresamente a la Junta Electoral que a José Félix Tezanos se le impida todo tipo de “declaraciones, manifestaciones o juicios”. Resulta preocupante que estos dirigentes políticos y opinadores pretendan acallar a quienes mantienen posiciones distintas a las suyas, al parecer. 

En democracia, a las puertas de una convocatoria electoral, solo cabe alentar la participación y el voto. Promovamos el voto libre y democrático ante los abstencionadores por cálculo, por depresión o por enfado.

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