viernes. 29.03.2024

¿Todos iguales?

Cuando se habla de políticos, es muy frecuente oír una conclusión dolorosa y según mi visión, absolutamente inexacta: “todos los políticos son iguales".

Cuando se habla de políticos, es muy frecuente oír una conclusión dolorosa y según mi visión, absolutamente inexacta: “todos los políticos son iguales". Y a este concepto se unen otros que producen todavía más escozor: todos aspiran a tener poder y a robar.

A la hora de las encuestas sobre intención de voto, muchos contestan desde este prejuicio acrítico, como un dogma hueco de contenido, pero asimilado por aquello de que es un tópico que a base de ser repetido se asimila como una verdad incontestable. Todo tópico, decía Unamuno, implica un fondo de verdad. También, digo yo, en el terreno político. Todos los aspirantes a presidir un gobierno de la escala que sea, ponen por delante el servicio a los ciudadanos y la gran responsabilidad que se asume cuando se logra la meta de la elección. Todos se sienten abrumados por la responsabilidad adquirida y aseguran desempeñarla para ser el presidente de todos los españoles, de todos los andaluces o de todos los riojanos. Pero en la campaña electoral uno contempla el vuelo de los cuchillos como esas hespérides que cruzan el cielo de ciertas noches y que embelesan a los terrícolas. Y entonces la reflexión está servida: ¿viven los aspirantes su ascensión al cargo como una pesada cruz o aspiran al ejercicio del poder porque el poder erotiza, porque colma los apetitos de dominio, el deseo de estar por encima de los demás?

Le reconozco a Unamuno su análisis (nunca me atrevería a llevarle la contraria a D. Miguel) y su lúcida conclusión de que en el fondo del tópico existe un sustrato de verdad. Y a la luz de ciertas conductas, uno llega a pensar que también para algunos políticos todo es igual. De ahí que el transfuguismo esté al corriente de pago y resulte comprensiblemente lógico. Algunos emigran desde la verdad absoluta de los principios defendidos hoy y esgrimidos como dogmas concluyentes, a otros postulados para convertirlos a su vez en verdad absoluta y en principios considerados axiomas capaces de ser estampados contra aquellos que significaban el no va más de la propia existencia.

No daré nombres. Ustedes los conocen. Digamos a modo aclaración que por ejemplo U.P.D. ha defendido principios que echaban en cara que deberían ser defendidos por el PSOE y les recriminaban que no lo hiciera. Y que debería sonrojar a los militantes socialistas lo que defendía en solitario desde el partido de Rosa. Pero a la hora de sentirse incómodos en UPYD porque a uno no le asignan electoralmente el puesto al que aspiraba, abandonan los dogmas ahora vacíos y se abrazan a un PSOE del que ya no se avergüenzan por no defender lo que antes le echaban en cara.

Las diferencias entre PSOE y Ciudadanos es más que evidente. Quien defendía los postulados socialistas e impugnaba los de Ciudadanos, no entiendo cómo puede haber sufrido una caída del caballo, una conversión que le lleva a criticar  los principios que defendían y abrazar los que criticaban.

Llegan algunos políticos a la conclusión a la que se han apuntado muchos ciudadanos haciendo equivalencias y asignando igualdades a unos y otros. Esos tránsfugas proclaman implícitamente que todos son iguales por su ideología, por sus ansias de poder y por sus aspiraciones económicas. Que no son los ciudadanos que les eligen los destinatarios de sus desvelos, que no les preocupa lo más mínimo esa responsabilidad de la que hacen estandarte, sino que sólo buscan embriagarse de esa erótica que tan de moda estuvo en tiempos de Felipe.

Uno recuerda aquellos tiempos sin política. Tiempos de sable, pistola en la nuca y cunetas con ideales fusilados. Uno lleva heridas en el alma de cuando los grises, de cuando era pecado el beso en un parque porque los obispos también vivían cara al sol con la camisa nueva, cuando era subversivo leer a Sartre, a Neruda o a Federico. Cuando se nos condenaba al infierno por mirar muslos limpios de primavera, escotes con montes ocultos o labios con palmeras en el cielo de una boca.

Y llegó la muerte. Un veinte de Noviembre. Y las aceras se poblaron de jazmines y geranios de alegría. Y la libertad alternaba por las noches con Serrat, con Aute, con Paco Ibáñez. Y pudimos tutear a Europa y amar a nuestros hermanos sudamericanos y situarnos entre los países que se habían liberado de una esclavitud bochornosa.

Pudimos inaugurar la política. Y sentir el gozo de votar, de elegir a nuestros gobernantes, de sembrar distintas formas de pensar. Había llegado la democracia. Con el tiempo, hay ciudadanos que opinan que todos los políticos son iguales porque son iguales las metas prostituidas que buscan. También con el tiempo, ciertos políticos identifican poder, dinero, honores con política despreciando metas e ideologías que debían ser los guías de sus aspiraciones.

¿Todos los políticos son iguales? Me niego a suscribir una respuesta afirmativa. A los aspirantes a puestos de responsabilidad y a los ciudadanos les ruego que cambien sus horizontes y su mentalidad.

¿Todos iguales?