viernes. 19.04.2024

Mariano se va al mercadillo

Basta con ir al rastro y las elecciones se ganan con votantes de orden y gente sumisa como dios manda.

En aquel tiempo había un cuaderno azul. El color no parecía elegido al azar. Aznar lo usaba para apuntes sin mayor importancia. Por ejemplo los nombramientos de ministros, de secretarios de estado, de subsecretarios. Eran asuntos menores porque el milagro, el único milagro era él. Los demás eran adoratrices. Tan es así, que Aznar escribía con el dedo en su cuaderno azul. Y un día anotó con su índice: MARIANO. Sólo puso Mariano, sin apellidos, porque así podía cambiar de opinión sin ni siquiera modificar el nombre.

Mariano se circunscribió definitivamente en Rajoy Grey. Este es mi hijo amado y en él cifro mi alegría. Ya teníamos mesías salvador porque Aznar tenía que dedicarse a la salvación universal del planeta y aprender inglés en los ratos que dejaran libres las guerras programadas y las conferencias de estadista urbi et orbi que redimirían al mundo.

Mariano se presentó a las elecciones y las perdió. Aznar entonces comenzó a  mirarlo con ojos de buitre en los congresos y terminó por esquivarlo sin ni siquiera guardar la cortesía que merece un hijo amado convertido en hijastro. Mariano ya no era lo que había sido, aunque nunca había sido nada frente a los hilillos de plastilina del Prestige. Había rotado por diversos ministerios, pero sin pena ni gloria. Sólo se le recordaba porque su barba iba blanqueando, se iba haciendo más viejo.

Mariano ganó las elecciones. Y lo llevaron en silla gestatoria hasta Moncloa. Le dio un corte de mangas (otros dicen peineta copiada de su amigo Bárcenas) a su padrastro y empezó (eso nos aseguró) a presionar a Europa. Le sorprendió que el país estuviera tan mal. Despistado como era, se le había ido el tiempo de oposición en leer el Marca y no se había percatado que el país no existía. Estaba mal la sanidad, la educación, la dependencia, las pensiones, el paro. Y sobre todo la banca. Zapatero había hundido el país Y mariano y Cospedal y Floriano y Soraya sin enterarse. Y Aguirre primera de Madrid y quinta de cazatalentos sin darse cuenta de nada. Rajoy tuteaba a la troika, Merkel era una amante, Europa se postraba a sus pies. Y Rajoy, sin que nadie se lo impusiera, porque él era soberano, hizo una reforma laboral que crujió la relación empleado empleador, volcó grandes cantidades de dinero en las cajas de ahorro, no se preocupó de los desahucios, permitió que sus dirigentes autonómicos entregaran a empresas privadas la sanidad, autorizó a Wert a dejar sin enseñanza al pobrerío, cortó el suministro a la dependencia, incumplió sus promesas electorales, y sobre todo no atajó con fuerza la corrupción que crecía a su lado sin prestarle la más mínima atención y permitiendo que sus colaboradores en las distintas autonomías hicieran la vista gorda ante los robos de sus políticos más cercanos.

Las últimas elecciones a alcaldías y autonomías tiraron por el suelo al Partido Popular. La sociedad estaba pidiendo nuevos estilos. Rajoy no supo ver que los ciudadanos querían una regeneración consistente en nuevas directrices políticas y pensó que lo que deseaban era un ramillete de caras nuevas. La ciudadanía no pretendía cambiar unas caras por otras, sino que exigía un vuelco ideológico que tuviera en cuenta el abismo que bajo este gobierno se había abierto entre ricos y pobres en el que la crisis ha servido para que aumente considerablemente el número de millonarios a costa de que suba exponencialmente el número de pobres.

Pero Rajoy estaba ensayando ante sus asesores la canción de su economía creciente para el bienestar de todos. Y la economía era la morena que pisaba con garbo, que voy a hacerte un relicario con el trocito de mi crecimiento…Y desde el palco con habanos de Cuba hasta el tendido sufriente de sol, todos aplaudían. Y él era casi milagro, como el del cuaderno azul, su padre putativo, el emperador que habla inglés como moneda mercantil. En un descanso se fue al mercadillo. Encontró a un imputado (no le fue difícil), a un muchacho que despreciaba los huesos triturados por las dictaduras y que ahora estrenaba sonrisa y dentadura, a un motero que sabía llevar la maleta hasta Bruselas y poco más. El del mercadillo le regaló dos o tres caras más, con el lifting recién hecho y Mariano le pidió que se lo envolviera todo en papel de regeneración. Se lo enseñó a los ciudadanos a través de un plasma de segunda o tercera mano y se durmió tranquilo. Los votantes se olvidarían del peligro de los chavistas, de las camisas de Alcampo, de las chicas que enseñan sus tetas en una capilla y le aclamarían por los siglos de los siglos.

No hay nada como un mercadillo, pensó. Basta con ir al rastro y las elecciones se ganan con votantes de orden y gente sumisa como dios manda.

Mariano se va al mercadillo