jueves. 18.04.2024

España es un juzgado

España no es un país. Ya no es piel de toro. Son cuatro paredes plagadas de estanterías. Es un inmenso juzgado...

Cuando yo era pequeño se decía que España era una península encuadrada entre los Pirineos, los mares que le ceñían la cintura y el sur despreciado de Africa. Por esto último era una ofensa que alguien dijera que Africa comenzaba en los Pirineos.

Hoy no sé cómo se define España. Uno va perdiendo aquel patriotismo barato, inútilmente orgulloso, sobrepuesto como un celofán adulterado por el franquismo. Hoy ser antipatriota es una ofensa y ser patriota un desprestigio. Y uno, que ha ido ensanchando los límites de su propia existencia, va olvidándose de definiciones geográficas, accidentales por tanto, para buscar la entraña que nos defina como habitantes nacidos en esta tierra de sol y playa. Aquellos bikinis rubios, aquellos pechos al aire que reprimía la guardia civil nos abrieron a Europa. Felipe y Morán nos arraigaron en ese mercado grande que ahora llaman Unión Europea y limitamos con la prima de riesgo, la crisis, las burbujas inmobiliarias y los rescates bancarios que nos destrozan la sanidad, la enseñanza, la dependencia y nos instalan bajo la órdenes de una alemana  de pantalón ancho y chaquetas infumables. Ya no sé lo que es España y si soy sincero, tampoco tengo mucho interés en saberlo.

Pero últimamente detecto que no dependemos de bikinis suecos, de pechos rubios al aire como banderas. Que nos hemos desentendido de la Europa de Marín, Morán y Felipe y nos hemos convertido en un inmenso juzgado. Sí. España es un juzgado. Los españoles vivimos las 24 horas del día entre las paredes de un juzgado, los legajos de un juzgado, vestidos de toga y alimentándonos con las tasas judiciales gracias a un Gallardón que es consultor de Madrid por la gracia de Dios que le regala miles de euros mensuales como pago merecido al intento de arrancar derechos femeninos y a la cruzada cristiana de defender a los no nacido para matar de hambre con la conciencia tranquila a los que andan por esos mundos.

Ahí está Pujol, Bárcenas, Gúrtel, tarjetas negras, Urdangarín, Cataluña. sobresueldos, Blesa, Rato y compañía, sindicatos por Andalucía, por Minería, prevaricaciones ejercidas o buscadas judicialmente, virus en manos del Fiscal General del Estado, cursos de formación, Valencia floreciendo Cotinos, Camps, Baleares con Matas por cárceles segovianas, Eres sureños con dinero desparramado a gusto del consumidor…

España no es un país. Ya no es piel de toro. Son cuatro paredes plagadas de estanterías. Es un inmenso juzgado donde estremece vivir porque puede presentarse la guardia civil, esposar a la España entera y meterla en un furgón policial camino de una cárcel infinita,  condenada a una  pena de una eternidad y un día y a una larga indemnización a la historia.

Cuarenta años estuvimos en la cárcel con un carcelero instalado en El Pardo. Por el 75-noviembre estrenamos vida a costa de la muerte, de la tromboflebitis, de aquella central eléctrica que era el cuerpo del dictador con el Marqués de Villaverde como accionista mayoritario, fotógrafo vendido a Interviú y con una Carmen-hija huyendo con joyas y medallas manchadas de sangre, de nucas disparadas y de cunetas infames.

Le pusimos música alegre a la democracia, cantamos el espíritu de una Constitución, sembramos las aceras de libertades de todo tipo, de expresión, de reunión, de derechos hasta entonces pisoteados, vimos crecer hijos con la fuerza que siempre da el futuro, nos hicimos responsables de la historia. Nos abrimos a ideas nuevas. Inauguramos la amistad con otros pueblos. Nos abrimos de par en par para que nos fecundara el gozo de construir el mañana.

Y de repente, como si todo hubiera sido un sueño erótico e imposible de adolescente nos despertamos en el suelo frío de un juzgado, de un inmenso juzgado. Olemos a podrido. Se nos ha descompuesto, por esa humedad verdosa y repugnante, nuestra dignidad. Hay un tufo a descomposición. Apesta a mentira, a falsedad, a engaño. Uno siente la náusea, experimenta la regurgitación por culpa de la hernia de hiato, la ventosidad que repta infectándolo todo. Nos desborda la podredumbre y nos rebosa el asco.

¿Pesimismo?  Juzguen ustedes. Voy a tomarme un trago de almax a ver si domino este ardor que tiende a convertirse en incendio que ni siquiera aguantarán las paredes del inmenso juzgado que somos.

España es un juzgado