viernes. 29.03.2024

Decencia

Las opiniones sobre la idoneidad de llamar indecente a Rajoy están divididas. Yo no estoy a favor. ¿Pero encierran una ofensa o describen una realidad?

El debate resbalaba del tú al tú, del más al más. Datos aportados. Desmentidos. Cifras enconadas con otras cifras. Chantajes tapados de falsa cortesía. Frases chulescas. Si yo te dijera, pero callo porque… Y los puntos suspensivos parecen granitos de metralla brotados de una buena voluntad. Todo falso como el falso decorado. Cartón piedra, seguro, que no aguanta el peso de un cuerpo cansado. Todo falso, pero elegante.

El debate caminaba de la insinceridad a la insinceridad. Sonrisas agrias. Miradas que no miran, que no pretender ver. Adivinar más bien para saber por qué caminos de ortigas hay que conducir las pupilas del otro y oír con regodeo el crujir de los ojos rascados. Y sonrisas de feria para que el adversario dispare pero sin fusilar la alegría, porque son sonrisas huecas, de feria, sin premio.

Y de repente, como un atentado, como uno de esos kamikazes que se inmola para morir matando, con un grito supremo entre los dientes, Pedro Sánchez aprieta el detonador y retumba en todo el país: “Usted, señor Rajoy, no es decente”  Y Rajoy llamando a sus guardaespaldas, sin Moragas a mano, sin Arriola. Sin esa regeneración que encarnan Maroto y Pablo Casado, vírgenes concebidas por el nuevo PP sin romperlos ni mancharlos. La angustia de pensar que a lo mejor ya no es presidente. Pero eso es imposible. Soy presidente, aunque Mas me ignore y pretenda llevarse a Cataluña a escondidas. Sigo siendo presidente porque aseguro sin rubor que Bárcenas ha devuelto todo el dinero que se llevó. Porque esta afirmación sólo la puedo hacer si soy presidente. Y ahora viene este muchacho, grita que la presidencia es grande y se destruye, estoy seguro que se destruye, cuando todo un país se esconde ante quien es capaz de hacer estallar el cinturón y volar por los aires al pronunciar esa metralla: “Usted, Señor Rajoy, no es decente”

D. Mariano debió sentir ganas de devolver idéntica bala. Pero su responsabilidad de presidente se lo impidió. El, que sabía mantenerle la mirada a Merkel y que era capaz de no dejarse presionar por la Unión Europea, sino que por el contrario, era él quien presionaba a Europa, reaccionó sin acudir a sus asesores, ni al Cesid, ni siquiera a los GEOS. Se armó de valor y mientras se desangraba en su indecencia, le gritó: “Es usted ruin, mezquino y miserable”

Y dio por lavado su honor.

Los líderes de la oposición saben muchos secretos del gobierno al que se oponen. Es frecuente que el presidente de turno llame a ese líder y le comunique algunos de los aspectos por los que pasa el gobierno que preside. Y esta comunicación versa sobre todos los aspectos importantes de la vida del país: un ultimátum de Europa, un comunicado de Merkel, la posibilidad de un atentado, la necesidad de hablar con los terroristas…Por tanto el líder de la oposición no es inocente de la marcha de un país.

Las opiniones sobre la idoneidad de llamar indecente a Rajoy están divididas. Yo no estoy a favor. ¿Pero encierran una ofensa o describen una realidad? Rajoy fue líder de la oposición y por tanto conocedor en profundidad de muchos de los aspectos importantes que afectaban al país durante el gobierno de Zapatero. No obstante, cuando llegó a la Moncloa, y todavía hoy, nos asegura que desconocía el estado de la economía. Prometió no subir impuestos, crear, por lo menos intencionalmente y según González Pons, tres millones de puestos de trabajo, no recortar ni sanidad, ni educación, ni pensiones, atender a los desempleados de larga duración, incrementar la ayuda a dependientes, acabar con la corrupción, mayor presupuesto para atender a las mujeres manchadas por la sangre del desamor. “Nadie ofrece tanto como el que piensa no cumplir”  decía Quevedo

Pero Rajoy accedió al poder virgen, sin que lo penetrara la maldad libidinosa de Zapatero. Y cuando quiso cumplir sus promesas, la herencia recibida e ignorada lo convirtió en mártir. Tomó entonces conciencia de que la verdadera presidenta de España era Merkel, un antiguo amor del que volvió a enamorarse y cuyos deseos eran órdenes para él. Y por aquel enamoramiento y sus consecuencias, hoy Pedro Sánchez le llamaba indecente, porque ya no le importaba España sino que se había ido con otra dejando al país con hambre, con paro, con jóvenes que se iban del hogar, con científicos huidos a universidades que les pagaban, con jubilados convertidos en auxilio social, con enfermos con precio y etiqueta de mercancía.

Y ahora, vuelta a prometer. Empleo, sanidad, pensiones que devuelvan la alegría de ser viejo, bajada de impuestos, creación de empleo a mansalva, atención a mujeres maltratadas, comedores escolares, ayudas a desempleados…

La indecencia no consiste sólo en apropiarse dinero. Es más dura la indecencia de promesas hechas cuando se es consciente de que no van a cumplirse, cuando se afirma que todo lo que se dijo en dos mil once se ha llevado a término. Cuando se afirma, contra toda evidencia, que todo está cumplido y que todo se cumplirá, es que uno se ha afincado en el Gólgota de la ignominia y hasta se ha acostumbrado a vivir en él.

Cumplir y hacer cumplir la Constitución con la voluntad expresa de no hacerlo es prevaricar, instalarse en la indecencia y hasta vivir en ella con el gozo de presidir la infamia de hundir a un pueblo para un plazo largo.

Decencia