jueves. 28.03.2024

Confieso mi ignorancia

Confieso que me admiran los tertulianos televisivos o radiofónicos. Los que formaron una opinión ayer sobre economía en un mundo globalizado y sentaron cátedra...

Se me va la vida en preguntar. No es humildad. Es honradez confesar la propia ignorancia. El ser humano es una pregunta sobre sí mismo. Las respuestas las dejo para quienes tienen soluciones para crear berenjenas y arreglar las hipotecas basura

Confieso que me admiran los tertulianos televisivos o radiofónicos. Los que formaron una opinión ayer sobre economía en un mundo globalizado y sentaron cátedra sobre la necesidad de vivir en una aldea grande donde todos dependen de todos, hablan hoy y sientan cátedra sobre la fecundación in vitro o la cercana curación del infarto mediante células madre. Me admira el vasto conocimiento, la variada capacidad de desbrozar diversos temas con la seriedad de quien sienta cátedra en todos los quehaceres políticos, económicos, médicos, medioambientales, etc.

Admiro, envidio y me deprime a continuación enfrentarme a mi propia ignorancia. Confieso que no sé casi nada de casi nada. Pero se me ha desarrollado un olfato que me lleva a percibir, no cómo deben ser las cosas, sino cómo no deben ser. Un día me enfrenté a un catedrático y le espeté en su cara que no era correcta la enseñanza de la asignatura que impartía. Le puse la respuesta en la boca: “le cedo el puesto e imparte usted la asignatura como debe ser”  Y puso una sonrisa a media asta pensando para sus adentros que me había dejado tumbado en la lona. “Si yo supiera lo que debe saber usted, doctor, yo estaría en su puesto. Soy simplemente un alumno y sé lo que no debe ser. Usted ocupa una cátedra porque debe saber cómo debe ser” Y tras  este juego de palabras, me dio una matrícula a fin de curso.

Confieso que me desbordan muchos temas. Me viene grande la economía y sus filiales, como la prima de riesgo, el bono a diez años, la bolsa, el PIB frente a la deuda. Me sobrepasan términos como deuda soberana, fondos buitre, especuladores de ochenta años que quieren levantar en Madrid enormes complejos donde ganarían millones transgrediendo los derechos de los trabajadores mientas sus hombres de confianza encargan un féretro de caoba con interconectividad telefónica y una parcela soleada para que su muerte se ponga morena. Y no entiendo que un chino se compre el edificio de España y miles de hectáreas a las afueras de Madrid para conseguir la expansión infinita de su dinero amarillo traducido a dólares americanos con lo lejos que está China y los problemas que va a tener para ver un partidos de fútbol del Atlético de Madrid. Confieso que me pierdo y me da miedo que en esa maraña nadie me encuentre y me muera sin que mi familia me eche en falta.

No sé cómo tienen que ser muchas cosas. Pero algo me dice cómo no tienen que ser. Los países del sur de Europa están por lo visto enfangados de deudas y tienen que pagarlas como se pagan las deudas del amor. Dada la crisis (crisis es por lo visto un eufemismo para nombrar la estafa), los pueblo del sur no pueden cumplir con el pago de esa deuda si no es dejando en la cuneta a los  enfermos, convirtiendo el trabajo en esclavitud, tronchando el futuro de la juventud, haciendo de los jubilados simples viejos que deben morirse porque sus vidas afectan al PIB, convirtiendo la emigración de maletas de cartón en movilidad exterior, privando de vivienda a aquellos a los que se ha empobrecido con conciencia decidida de empobrecerlos, prefiriendo el hambre a no rendir pleitesía a las fuerzas económicas, ayudando a la banca a prosperar aunque sea subiéndola encima de las espaldas de los pobres. Cuando alguien olfatea que esto es así de real, de dolorosamente real, esos que lo aben todo lo tachan de populista y demagogo. Los gobiernos, dicen, se han comprometido al pago de la deuda contraída y a los intereses que conlleva esa deuda.  ¿No se han comprometido –pregunto desde mi confesada ignorancia- a velar por un estado de bienestar donde los ciudadanos disfruten de una vida digna, que considere que los enfermos son pacientes y no mercancía, que el trabajo debe ser una fuerza liberadora y no una esclavitud legalizada, que los viejos se han ganado el gozo de su jubilación, que los jóvenes tienen derecho a la esperanza y no simplemente a la espera?  

Se me va la vida en preguntar. No es humildad. Es honradez confesar la propia ignorancia. El ser humano es una pregunta sobre sí mismo. Las respuestas las dejo para quienes tienen soluciones para crear berenjenas y arreglar las hipotecas basura.

Perdonen mi ignorancia.

Confieso mi ignorancia