sábado. 20.04.2024

Busco cara dura discreto

Dicen que antes los carteristas eran gente muy profesional, que daba gusto porque robaban con arte, con ingenio, hasta con delicadeza.

En principio parece difícil encontrar lo que busco. Los caras duras no suelen tener como cualidad la discreción. Dicen que antes los carteristas eran gente muy profesional, que daba gusto porque robaban con arte, con ingenio, hasta con delicadeza. Se llevaban tu cartera, pero no te rozaban el botón trasero cuando la guardabas en el pantalón ni te rajaban la chaqueta cuando no la separabas de tu corazón. Ser carterista era un arte. Eran discretos y hasta elegantes. Te podías fiar porque buscaban exclusivamente tu billetera, pero sin la intención de hacerte daño alguno. Era costumbre que las mujeres guardaran el dinero atado en un pañuelo junto a un pecho o en la ingle. El ladrón robaba sin que ellas sintieran el menor escalofrío.

Hoy es distinto. Le dan un tirón a la señora que acaba de cobrar su pensión de quinientos euros para cinco de familia y si no suelta a tiempo el bolso la arrastran y como propina le arrancan el collar que le regaló el marido cuando aquella boda de pueblo con jamón-jamón y pan blanco que un día es un día. Los ladrones han perdido su cortesía, su delicadeza y hasta su decencia. Los ladrones ya no son gente honrada.

Ahora llevan chofer, traje Armani, se perfuman con loewe y un señor uniformado les abre la puerta del Mercedes o el Ferrari. Han perdido muchas cualidades, pero han adquirido dinero. Algunos vienen de “buena familia” (así llama mi suegra a los adinerados, herederos de cortijos y grandes firmas comerciales) Los ladrones no son pobres que necesitan un pan caliente y un dos simón áspero y un poco agrio. No fuman celtas sin filtro sino puros cohíbas traídos de una dictadura que detestan porque todo es perverso menos su tabaco. Los ladrones actuales tienen tanto dinero que viven con el miedo de una disminución pecuniaria y experimentan una necesidad compulsiva, a veces patológica, de almacenar más y más. Los que se llevan el dinero a escondidas a paraísos fiscales no ven suficientes diez o quince millones de euros. Necesitan afianzar su vida en los cuarenta, cincuenta y así hasta el infinito.

Y sobre todo han cambiado los métodos del robo. Nadie guarda el dinero en una teta o en su ingle. Nadie de los buenos roba un collar de fantasía o una macarena colgada al cuello por aquello de la buena suerte. Eso queda para los rateros de poca monta. Ahora saben que el gran dinero está en bancos y se roba con tarjetas de plástico fruto de la tecnología más sofisticada. Bankia sabe de esto. El dinero reside en las privatizaciones. Con el laudable fin de mejorar la marcha de empresas importantes, estos ladrones con guantes de seda piden, exigen, que se entregue su gestión a la sabiduría empresarial de la CEOE o CEPYME. Sus dirigentes sí que saben llevarlas a la plenitud del rendimiento económico para quedarse con los beneficios que esa buena gestión produce. Esta actitud conlleva un desprecio por los actuales directivos de esas empresas públicas porque son conscientes de que ni la sanidad ni la educación deben ser rentables ni repartir beneficios a final de ejercicio. Hay más. El director de un hospital público es, según esta teoría, un ineficaz gerente, mientras que ese mismo director nombrado por los empresarios pasa ser por un milagro de Rossell un hombre de provecho que permite ganancias a repartir entre el accionariado. Incomprensible, pero real.

Me temo que cuando los empresarios quieren quedarse con la sanidad y la enseñanza es porque, implantando como criterio supremo el dinero y no el enfermo o el educando, se dejará a un lado la bondad de la salud o la educación con tal de conseguir una rentabilidad infame donde paciente y educando pasan a ser mercancía y elementos productivos.

Estos empresarios no son caras duras discretos. No se apropian de lo público mediante artimañas elegantes y sofisticadas, delicadas incluso, como los ladrones antiguos. Proclaman su avaricia vergonzante en los hoteles de lujo donde se reúnen en un “desayuno de trabajo”. No sienten rubor y proclaman a los cuatro vientos la miserable aventura que pretenden sin esconder su voluntad explícita de sacar beneficios, y cuantos más mejor, haciéndose cargo del dolor del enfermo y del futuro del educado. El negocio está por encima de todo y el sufrimiento, la muerte y el mañana son sólo fuentes de riquezas para unos pocos a costa de la frustración de una parte sufriente de la sociedad.

No. No son discretos. No cumplen el requisito que expresaba en el título de este artículo. Diógenes buscaba a un hombre. Yo busco un cara dura discreto y me temo que no lo encontraré. Hoy llevan la frente muy alta. No les importa caminar pisándose el alma.

Busco cara dura discreto