viernes. 29.03.2024

Apología del terrorismo

Seis días del año nuevo y dos mujeres asesinadas y los gobiernos dispuestos a suscribir un pacto como si eso garantizara la imposibilidad de un crimen.

Escribo un seis de enero. Todavía andan por ahí los Reyes Magos tomándose un chocolate con churros para despegarse del cansancio que provoca la magia. Los niños estrenan el asombro de la inocencia y los mayores aparcamos por unas horas la falta de trabajo, la hipoteca y la amenaza del jefe.

Seis días del año nuevo. El país cubierto de tormenta política. El gobernador que lo gobierne buen gobernador será. Pero por ahora todo depende de pactos, de conversaciones mezcla de acuerdos y puñaladas, de sonrisas que se clavan en los ijares de los aspirantes a una presidencia, a un puesto en el Congreso de los diputados con tablet, móvil y cartera del piel.

Seis días del año nuevo y dos mujeres asesinadas por esos labios que las colmaron de besos, esas manos que acariciaron su piel, ese macho (lo de hombre está por verse) que colaboraría para traer al mundo sonrisas de niños hermosas como juguetes de reyes magos.

Las trece rosas de entonces crecieron hasta hacerse ramo de cincuenta y tantas en 2.015. Los años se superan en un sprint de sangre, de odio, de fusilamientos al amanecer. Porque el tirano (lo de hombre está por verse) sigue ahí, clavando frustraciones, proyectando en la madurez gritos aprendidos de padres que mataron la cálida voz de la madre. Y matan. Y la sangre de mujeres de todas las edades se vuelve coágulo morado ante la mirada de unos chavalines para siempre huérfanos que cada comunidad autónoma guardará en el equivalente a los hospicios de entonces. Ahora no son generales, ni generalísimos por la gracia de Dios. O sí, un poco sí, porque hay príncipes de la Iglesia que comprenden y disculpan el cuchillo  que acaba con la sangre de las mujeres derramada en la cocina, en el salón, en la cama del amor. Caía entonces sobre los ladrillos de una prisión humillante, contra las tapias de un amanecer o en las cunetas de las afueras de un pueblo. Para ella no terminó la guerra ni la más dura dictadura. Quedan quipos que animan a que demuestren que los hombre de nuestra patria, son machos, muy machos.

Dos mujeres estampadas contra la muerte. Los gobiernos dispuestos a suscribir un pacto para evitar ese desgarro. Como si los pactos garantizaran la imposibilidad de un crimen. No aportan dinero, medios, prevención eficaz. Aportan pactos que son gratis y que se rubrican con una copa de vino español y unos langostinos. No se trata de educar en el amor, el respeto, la visión de igualdad. Se trata más bien de firmar pactos ante las cámaras de televisión para que el pueblo tranquilice sus conciencias. Nadie podrá en adelante culpar a los políticos de la falta de medios para evitar la sangre inocente. Ellos han firmado un pacto, nada menos que un pacto.

Braulio Rodríguez es el arzobispo católico de Toledo. Hago hincapié en lo de católico, porque se supone que es discípulo de quien supo dar la vida por sus amigos, fue cercanía  de los pobres, comprendió que Magdalena era una mujer que había perdido la memoria del corazón, y  se acercó al dolor porque sólo de los que sufren es el reino de los cielos. Pues resulta que este arzobispo católico, como su compañero el de Córdoba, como el de Valencia y como una gran parte del episcopado español ha llegado a la conclusión de que “la mujer recibe la muerte de manos de un hombre porque ella no cumple los deseos de éste y porque pide el divorcio de un marido que la desprecia y maltrata”  y porque la mujer está destinada a la limpieza, la plancha, la comida y la apertura de piernas cuando el sultán lo desee.

Que figuras relevantes del episcopado español culpabilicen a las mujeres de sus propias muertes, que “comprendan” ese feminicidio y que hasta cierto punto justifiquen esos crímenes, me parece que es una evidente apología del asesinato y que como tal deberían caer sobre ellos las mismas penas que recaen sobre cualquier otro ciudadano. Cincuenta y tantas mujeres muertas en el 2.015 es obra de auténticos terroristas. Comprender, disculpar y hasta casi justificar semejante derramamiento de sangre es propio de grupos terroristas organizados. Y en consecuencia la ley no puede exculpar a nadie con el argumento de la libertad de expresión (de la que no gozan otros ciudadanos), ni porque la Iglesia tiene sus propios criterios.

Que nadie me tache de anticlerical. Y que nadie confunda jerarquía y cristianismo.

Me duelen las mujeres como me duele la primavera destruida por la embestida de una tormenta injustificada.

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