viernes. 29.03.2024

La marca ‘Catalunya’

Es posible que la pérdida de reputación de la marca Catalunya responda a nuestra realidad política, económica y social que, como sabemos, no es para envidiar...

La marca Catalunya ha perdido valor. Hoy tenemos menos reputación

Sabemos del valor que tiene la marca para un producto y, derivado de ello, la reputación para una empresa, entidad u organización. Dicen que es más fácil convivir con la mala conciencia que con la mala reputación. Por algo será. La marca es la portadora de la personalidad con la que la sociedad reconoce los valores positivos y los defectos de una entidad. En gran medida, se expresa con estereotipos muy eficaces. Así lo indican los estudios de mercado en sus investigaciones, que muestran los conceptos con los que se relacionan. Da igual que sea una bebida, un banco, un coche... o un país.

La marca no es otra cosa que las dos palabras que la gente usa para definir algo o alguien. Por ejemplo, si se habla de Italia, el 80% de las personas identifican al país con diseño y picardía; Francia con glamour y buena vida; o Alemania con tecnología y rigor. Se puede recorrer el mundo poniendo etiquetas y adjetivos a países que, en el fondo, son la marca con la que se identifican.

Por este motivo, aquella empresa que aspira mirar al futuro es conocedora del valor de su marca y el papel que juega una buena gestión de los contenidos de su responsabilidad social corporativa (RSC). Está presente en el conjunto de departamentos y secciones de la compañía. Es de capital importancia tener una relación leal y fluida con todas sus partes implicadas: accionistas, clientes, proveedores, trabajadores, etc. Por ello, toda organización, entidad o empresa que mire hacia el futuro sabe que la reputación es frágil y que no basta con haberla tenido buena o ser el líder del sector de ayer. Hay varias preguntas que se deben hacer de forma permanente: ¿Cómo nos ve la sociedad, clientes o trabajadores, entre otros? ¿Qué tenemos para mejorarla? Las respuestas a estas cuestiones se convertirán en los planes e hitos que evaluarán luego su progreso.

Ahora, cuando una parte importante de los ciudadanos de Catalunya aspira a salir al mercado con marca propia, sería muy útil preguntarnos cuál es el valor y la reputación de la marca Catalunya. ¿Con qué valores se nos identifica? ¿Cómo nos perciben el resto de españoles? Al mismo tiempo, se debe tener en cuenta que a un número importante de mis conciudadanos no les preocupa ni interesa lo que puedan pensar los españoles de nosotros.

Si siguiéramos las pautas y la metodología de RSC de una empresa que sabe que su futuro depende en gran medida de su relación con sus partes interesadas e implicadas, los españoles serían una de las más importantes del análisis. Catalunya es la empresa y sus vecinos unos accionistas muy relevantes en su economía y los proveedores y clientes más importantes que tiene.

Importa, claro que importa (y mucho) el valor y la reputación de nuestra marca, con qué valores se nos identifica a los catalanes. Es relevante conocer si hemos mejorado en los últimos años y superamos finalmente viejos estereotipos. El resto de España ha cambiado mucho y la población catalana en relación a ellos creo que más. Si aún usamos la terminología de la RSC, deberíamos poder saber qué niveles de empatía hemos construido o deconstruido en el último periodo.

Como no conozco ningún estudio riguroso que mida nuestra reputación, recurro a mi propia vivencia personal. Hasta el febrero pasado, era secretario general de la Federación Estatal de Industrias Textil y Químicas de CCOO (FITEQA CCOO), cargo que me ha posibilitado conocer bien ese crisol lleno de matices territoriales que es España.

La experiencia durante estos años de negociar y acordar (la función principal del sindicalista) por todas las comunidades autónomas me permite afirmar que la marca Catalunya ha perdido valor. Hoy tenemos menos reputación. Han quedado muy lejos aquellas situaciones en la que si llegabas puntual a una cita, siempre había quien afirmaba: “Es que es catalán y, ya sabéis, son gente muy puntual”. O, por el hecho de cumplir y respetar con rigor lo acordado (como, por cierto, suelen hacer la mayoría de las personas que conozco) oír: “Es que los catalanes son gente de palabra y siempre cumplen lo acordado”. Y así muchas más virtudes y tópicos asociados a una buena reputación. O sea, a una marca que nos asociaba a gente rigurosa, trabajadora, ahorradora y buenos gestores.

Es posible que la pérdida de reputación de la marca Catalunya responda a nuestra realidad política, económica y social que, como sabemos, no es para envidiar. Tenemos los mismos o mayores niveles de fracaso escolar o nuestras costas, junto con las valencianas, son las más destrozadas, por poner dos ejemplos que expresan déficits estructurales.

También juega un papel crucial la indecente campaña de desprestigio de un sector de la derecha española, con ataques e insultos permanentes desde sus potentes medios de comunicación incluso públicos hacia los catalanes. Hemos visto, por poner un ejemplo, cómo estos medios celebraban unas nevadas que llegaron a bloquear nuestras carreteras o un incendio que acabó destrozando la comarca entera de Girona. Como si fueran castigos divinos al nacionalismo catalán y, por extensión, a los catalanes. No es un secreto que ese sector de la derecha española no nos quiere. Tampoco resulta novedoso que siempre han convivido mal con lo diferente, sean lenguas, culturas, religiones, o personas. Muestran su rechazo tanto a los catalanes como a los inmigrantes, homosexuales, sindicalistas o socialistas.

Por otra parte, las gentes de izquierdas del resto de España observan, algo perplejos, cómo nuestros intelectuales no rebaten esas falsas e interesadas versiones que poco a poco van adquiriendo naturaleza de verdad institucional. Entre ellas, que la guerra civil fue una contienda de la España fascista contra la Catalunya democrática y resistente. Que la expresión más radical de la oposición a la dictadura franquista parece que la encarnaron el círculo católico, los boys scouts y algunos sectores nacionalistas. Que la corrupción que existe en Catalunya es por contagio del carácter español, como ha afirmado un líder independentista de primera fila. O que no hay, ni ha habido, diferencia entre la izquierda y la derecha en relación a las libertades de Catalunya. La dialéctica está situada entre todos ellos y nosotros todos. Hechos que pueden explicar que hoy la izquierda del resto de España, unido a sus conocidas dificultades históricas de compresión del hecho catalán, cada día nos entienda menos.

Unos no nos quieren y otros no nos entienden. Por esto debemos saber que, tanto si nos vamos como si nos quedemos, si queremos tener futuro es urgente reposicionar la marca Catalunya. ¿Cómo? Sin despreciar consejos y escuchar, quizás sin necesidad de llegar del todo al sabio consejo de Juan Ramón Jiménez. El autor de Platero y yo dijo: “A la hora de pintar la pared de su casa siempre le pedía opinión al vecino de enfrente de cuál era su color preferido”. Pero sí se debería evitar presentar al vecino como el enemigo. Entre otras razones porque es, y no olvidemos que lo seguirá siendo en cualquier circunstancia, nuestro accionista, proveedor y cliente más importante.

Toda empresa responsable tiene presente cómo tiene que relacionarse con una parte implicada tan relevante. ¿Lo sabemos nosotros?

La marca ‘Catalunya’