viernes. 19.04.2024

Artur Mas o cuando la oportunidad era oportunismo

En la gestión del liderazgo existe una máxima: en el ámbito de dirección de empresas o en la política, hay un alto riesgo de embriagarse de los honores que se reciben por el cargo que se ocupa. Para ilustrarla, se recurre a la fábula que cuenta del asno que creía que el incienso quemado ante la estatua de la diosa y que portaba en su lomo, se destinaba a sí mismo.

En la gestión del liderazgo existe una máxima: en el ámbito de dirección de empresas o en la política, hay un alto riesgo de embriagarse de los honores que se reciben por el cargo que se ocupa. Para ilustrarla, se recurre a la fábula que cuenta del asno que creía que el incienso quemado ante la estatua de la diosa y que portaba en su lomo, se destinaba a sí mismo.

Algo parecido le ha podido suceder a Artur Mas al leer el sentido de la manifestación del 11 de septiembre, que provocó su decisión de disolver el Parlament, para convocar nuevas elecciones políticas, las más ‘trascendentales en 300 años’, se dijo. Artur Mas se creyó su propia escenografía: "no voy a la manifestación, pero estaré en espíritu. Y luego recibiré en el Palau a los convocantes para recoger el testigo y el mandato del pueblo catalán hacia mi persona, para dirigirlo a la independencia”. Por lo que reflejan los resultados del 25 de noviembre, parece que este no era el mandato, o al menos no era el elegido, como sin duda malinterpretó de las voces del 11 de septiembre.

También equivocó el análisis del seguimiento de la huelga general y, más en concreto, la voz de las también inmensas manifestaciones del 14 de Noviembre vividas en las plazas y calles de Catalunya. Se equivocó porque pensó que el incienso que transportaban los manifestantes era para su proyecto, cuando precisamente él era uno de los principales destinatarios de la protesta y de la indignación de las gentes. Se equivocó porque intentó presentar la protesta contra los recortes, como la expresión de la clase trabajadora y popular para su objetivo de un "estado propio".

Se equivocó porque quiso hacernos creer que la crítica de los trabajadores y trabajadoras de Catalunya a la política económica y social, por injusta e ineficiente, que día a día se expresa ante los recortes de los servicios esenciales era, en realidad, una crítica sólo al gobierno del PP de Madrid. Y quiso hacernos ver que la solución estaba en cortar amarras con España como si las políticas las definiera, como el vino, la denominación de origen, y no la ideología, la derecha o la izquierda.

Se equivocó –y es mucha equivocación– al pensar que si los recortes los hacía él en nombre del nacionalismo, se entenderían mejor y dolerían menos, porque eran para el bien del país, como hace el buen padre con sus hijos cuando les hace llorar. Se equivocó al no entender que los manifestantes rechazaban su injusta política fiscal porque impide un reparto equitativo de los esfuerzos al sustentarse exclusivamente en los sectores más débiles.

¿Y ahora qué? Pues modestia y diálogo, Sr. Mas, y despertar de ese sueño con la mirada al infinito que transmitía el cartel electoral colgado en las paredes, pretendiendo trasmitir un mensaje mesiánico. Y bajar la mirada a la triste realidad de la calle, de los hospitales, las escuelas, las fábricas, las oficinas y laboratorios. Bajar la mirada desde el infinito a la realidad de Catalunya de hoy. Ahora toca, Sr. Mas, sustituir las cosas de la política por la política de las cosas. O mejor, dimitir.

Artur Mas o cuando la oportunidad era oportunismo