jueves. 28.03.2024

Jóvenes con memoria (y sin miedo)

Por Víctor Valdés | Desde que Pedro Sánchez ganase las primarias al aparato político del PSOE, las placas tectónicas de las fuerzas transformadoras han comenzado a temblar. No es la pretensión de este texto diagnosticar si el ave fénix de la socialdemocracia implica la encarnación de un sentido político alternativo de cambio, tampoco buscar un elenco de comparaciones odiosas con Pablo Iglesias u otros liderazgos de primer nivel, es sencillamente echar la vista atrás para traer elementos, sentidos y posiciones que permitan disputar el presente.

Pedro Sánchez, con quien Pablo Iglesias se reúne este martes, ha demostrado tener una extraordinaria cintura política y una nula capacidad de consenso, lo cual no excluye que sus propuestas tengan coherencia: la propuesta de un “plan de rescate juvenil” es una maniobra virtuosa que a mi juicio concreta dos aspectos. El primero es la enorme urgencia del PSOE por reducir la fractura generacional y convertirse “de nuevo” en la más perfecta representación de los jóvenes de este país, actualmente votantes de Unidos Podemos y las confluencias. Como las casualidades en política no existen, Pedro Sánchez sabe que para regenerar “por arriba” el régimen del 78’ debe incorporar amplias capas de jóvenes precarizados, desempleados y excluidos (el proletariado urbano) que permita que la herética brecha generacional española, esto es, los hijos del post-bienestar, vuelvan a relacionarse con el PSOE electoralmente. Sin embargo, el segundo aspecto es más cortoplacista y tiene que ver con redimensionar el poder del PSOE en el campo progre, que es básicamente ganar a Podemos y las confluencias el liderazgo de la oposición al bloque de poder, que institucionalmente representa el Partido Popular, sometiendo así a Unidos Podemos a ser una fuerza subalterna.

Por todo ello, el “plan de rescate juvenil” sería un artefacto político fuerte, sí y sólo sí, el Partido Socialista no hubiese sido artífice y partícipe de las políticas que hoy condenan a mi generación al paro, a la precariedad indefinida y a la emigración masiva. Por ejemplo, una de las medidas que plantean es, con cierta sorna, acabar con el becariado y las prácticas por trabajo. Mientras que Wert en 2014 regulaba la explotación del estudiantado universitario con el Decreto 592/2014  fue el dúo Cabrera-Gabilondo, ambos socialistas, los que aprobaron e implantaron el Plan  Bolonia, donde se introducía el sistema de créditos europeo condenando al estudiantado a asumir “nuevas metodologías” de aprendizaje, como prácticas en empresas, por supuesto, no pagadas. No contentos con eso, la auténtica pelea “que nos dio el privilegio de llegar a corazones atentos y generosos en geografías cercanas y lejanas” como decían los zapatistas, fue la librada contra las exponenciales subidas de tasas que en mi generación implicaron dos cosas: que 150.000 estudiantes fuesen mecánicamente expulsados de la universidad, y que el movimiento estudiantil redoblase su apuesta creando un conflicto que duró dos cursos para evitar su implementación. La metáfora es que el PSOE sigue sin ajustar cuentas con su pasado, dado que fue de nuevo este partido quien ejecutó la contrarreforma del Plan Bolonia, dónde  se encontraba el encarecimiento progresivo del precio de las tasas.

En materia de vivienda, ese mismo PSOE que de la mano de Carme Chacón agilizó el trabajo de los fondos buitre y de los bancos, acortado los plazos de los desahucios en este país, se atreve a proponer el “impulso de políticas públicas que faciliten la emancipación”. Sin existe un lugar común a las generaciones precedentes a la mía es precisamente la devastación producida por la especulación inmobiliaria: no es solamente que queramos una renta de emancipación, es que no hay cambio real si no existe un parque de alquiler social universal para las jóvenes, arrebatando pisos vacíos (casi tres millones) a bancos rescatados con dinero público, evitando un nuevo “boom” como el acontecido en 2008.

Pero lo peor, sin duda, es el paternalismo de la realpolitik institucional, condensada en la frase “los jóvenes tienen que ser rescatados”. Es una infamia -y quizá una de las pasiones tristes de la política electoralista- situar a los jóvenes, a esos millenials que según alguno no merecían nada, en una posición pasiva. No somos sujetos pasivos, precisamente porque sabemos que sin nosotras no se mueve nada: no se moverían Deliveroo y sus repartos, no se moverían el ocio nocturno y las discotecas, no se moverían los infinitos restaurantes de comida rápida, no funcionarían las administraciones universitarias donde los becarios cubren trabajos que no les corresponden, no se movería el Telemárketing, los periódicos y las radios, no se moverían tampoco algunos palcos de fútbol donde los negocios entre élites son la norma.

En definitiva, el mejor rescate social a los jóvenes es el que nosotros mismos hagamos, eso lo aprendimos en las plazas, en las movilizaciones, con la autonomía política que nos permite imaginar un país donde el presente sea nuestro y nunca más de esos que siguiendo a Poulantzas “entre esas clases y facciones dominantes, una de ellas detenta un papel predominante particular, que puede ser caracterizado como un papel hegemónico”. El PSOE es producto de la derrota, nosotras, solamente podemos pensarnos desde la victoria. De esta, sólo salimos sin ellos.



Víctor Valdés | Integrante de Marea Joven, organización juvenil de Podemos en la Comunidad de Madrid

Jóvenes con memoria (y sin miedo)