martes. 23.04.2024

Epílogo

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Indagando en internet para recabar datos encontré, de sopetón, esta frase: “En la carta de Marchenko, dirigida a Rosh de 25 de noviembre de 1938 se habla del ruego del ministro residente inglés Stevenson en nombre de la ciudadana espola Catalina Tuñón Díaz, informar a su hijo Celestino Fernández Tuñón...

Tengo que reconocer que se me pusieron los pelos de punta. A través del tiempo aparecía la “presencia virtual” de mi abuela Catalina intentando, y consiguiendo contactar con su hijo, mi padre, evacuado en Rusia. Eso era en 1937, en plena guerra civil española, como estar en diferentes galaxias. Pero sobre todo me dio la energía para continuar, porque aquellas cosas que oía decir de niño cobraban vida y daban valor al testimonio familiar. Siempre contaron que llegaron a poder contactar con Tino a través de varias legaciones diplomáticas, entre ellas la de Londres, con mediación de la Cruz Roja.

También sirvió para autoconvencerme de que eso que escuchas de niño, pero que luego de mayor relativizas, tenía que ver con los hechos verídicos. Valga como ejemplo el de Paule, el marido de mi tía Mari; decía ella que había salvado como abogado a mucha gente en juicios militares, a fuer de dilatar los procedimientos, en los años del final de la guerra y los primeros de la posguerra, los peores. Cuando adquieres lo que se supone “sentido común” y objetivizas, dudas de si lo que te cuentan es lo que creen que quieres oír. Por internet tuve el soporte de que “su verdad” era la verdad. Me encontré con datos como los de unos juicios en Salamanca, a finales de 1936, actuando como defensor Galo Paule, con sentencias favorables a los acusados. Casi nada en la época.

Mi padre me contó poco; muy poco. Preferiría no hablar, con nosotros, de cosas tan dolorosas. Fue sobre todo mi tía Mari y los propios compañeros de la Asociación, más tarde, con lo que pude hacerme una composición hilvanada. Luego, en sus últimos años, él mismo sería más proclive a hablar, a pesar de poner una grabadora por medio, quizás consciente de que le iba quedando poco y que nosotros queríamos rescatar lo que pudiésemos de sus recuerdos, ya que teníamos que perderle a él.

Tino fue el primero de los llamados “Niños de Rusia” que retornó a España, exactamente el 7 de enero de 1942. Así se constata en el documento “Emigración Española” de A. V. Elpátiensky y sobre todo en el documento del “forfait” de los transportes de Helsinki a Madrid y del salvoconducto de la embajada. Ambos legajos los guardamos como “oro en paño”. No tanto por el valor testimonial, sino porque estuvo en sus manos en aquel largo trayecto por una Europa en guerra. Esa vuelta solo fue posible por- que, siendo combatiente del llamado “Primer Ejército Rojo”, con 17 años, fue hecho prisionero en Karelia, en algún lugar entre el Ladoga y el Onega por las fuerzas del Eje, dirigidas por Alemania. Tras un periplo por campos de concentración y prisiones finlandesas fue enviado a España por gestiones del embajador español en Helsinki: Agustín de Foxá.

Es una narración sobre Tino y su entorno. El de aquí y el de allí. Cuando murió, ignoro por qué, no pude llorar. Estas son mis lágrimas; pero no tanto por la pérdida como por la emoción del reencuentro, del eco de su voz, de su bigote ligeramente levantado hacia un lado y dispuesto a una broma ingeniosa.

Y sí, era de la familia Fernández-Miranda, de Oviedo. Eso refleja hasta qué punto España quedó partida, incluso en cada estirpe, cepa y prosapia. De tal forma que, en muchos casos como éste, hubo quien formó parte del bando franquista y otros que tuvieron que ser evacuados a otros países.

Coinciden todos los relatos en que los primeros tiempos de la guerra en el frente de Leningrado fueron excepcionalmente calurosos en el verano y prematura y extremadamente fríos en otoño e invierno. Tal parece que los hados malignos se pongan de acuerdo para aumentar los sufrimientos en las guerras, como sucedió también en la de España durante los meses de las batallas del Ebro y de Teruel.

En cuanto al combate en el que se describe que de los setenta y cuatro jóvenes españoles solo siete de ellos consiguen contactar nuevamente con sus unidades; otros veinte siguen combatiendo en la retaguardia enemiga junto con restos desperdigados de varios regimientos; y el resto hasta esa cifra mueren o desaparecen en combate, son múltiples fuentes las que atestiguan que efectivamente fueron setenta y cuatro los jóvenes españoles que estaban en ese Tercer Regimiento de Voluntarios y que solo siete pudieron volver a sus posiciones. Durante décadas se dio por bueno que los demás habían muerto. Luego supieron que hubo prisioneros, pero no se sabía con exactitud ni quiénes ni cuántos. Así lo recogen diversas fuentes: Heroísmo Español en Rusia, de Roque Serna Martínez (edición de 1981). La mayoría de ellos estudiaban y trabajaban en la Elektrosila. Se da por muerto a José Larrarte que no solo no lo estaba, sino que llegó a jugar en España en primera división de la liga de fútbol. También en varios documentos se cita a Celestino como caído en combate.

De ese grupo que siguió luchando hasta caer prisioneros; sobre los que estuvieron en ese Campo de Concentración, las “fuentes” oscilan en cifras de entre quince a diecinueve españoles. Enrique Zafra, en Los niños evacuados a la URSS, de Ediciones de la Torre (1989) dice en la página 72 que eran diecinueve, que luego fueron repatriados. Agustín de Foxá, en su artículo del diario Arriba, habla de “los quince de Nástola”. Curzio Malaparte escribe en Diario de un extranjero en París (Editorial Tusquets, 2014, página 89 a 100), que fueron dieciocho, de los cuales uno, “rubio de ojos claros”, fue enviado a España y desapareció, dejando implícito en su relato que no voluntariamente. Habla también de otro español que fue enterrado en presencia de los compañeros y del embajador. Según el cruce de información probablemente los prisioneros fueran dieciocho. El viaje relatado por Foxá a Nástola es el único del que él habla, en contraposición a los tres viajes citados por Curzio Malaparte; muy probablemente hizo un primer y segundo viaje anteriores al referido en su artículo. Si hacemos caso a Malaparte, en el segundo de ellos tramitaría la repatriación del “Rubio” y asistiría al entierro del otro joven fallecido. De los dieciocho quedaban, por tanto, dieciséis. Probablemente Foxá gestionó el traslado del más joven (a lo cual se refiere en una de las cartas a sus padres que se incluyen en el tercer volumen de sus Obras Completas).

Tino fue trasladado del campo de concentración del frente, próximo a la pequeña aldea de Kannas-Llomansi, que está a nada menos que a trescientos noventa y tres kilómetros de Nástola; y de allí a Joensu, a Mikeli y a la comisaría de Helsinki para, finalmente, ser repatriado el 7 de enero de 1942. Posiblemente, después de esa fecha, coincidiendo con el periodo referido por Curzio Malaparte, el embajador español, Agustín de Foxá, vuelve a Nástola y comienza a tramitar la repatriación de los demás, “los quince de Nástola” siguiendo la pauta trazada en el experimento del periplo de Tino; es cuando escribe su artículo en el periódico Arriba, de 26 de noviembre de 1941. En sus escritos describe de forma exacerbada los valores patrios de todos los prisioneros, muy probable- mente para facilitar la aceptación del retorno por parte de las autoridades españolas. La alternativa era el campo de concentración y no olvidemos que estaban supervisados, en Finlandia, por la Gestapo y las SS.

A pesar de las ideologías antagónicas, el caso es que Tino siempre afirmó que Foxá le ayudó y que en España volvieron a verse bastantes veces en el café Comercial, cosa que corrobora Maruchi, mi madre, donde Foxá tomaba notas de lo que hablaban.

De ser cierto que los prisioneros hubieran visto “la luz”, políticamente afecta al Régimen, se hubiese prodigado en España la difusión de sus declaraciones. Sin embargo, eso no sucedió. Los prisioneros retornados se negaron a manifestarse en contra de la URSS y no aceptaron suscribir críticas, a pesar de las prebendas que les ofrecían y de las consecuencias que les acaecieron por no hacerlo: control policial, presentación semanal en los cuartelillos, no reconocimiento de estudios realizados, desempleo. Pero eso será parte de otra historia.

Esta actividad “entregada”, que hubiera sido creíble y admisible desde el punto de vista humano por el instinto de supervivencia, choca además de con la ausencia de declaraciones de los retornados, con la versión de Curzio Malaparte en Diario de un extranjero en París. Cuando, en el campo de concentración, el periodista insta a los prisioneros a que por su seguridad nieguen ser comunistas, le responden: “No, no podemos aceptar ese compro- miso. Nos han educado para decir la verdad, no hay nada malo en ser comunista. No ocultaremos que somos comunistas.”

Gran parte de los nombres de los personajes son auténticos: los de los niños, maestros y cuidadores recogidos directamente y también extraídos y contrastados con las fuentes utilizadas. Por supuesto, no todos y no siempre estarían en el momento descrito en ese lugar exacto en el que aparecen en el relato, aunque sí en gran parte, tras haber seguido su rastro. En todo caso, todos los nombres que salen, estén haciendo lo que estén haciendo o diciendo las personas a las que representan en la narración, deben ser tomados y entendidos a modo de homenaje. En los casos de las historias más personales, algunos nombres o apellidos han sido “disimulados”, por respeto a ellos y a sus descendientes, en aras a su privacidad.

Homenaje a todos ellos; cada uno merecía una novela. A Txomin, por poner un ejemplo, lo conocí al poco de haberse jubilado. Tras su retorno a España trabajó de ebanista y lo siguió haciendo a pesar de los dedos rotos en las torturas que le infringió la policía por sus actividades contra la dictadura. Sus manos conservaban las deformaciones; su mente, no: era sana. O Maximino, asistiendo siempre a los actos en la embajada rusa: sus vivarachos ojos tras las gafas de concha; era fácil encontrar en ellos al inquieto muchacho que debió ser. Araceli, el alma de la Asociación; ella y otras “niñas” pilotando el reconocimiento y respeto de su historia colectiva y de sus derechos, al igual que hicieron tantas en “El Camino de la Vida” y otros frentes, haciendo indiscutible el papel, cuando menos equivalente, de la mujer, en todo lo realmente necesario... Agradecimiento a los maestros que tuvieron. A Arregui lo conocí en Pola de Siero, donde vivía tras su retorno, en la celebración de su noventa cumpleaños, erguido y elegante con su traje azul oscuro impecablemente planchado, con su manca manga cuidadosamente plegada sobre sí misma. Concha, dirigente del PSUC en la guerra, maestra de Tino en Pravda y luego en Leningrado, volvió hacia 1957 a España e inmediatamente ella y Tino retomaron su amistad. Antes de lo que puedo recordar sé que venía por nuestra casa y lo siguió haciendo siempre; cariñosa y atenta alababa, con motivo, la comida de mi madre. En 1971, desde Rusia, algún amigo envió a Tino, a través de una librería cercana a la calle San Francisco de Sales, donde ella trabajaba, unos libros que estaban prohibidos y que fui a recoger con la ilusión de mis dieciséis años. Concha me los dio envueltos en un papel de estraza cerrado con un cordel. Ya en casa desenvolvimos el paquete. Eran tres libros de Lenin: El Estado y la Revolución, El Imperialismo fase superior del Capitalismo y ¿Qué hacer? Uno o dos años después los requisó la policía en uno de los frecuentes registros en casa. Empeñados en saber quién nos los había dado, jamás supieron que fue Concha. Conocí a buena parte de los “niños” en 1987, en la celebración del “50º Aniversario” de su llegada a Rusia que tuvo lugar en Moscú y Leningrado (aún se denominaba así en ese año) y luego en los encuentros y viajes de la Asociación. No tenían ánimo de revancha, pero sí compartían que no se debe olvidar lo ocurrido para no repetir los mismos errores; lo cual, actualmente, cobra mayor valor ante el ascenso de la nueva ultraderecha en el mundo occidental. Debo decir que eran y serán los poquísimos que queden, gente trabajadora, educada, con una dignidad a toda prueba. Supervivientes con capacidad para salir a flote en la adversidad. Valga un ejemplo: Tino, cerca de cumplir los noventa años, la última vez que acudió al neurólogo, con un avanzado quebranto de su mente, en el test que le hicieron para evaluar el grado de deterioro, entre otras cosas le preguntaron quién era el rey de España…En ese momento no le salía el nombre, y contestó: “A mí me da igual: yo soy republicano”.

Agradecimientos y “reconocencias”

Una prueba palpable de que aprender del pasado es rentable para el presente y el futuro es que este libro, aun antes de publicarse, ya me ha sido útil. Me ha valido para constatar que hay muchas personas y entidades que, sin conocerme de nada, en cuanto han sabido de su contenido han respondido a mis correos con respuestas rápidas llenas de empatía; me han brindado sus conocimientos y autorizado a incluir sus poesías o imágenes. Por ello mi “agradecimientu”.

Especialmente a María Teresa Casero, presidenta del Centro Español de Moscú que, además de mantener el vínculo de los descendientes de los “Niños” que quedaron allí (ya van por la cuarta generación en algunos casos), tuvo la amabilidad de traducir e interpretar algunos documentos que le remití, gracias a lo cual pude confirmar muchos de los datos. Trascribo parte de sus mensajes:

Para nosotros es muy importante que podamos conservar las memorias de los

¨niños de la guerra¨, nuestros padres; y luego dar posibilidades de conocer, a todos, el pasado de dos países -Rusia y España-. Con referencia a lo que nos mandaste podemos escribir lo siguiente-. Es un certificado entregado a tu padre suscrito por el gobernador de San Petersburgo, con la firma del Consejero de la Embajada Rusa en España, como Combatiente de Honor en el 70 Aniversario del bloqueo fascista de Leningrado”. El otro documento es una certificación donde está escrito que según los datos del libro de registro del Comisario Militar del barrio Smolensk de Leningrado (indican apellidos y nombre de tu padre, año de su nacimiento) figura que fue alistado como voluntario en el Ejército Rojo (Soviético) en julio de 1941-“Razón-Libro de Registro Nº 2, página 450, número 877”. Abajo está la firma del coronel Bogomólov y sello del Comisario Militar.

Al “cantapensador” asturiano Jerónimo Granda y a su paisanu y cantante Víctor Manuel. A Luis García Montero. A las Fundaciones de Gloria Fuertes, de Pablo Neruda y de Mario Benedetti, todos ellos me permitieron con sus cariñosos mensajes la publicación de las estrofas suyas que figuran en el libro. A Pedro de la Rubia, coautor del excelente informe sobre la masacre de Valdediós y por darme la pista para saber que la foto de las enfermeras y otros empleados del psiquiátrico está hecha por Constantino Suárez y el negativo se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Gijón. A la Fundación Pablo Iglesias, que me hizo el favor de contactar con Adolfo Fernández Pérez, autor del libro El Comandante Mata, y del croquis del cerco de Oviedo que incluyo. Gracias a Dolores Cabra, presidenta de la AGE, por toda su ayuda y por preservar la memoria del exilio; a Cayo Lara por tan hermosa presentación y por llamar Tino a ese gato que se quedó sin familia y ahora está en la suya. Asimismo, por su paciencia y profesionalidad, gracias a César, a Isabel y a Bea, de Ediciones GPS.

También he tenido la suerte, gracias a este libro, de retomar antiguas amistades y compartir puntos de vista con nuevos y viejos amigos. He tenido la fortuna de contar con Lourdes Lucía, que con su amplio bagaje profesional en el mundo del libro y sobre todo con su cariño hacia Tino y su entorno, ha realizado importantes aportaciones. A Pedro Vaquero, Marisi, Luciano, Ana, Lola, de la librería Rafael Alberti, sus primeros lectores que con sus consejos y críticas me obligaron a unos meses más de trabajo. A Marta porque con su proyecto de portada ha hecho realidad lo de que una imagen vale más que mil palabras..., pero no más que una buena amistad. A Rafa Tuñón, que además de leerlo detenidamente, me echó una “ilustrada mano” tanto en aspectos históricos como en la corrección ortográfica, especialmente de palabras en bable.

Mi hermana Marisa; mis sobrinos, Sergio y Carol, musa y alter ego, están en la esencia de este libro. El Tino que conocimos solo resulta concebible con ellos, y sobre todo con su mujer,  Maruchi: madre y abuela.

Asimismo, a Gema, mi compañera, por hacerme saber que puedo contar con ella, “no hasta dos o hasta diez”, sino contar con ella.


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