martes. 23.04.2024

Capítulo 17 | Saint-Nazaire - Leningrado. 25 de septiembre-4 de octubre de 1937

Con este capítulo 17 finaliza la “Primera Parte”. Con la próxima entrega comienza la “Segunda Parte”.​
Guardamarina británico con niño
Guardamarina británico con niño. (Foto: Internet)

La mer, la mer
Toujours recommencée.

Paul Valéry

Fueron bajando a tierra francesa por la rampa. Tino iba mareado y había vomitado. En parte por el movimiento marinero y sobre todo porque junto a un ojo de buey del carguero que daba a un compartimento, había visto un bote grande de leche condensada y sin pesarlo dos veces, le echó mano y se lo llevó a donde estaba la pequeña pandilla ovetense, con quienes lo compartió. Era tal el ansia del hambre y tan grande el bote que, unos cuantos, entre ellos Tino, acabaron vomitando.

Llamaron, por lista, a veinte o treinta niños. Tenían allí familiares con los que reunirse y se quedarían en tierra francesa. El resto, en fila, fueron conducidos a otro muelle donde había un crucero enorme de pasajeros. Nunca había visto un barco tan grande de cerca.

Según se aproximaban vieron la bandera roja con la hoz y el martillo, de la URSS.

Y en el casco unas letras extrañas, que no conocían y que les dijeron que se leía “Kooperatssia” (cooperación). Veinte marineros estaban formados, diez a cada lado de la pasarela. Arriba estaba el resto de la tripulación, también en formación.

Según se iban aproximando y comenzaban a pasar, los veinte marineros, les hicieron un pasillo de homenaje con el saludo puño en alto. Los de arriba les daban hurras como habían oído que hacían los cosacos.

Cuando estuvieron todos en cubierta les fueron organizando. Antes de ir a los camarotes tuvieron que pasar por las duchas que, para su sorpresa, poco acostumbrados a delicadezas, eran de agua templada. Quien tenía muda de repuesto se la puso. Luego les distribuyeron por los camarotes asignados. A Tino le tocó en uno con ocho literas, cuatro arriba y cuatro abajo; debían de meterse doce niños, cuatro de ellos de los más pequeños para ocupar menos; pero nada que ver con la incomodidad y suciedad del carguero, en el que se sintieron como “piojos entre costura”, porque, entre los que algunos llevaban al salir y los que había entre la paja que pusieron de aislante en la bodega, llevaban incorporados chinches, pulgas y un buen catálogo de insectos, de los que parte se fueron por el desagüe de la ducha, pero otros quedaron aún en la ropa y el pelo.

Les explicaron que, en la travesía hasta Londres, estarían algo apretados, pero allí les esperaba otro crucero ruso de pasajeros donde se trasladarían parte de ellos e irían, ya después, cómodamente hasta Leningrado.

En cuanto estuvo todo listo zarparon de nuevo. Les habían dicho que descansaran en los camarotes para evitar que estuvieran enredando por los pasillos hasta que estuviese todo preparado.

Tino, dudando si se había quedado dormido o no, se incorporó al oír la puerta del camarote. Arregui, asomó la parte de su cuerpo que no tenía brazo –¡Venga chicos! Han preparado cena y en el comedor está todo dispuesto.

Visto y no visto lo siguieron en su ronda de aviso por otros camarotes cuyos ocupantes estaban bajo su supervisión y, en fila, se dirigieron al comedor.

-¡Mira, Ramón! Nunca pensé que en un barco habría una sala tan grande –le dijo Tino a un compañero.

-¡Venga! no os quedéis parados, que tienen que entrar los de atrás; caminad hasta las mesas más alejadas de los puestos que no estén ocupados y nos vamos sentando.

Las mesas estaban preparadas con platos, cubiertos y tanques –unas tazas metálicas cubiertas de porcelana–. Tino contó las filas de mesas y los comensales que cabían en cada una.

-Aquí hay diez mesas por fila y hay cinco filas. Y en cada mesa hay diez platos con cubiertos. ¡Caben 500 personas comiendo a la vez!

Se organizaron dos turnos por cada comida. También en las mesas había que apretarse para entrar la decena. Cómodamente eran para seis; el comedor estaba pensado para trescientas personas en dos turnos.

-Esa gente viene con ollas humeando, debe ser sopa o puré, Tino –le advirtió Ramón; la boca se les hacía agua–. ¡Comida caliente!

Cuando acabaron con la sopa y vieron lo que empezaban a servir de segundo, en las mesas más próximas a las cocinas, fue el éxtasis. ¡Carne guisada con patatas y zanahorias!

-Vamos a acabar refalfiaos.

Muchos no recordaban cuando habían comido carne por última vez. Y los más pequeños dudaban de si la habrían catado.

No hacía muchas horas que habían estado mareados. Pero durmiendo, a esa edad se recuperaron muy rápido y dieron buena cuenta de todo.

Llegaron a la desembocadura del Támesis. En el puerto de Londres les esperaba otro crucero ruso, gemelo del barco en el que iban, el “Felix Dzerzinski”.

Allí se trasladó la mitad de la expedición. Pablo Miaja permaneció en el “Kooperatssia” y no quiso separarse de los que procedían de la colonia de Salinas, por lo que Tino no cambió de barco. Se quedó en el mismo camarote, ahora ya más holgado para ocho niños con una litera para cada uno. Todo era enorme. No solo el comedor; había salones de estar, donde jugaban; gimnasio; hasta sala de cine, donde proyectaban algunas películas de las que no entendían nada porque estaban en ruso, pero con imágenes atrayentes que seguían con atención. La vida a bordo era cómoda, comían como hacía muchos meses no lo hacían y la tripulación les brindaba sus sonrisas.

Lo único que le incomodó es que a Lola, la guapa cuidadora algo mayor que él, la habían incluido en los grupos que se trasladaron al barco gemelo. ¡Mala suerte! –pensó–. ¡A ver si luego allí, nos toca ir al mismo sitio!

Desde el primer momento comenzaron a oír hablar en ruso y aprendieron sus primeras palabras: spasiva (gracias). Da (sí).

Los marineros se dirigían a Tino llamándole “catorska”. Era su forma, adaptada, de pronunciar “catorce”, que es como oían que le llamaban los españoles, por el número que tenía asignado. “Catorska”: fue el apelativo adaptado al ruso que le acompañó durante su estancia en Rusia.

Durante varios días de la travesía del Mar del Norte se levantó una fuerte tormenta y les ordenaron que permanecieran en los camarotes. Por el ojo de buey se veía muy oscuro, aunque fuese de día. Y las olas salpicaban el cristal continuamente. Otra vez los mareos. Ellos lo achacaban a que eran aguas alemanas y allí no podían esperar nada bueno del enemigo.

Fueron dejando atrás el Mar del Norte para adentrarse en el Báltico. Salieron todos a cubierta para ver de cerca las costas a ambos lados del barco. Es Dinamarca, les dijeron.

-Hay que pasar por los estrechos que forma la península escandinava para entrar hacia Leningrado, que es donde desembarcaremos en la URSS –les explicaba Arregui, poniendo un mapa en uno de los salones con los niños sentados en el suelo a pesar de que había sillas de sobra, aprovechando para ir dándoles nociones del enorme país al que se dirigían.

Para cuando llegaran ya sabrían que Leningrado, antes, se llamó Petrogrado y que el nombre actual se lo pusieron en homenaje a Lenin en 1924, cuando falleció.

-Murió el mismo año que nací yo. Eso no se me va a olvidar – pensó Tino.

También sabían que estaban en el golfo de Finlandia, muy próximo a ese país. Y una noción de dónde estaba Moscú. Y de la inmensidad de la URSS, que significaba Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, pero que allí no se escribía así sino CCCP, que es el acrónimo en lenguaje cirílico.

Uno de los niños levantó la mano.

-¿Pero las letras no son iguales, aunque las palabras sean otro idioma?

-No. Las letras son cirílicas –respondió Arregui.

-¡Pues lo que faltaba!.. –contestó el mismo chiquillo.

-¿Qué creíais? ¿Qué todo iba a ser llenaros la barriga y ver películas?
​–siguió el maestro–. Os vais a tener que esforzar el doble. Estudiar en español y en ruso. Aprender a escribir y a leer en ambos idiomas, que tenéis un lío entre el bable y el castellano de cuidado.

-¡Pero para lo pocu que vamos a estar aquí! En cuanto ganemos la guerra volvemos con los nuestros –dijo otro niño.

-Bueno, ¡claro! –le dio la razón Arregui–. Pero no sabemos cuánto queda para eso; hay que aprovechar bien el tiempo. Y cuando volváis, si llegáis sabiendo ruso, os va a venir estupendamente. Es una gran oportunidad para vuestro futuro.

El 4 de octubre, tras once días desde que salieron de Gijón, vieron una gran isla con un enorme puerto.

-Es Kroonstand; enseguida divisaremos Leningrado.

Todos salieron a cubierta. En poco rato, guardando silencio, vieron sobrecogidos una gran ciudad de edificios claros, muchos de ellos señoriales; parecían palacios.

Según iba atracando el barco advirtieron que había marineros formados, vestidos de rayas blancas y oscuras, en el muelle. Y una enorme cantidad de gente; sobre todo mujeres, pero también muchos hombres.

Comenzaron a bajar y una banda de música tocó los acordes del himno de Riego, el himno oficial de la República Española, y luego otras músicas que no conocían. Según descendían iban formado ellos también siguiendo las indicaciones; pero mucho más desordenados que los marineros. Cuando terminaron de bajar todos y estaban ya quietos, sonaron los acordes de la Internacional. Miles de gargantas acompañaron la música con palabras que no conocían pero sabían, perfectamente, su significado en castellano. Vieron que muchos de sus cuidadores también lo hacían y se fueron animando; mediada la canción ya todos los niños estaban cantando a pleno pulmón: “…Que el mundo va a cambiar de base/ los nada de hoy todo han de ser.”

Al acabar comenzaron a ser ovacionados; los civiles también les aclamaban. Al final fue imposible contenerles y llegaron hasta ellos para abrazarles. Muchos levantaban el puño desde lejos saludándoles y ellos devolvían el saludo con entusiasmo. Los marineros, disciplinados, se- guían en formación. A algunos de las primeras filas se les veía correr lágrimas por sus mejillas, sin rastro de vergüenza. Hasta que también   a los marineros les dieron permiso para romper filas y corrieron hacia los niños.

La mayoría de los chavales lloraban, pero esta vez de emoción, por sentirse protegidos y acogidos en una tierra que no era la suya.


Con este capítulo 17 finaliza la “Primera Parte”.
Con la próxima entrega comienza la “Segunda Parte”.​


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Capítulo 16

Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
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Capítulo 17 | Saint-Nazaire - Leningrado. 25 de septiembre-4 de octubre de 1937