viernes. 29.03.2024

Capítulo 14 Gijón. Finales de noviembre de 1937

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Unos kilómetros más adelante se atisbaban los primeros edificios de Gijón. En todo el trayecto desde Oviedo habían ido dejando atrás caseríos y pequeñas poblaciones en ruinas. El coche tenía que circular muy despacio: los baches y cráteres producidos por todo tipo de proyectiles de aviación y artillería eran frecuentes y el paisaje desolador.

Con un pase que consiguió, Paule viajaba junto con Mari y Catalina camino de Gijón, para recabar noticias de Tino. Habían llegado rumores de que podía estar entre los que salieron a Rusia, pero no tenían certeza.

Hacía un mes que las tropas de Franco habían entrado en la ciudad portuaria y la guerra abierta había terminado en el Frente Norte. Seguían los enfrentamientos de importancia con grupos de guerrilleros que se emboscaban en la montaña y atacaban, sobre todo, a convoyes militares en las carreteras y nudos de comunicaciones. No se permitía el libre tránsito de civiles más que con pases especiales que se firmaban por un plazo determinado y a lugares concretos. Así habían tramitado el suyo para ir a Gijón y Salinas. Contrataron la furgoneta de un tendero y los servicios del primo de éste para hacer de chófer.

Fueron directamente a casa de María, hermana de Catalina. Las hermanas se abrazaron tras tantos meses de sufrimiento. Ninguna de las dos tenía, hasta ese momento, la certeza de si estarían bien y en qué condiciones.

Con rapidez se pusieron al día. Todos sus hijos estaban vivos; con la incertidumbre de si lo estaría, también, Tino. Inmediatamente vinieron las preguntas atropelladas de Catalina:

–¿Llegaste a ver a Tinín? ¿Cómo estaba? ¿Es verdad que salió con los que fueron a Rusia?

María le contó que se enteraron de su salida el mismo día en el que partió el mercante francés llevando a bordo a los niños. Fueron al puerto, pero había miles de personas y no llegaron a verlo. Después de indagar, fueron a la Secretaría de Instrucción Pública; allí, tras una larga espera, le confirmaron que estaba en la lista de los que habían salido ese día 24 de septiembre.

La hermana de Catalina fue sincera, contándoles el trascurso de la visita que le hicieron en Salinas:

–¡No podíamos hacernos cargo de él!¡Estábamos pasando hambre! Allí estaba bien, había comida…¡Perdóname, Catalina! –dijo echándose a llorar.

Catalina afirmó que lo entendía, que se tranquilizara; la guerra era así. Pero un poso negro quedó en su corazón sin poder evitarlo. Siempre mantuvieron trato, pero cada vez que se veían no podía impedir ver a su hermana a través del tamiz de un velo oscuro y triste. Y María también lo percibía.

De allí fueron al Gobierno Militar. Con buen criterio, Paule se imaginaba que toda la documentación administrativa incautada se alma- cenaba allí. Haciendo uso de su condición de oficial y de su destino en Seguridad y Asalto, se entrevistó con otro compañero del mismo cuerpo, que le dijo tener constancia de la salida de  una expedición  de niños con destino a Rusia. De hecho, por la radio, los partes franquistas decían que los rusos habían secuestrado y robado a los niños españoles. Esa sería la versión oficial, repetida machaconamente, durante muchos años.

–Aún no hemos podido empezar a revisar las cajas con los documentos requisados en “Instrucción Pública”, donde deberían estar los listados. Estamos sobrecargados con otras prioridades –le dijo el teniente de Seguridad en Gijón.

Paule le convenció de que le permitiera indagar y lo que pudiera encontrar en las cajas, de ese asunto o de otros, se lo entregaría ya organizado. El otro sopesó que se podía quitar tarea de encima y presentarlo como si él mismo hubiera encontrado las listas, si es que el teniente Paule era capaz de hacerlo.

–De acuerdo –contestó–. Pero te envío un soldado administrativo de nuestra compañía para que atestigüe y se haga cargo de la documentación. Eso sí, estas señoras no pueden estar presentes. Deben de irse; lo siento pero es documentación reservada hasta su clasificación.

Galo Paule y el soldado empezaron a abrir las cajas, depositadas sin ningún criterio, en uno de los sótanos. Para un profano hubiese sido buscar una aguja en un pajar, pero Galo era un experimentado documentalista. Con la primera inspección de los primeros papeles de cada caja se hizo una idea del conjunto e iba descartando. Le llevó toda la tarde, pero se hizo con el listado; no solo de los de la expedición del 24 de septiembre, sino también de otras cuantas del norte, ya que había copia, también, de las que habían salido de puertos cantábricos. Era lógico, el Estado Mayor, proveniente de Bilbao y Santander, se había trasladado hasta Gijón cuando tuvieron que huir desde allí. Incluso había copia de documentos de otra expedición anterior que partió de Valencia.

Ordenó cronológicamente las correspondientes que tenían como destino la URSS:

El 21 de marzo de 1937 salió la que parecía haber sido la primera de ellas del puerto de Valencia con 72 niños y los cuidadores. El barco era el “Cabo de Palos”. Constaba que habían desembarcado en Yalta el 28 de marzo.

El 13 de junio de 1937 estaba documentada la salida desde Santurce, en Vizcaya, de nada menos que 1.610 niños. El barco se llamaba “Habana”; una nota decía: “llegada a la URSS el 22 de junio de 1937”. No decía a qué puerto.

La tercera era la del 24 de septiembre desde Musel. Esa es en la que podría haber viajado Tino; llevaba 1.100 niños. El barco era el “Deringuerina”. Llegada a Leningrado el 4 de octubre de 1937.

Esa noche, tras oír de nuevo la grabación, Carol quiso contrastar, con precisión, los datos de las expediciones de niños. Verificó las evacuaciones anteriores al 24 de septiembre, pero también las posteriores.

Tesis de Carol. Notas.

Casi un año después de que se produjera el encuentro de esa documentación, partiría la cuarta y última expedición a Rusia, en octubre de 1938 del Puerto de Barcelona, con 300 niños. En total salieron con destino a Rusia más de 3.000 niños, además de unos 150 maestros y cuidadores.

Según otras fuentes, como las de “Emigración Española en la URSS”,  las cifras de niños acogidos (sin familia con ellos) serían muy superiores: 5.921. Sin embargo aquí estaban incluidos los hijos de los exiliados tras perder la guerra que, en gran parte, llegaron con sus padres y muchos no estuvieron en colonias y centros de acogida.

Y pudo cuantificar la salida de niños a otros países de acogida: Francia 17.489; Bélgica 5.130; Inglaterra 4.435; Suiza 870; África Francesa 335;

Dinamarca 120, Otros países 2.578. En total 34.037.

De esos más de treinta y cuatro mil niños, cerca de veinte mil fueron repatriados poco después de acabar la guerra. Cerca de catorce mil se quedaron  en el extranjero. La mayor parte de estos últimos porque eran huérfanos y se establecieron definitivamente en el país de acogida. La excepción fueron los de la URSS que, casi en su totalidad, se quedaron, independientemente de cuál fuese la situación familiar, debido a la ruptura total de relaciones diplomáticas.

Paule tenía la lista en sus manos. ¡Más de mil niños en ese barco! Al poco encontró el nombre del hermano de su novia: Celestino Fernández-Miranda; el segundo apellido, Tuñón, no figuraba. Era frecuente que, al ser el primero compuesto, se obviara el segundo. Pero no había duda. Incluso estaba todo pormenorizado en su ficha:

Procedencia: Colonia de Salinas
Nacimiento: 21 de septiembre de 1924
Residencia: Calle Jesús nº 3, Oviedo.
Nombre de los Padres: Celestino Fernández-Miranda (fallecido) y Catalina Prisca Tuñón.
Además, se incluían tres huellas dactilares.

Tomó nota de todo ello y junto con el soldado asignado, fue a despedirse y agradeció al teniente que le hubiera permitido acceder a la documentación. Lo encontró en la cantina; ya había cenado y estaba tomando una copa de coñac Soberano.

-No hay de qué, Galo. Según dices que lo habéis dejado ordenado, mañana hago un informe exhaustivo. Con esto las autoridades tendrán pruebas y podrán argumentar el secuestro de miles de niños, con datos. Venga, siéntate y tómate un coñac conmigo, “ ha llegado el momento”
–voceó el teniente parafraseando lo que decía el anuncio de Soberano de entonces, que aún no era “Cosa de Hombres”, según rezaría después, en la década de los cincuenta.

-Un chupito y rápido, que aún no he cenado –contestó Galo.

-Pues hago que te preparen ahora mismo alguna cosa.

-Me vale con un trago. Mi novia y su madre están esperando en la pensión que han cogido para esta noche, tengo que irme rápido.

-Si te está esperando tu novia en la pensión no te entretengo –bromeó el teniente guiñando un ojo.

-¡Quiá! –contestó Paule– ¡Cogió habitación compartida con la madre!; seguro que la mía la han puesto en el otro extremo.

-Pues si ese es el planazo que tienes vete, cenas y te vuelves. Aquí te preparan un camastro en cualquier sitio y te ahorras el dinero de la pensión.

-¡No lo digas dos veces! Que no voy sobrado.

-Eso está hecho. Para eso están los compañeros. ¡Aunque, qué coño! Conozco un puticlub bueno y barato. Ahora hay competencia con tanta roja que se ha quedado sin marido y sin ingresos. Por cuatro perras echamos la noche. Las hay que están muy buenas las “jodías”; ¡y limpias! La suciedad la tienen en la cabeza, pero a esas merece la pena conservarlas con vida. Ya las reeducaremos por vía uterina.

-Gracias por la invitación, pero me quedo con el coñac y el camastro. Mañana quiero estar en condiciones. Y Mari, mi novia, tiene más intuición que Sherlock Holmes –dijo Paule apurando la copa y saliendo rápido para cenar con ellas, anular la habitación y volver al jergón gratuito.

Al levantarse al día siguiente, se acicaló con rapidez y fue a buscarlas a la pensión. Tomaron un poco de achicoria y unas rebanadas de pan hecho con mezcla de harinas de maíz y centeno puesto a tostar encima del fogón de la cocina; había dejado un reconfortante olor que llegaba hasta el comedor. Esas hogazas era lo más barato que había, carente todavía, del halo “integral” con el que se pretende justificar su precio muchos años después. ¡Quién se lo iba a creer!

La noche anterior, durante la frugal y tardía cena, les contó sus averiguaciones y les entregó las notas que había ido tomando. Catalina y Mari lo oyeron, absortas y las releyeron un montón de veces.

-Hasta me he enterado de que usted, de segundo, se llama Prisca. ¡Qué callado se lo tenía! –dijo Paule dirigiéndose a Catalina.

-¡Pues es cierto! ¡Con razón está en Seguridad! –ella no había apeado el “usted” con el novio de su hija–. La verdad es que nunca lo he usado. No sé por qué ponemos nombres que luego nunca se utilizan. No le digo más que a mi hijo, su padre se empeñó en bautizarle como Celestino Luis Froilán. El segundo por un pariente y Froilán por el patrono de Lugo, donde nació por circunstancias. Pero que no se le ocurra a nadie decirle que no es asturiano, ¡que le sale el genio de la familia paterna!Tras la anterior noche de insomnio pensando en Tino, con el tazón humeante frente a ella, Catalina reflexionó en voz alta:

-¿Y ahora, qué? ¿Qué podríamos hacer?

-Esperar, Mamina. No podemos más que esperar y tener esperanza –dijo Mari poniendo su mano en el brazo de Catalina.

-¡Y rezar! –contestó su madre.

-Bueno, eso te lo dejo a ti.
Catalina la miró con cara decidida, avanzando y elevando su mentón.

-Y mientras rezo voy a ir pensando qué poner en una carta a la Cruz Roja para hacer averiguaciones de dónde les han llevado; que la Unión Soviética ye muy grande.

No les quedaba nada que hacer en Gijón. A las doce saldrían hacia Salinas; querían ir a la Colonia por si podían enterarse de algo; saber de alguien que le hubiese visto; si estaba sano al salir de allí, cualquier cosa. Catalina les dijo que la recogiesen a esa hora en la pensión, que no tenía ganas de salir. En realidad quería dejar un rato a solas a la pareja y no estar de “carabina”. Galo era un hombre sensato que les estaba ayudando mucho en su búsqueda. Muy serio, tanto que ella le había apodado “Carolo” porque le recordaba a un retrato que había visto de un rey que así se llamaba; no recordaba qué número romano ponía detrás: “Carolo no sé cuantos”. Muy tieso él en el retrato. Primero lo apodó en casa, por reírse un poco de Mari; pero a su hija le había hecho gracia y también le empezó a llamar así. Él se conformó con el alias. Al fin y al cabo, había comprobado que en Asturias a todo el mundo se le sacaba mote. Podía ser peor otro, mejor apropiarse de ése. También a Catalina la llamaban “la caminera” por la profesión del padre de ella; y a los hijos “los camineros”. Parecía que la parte paterna había ido quedando relegada.

Salieron de la pensión, que estaba en la calle Asturias, y doblaron a la izquierda; callejeando llegaron a Jovellanos, por donde salieron al Club Náutico, que permanecía cerrado. Giraron para caminar paralelos al mar y la playa de San Lorenzo hacia el este.

Galo le iba contando que había recibido carta de su hija Clara. Estaba indignada al saber que su padre tenía planes de boda. Y más al saber que Mari era poco mayor que ella. Se lo reprochaba y le comunicaba que sus otros hermanos eran de su misma opinión. Le amenazaba con que le retirarían la palabra y no volvería a saber nada de ellos.

-Entiendo su punto de vista y que no acepte que puedas casarte con una chica de su misma edad –le decía Mari. No quiero que me veas, el resto de nuestras vidas, como la persona que te separó de tus hijos. Mira, la guerra es distinta a todo y las promesas tienen otro valor. Prefiero que cambies de opinión ahora, que no un reproche para siempre.

-No quisiera que rompan conmigo, pero son capaces. Quizás el estar tan alejados de mí, recibiendo el estipendio fijo que les envío, les ha vuelto egoístas. Argumentan lo de la edad, pero daría igual si fueses de la mía. Temen que el que yo ponga casa y tenga otra familia les reduzca los ingresos. Estoy dispuesto a que tengamos que vivir con menos y seguir enviándoles lo mismo hasta que puedan vivir por su cuenta. Esperar un plazo a que los tiempos vayan mejorando y puedan buscarse la vida.   O a que vengan con nosotros cuando tengamos casa, si ellos quieren    y a ti te parece bien. Pero no estoy dispuesto a que me chantajeen. En su momento se casarán y yo me quedaría solo. Tengo muy claro que las oportunidades pasan para no volver, y esta es la nuestra. No voy a dejarlo pasar.

Para cambiar de conversación a algo menos incómodo, Mari le preguntó por Riaño, el otro teniente que, en Oviedo, la llevó hasta su despacho y al que le tocó interrogar a su hermano Adolfo.

-¿Ya se curó de la herida de la cabeza?, tenía mala pinta. ¿Le hirieron en alguna de las batallas de Oviedo?

-¡Qué va! Es muy buena persona, pero un poco gafe. Mira por dónde, en todo el avance que fuimos haciendo, con la columna, desde Galicia hasta Oviedo, con la cantidad de tiros y bombas que nos dispararon, no tuvo ni un rasguño. Tampoco en los enfrentamientos de Oviedo. Y un día, al salir del patio del cuartel, tropezó y fue a caer sobre una boñiga de caballo. Se hizo una buena herida con los adoquines, pero lo peor fue que pilló el tétanos y casi se muere. Estuvo semanas con fiebre altísima. Cuando vinisteis al cuartel, hacía un par de días que le habían dado el alta. Fueron haciendo bromas acerca de Riaño hasta llegar a la esquina con la calle Caridad, donde estaban los orfelinatos de Gijón.

-¡Mira!, ya que estamos podíamos preguntar por si acaso; ¡nunca se sabe! –dijo Mari.

Entraron; pero allí no sabían nada que pudiera ayudar.

-¡Aunque sólo sea por descartar, merecía la pena el intento!

Y volvieron a la pensión para recoger a Catalina y viajar a Salinas.Llegaron a eso de las cuatro de la tarde. Desde Avilés el tranvía les había dejado a la puerta de la Colonia, que estaba totalmente cerrada. A pesar de haber llamado durante un buen rato, nadie abrió la puerta.

Las edificaciones más próximas eran unos chalés de veraneo en los que no parecía haber nadie. Fueron caminando hasta las casas del pueblo. Preguntaron en las primeras y les indicaron que fuesen a ver al jefe de Falange de Salinas indicando donde vivía. Les recibió en batín, se notaba que era un “don nadie” que se las daba de nuevo rico victorioso. A saber en qué casa había requisado el batín; probablemente en alguno de los chalés de verano que supiese que pertenecía a algún republicano huido, encarcelado, o muerto. El típico que se escurría de estar en los frentes de batalla y prefería hacer el trabajo sucio de retaguardia.

-Tengo las llaves de la colonia, les acompañaré gustoso. Todo sea por saber, lo que se pueda, de los niños secuestrados por los rusos.

Entraron, precedidos por el falangista, que iba muy ufano haciendo de guía.

-Miren en qué plan tenían a los pobres niños; ¡que barracón! Hasta le faltaba una pared.

Por el contrario, ellos miraban con cariño lo que había sido refugio y había guarecido a Tino y los demás durante esos largos meses. Habían podido ver los restos de la huerta que, tras su salida, había sido arrasada, llevándoselo todo. Pero veían las paredes que estaban encaladas y, a pesar de que habían transcurrido dos meses y haber sido registrado todo de forma destructivamente bárbara, se notaba que había estado cuidado. Vieron libros tirados por el suelo, muchos de texto, cuadernos; estaba claro que habían recibido clases. Y la cocina desprovista de cacharros, con los que alguien había “arramplado” después. Les reconfortaba intuir que habían estado atendidos, dentro de las posibilidades de las limitaciones de la guerra.

Echaron un vistazo a los cuadernos por si había alguna carta, un diario. Todos eran cuadernos de caligrafía y aritmética. Nada que les pudiese aportar datos.

-–¡Mamina, ven, corre! –llamó Mari que estaba frente a un pupitre señalando un tablero con el índice de la mano derecha, mientras que con la otra se tapaba la boca.

Catalina y Galo se acercaron y sus ojos siguieron la dirección que indicaba Mari: “Tino F Miranda/Rusia/ 22/9/ 37”.


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Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
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