miércoles. 24.04.2024

Capítulo 13 Gijón-Salinas. Septiembre de 1937

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Fotografía de "niños de la guerra" españoles que partieron hacia Rusia. (Tomada del diario Público).

En poco más de una semana se habían ultimado los detalles para proceder al traslado de los niños a países extranjeros en los que estuviesen seguros, Francia, Bélgica, Dinamarca y varios más; entre ellos, Rusia, cómo se decía simplificando: realmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con el acrónimo URSS o CCCP en cirílico.

Pablo Miaja se entrevistó nuevamente con López Mulero para concretar los detalles y consultarle sobre un caso que le quitaba el sueño.

-No soy capaz de decidir sobre Tino Fernández-Miranda. Tienes que ayudarme a tomar una determinación en tu condición de amigo de la familia. No sé qué hacer.

-Es difícil. Le he dado muchas vueltas; pero no admite más dilación. Y creo que debe ir a Rusia. En el caso de que consigamos dar la vuelta a la tortilla y ganemos la guerra, volverán todos rápidamente y se reunirá con su familia. Por contra, si los franquistas toman Asturias, los que queden o quedemos vivos vamos a tener que escondernos o salir como podamos. En ese caso, ¿quién garantiza el cuidado de los niños y de Tino en concreto?; tendría que apañárselas sólo en medio de la guerra.De ese modo se tomó la decisión y Miaja descansó su responsabilidad en una persona de confianza, amigo de la familia.

Los niños de la colonia de Salinas irían con destino a la URSS. A mediados de septiembre se les trasladó a Gijón, a la espera de que llegara la nave en la que deberían embarcar al día siguiente. Se les alojó en las naves vacías de un colegio. Allí se les dio una cena de sopa bien caliente y patatas hervidas. Tuvieron que tenderse sobre unas mantas; no había camas, ¡total iba a ser una sola noche! Pero la previsión de la fecha de llegada del barco no se cumplió. El día fue pasando y no se le vislumbraba, así que volvieron a pasar otra noche tendidos en las mantas.

En el colegio de Gijón, mientras esperaban, les presentaron a los nuevos enseñantes y cuidadores incorporados a la expedición. Entre las maestras estaban Libertad Fernández y María Luisa Rodríguez y varios hombres. Los varones tenían todos más de cuarenta y cinco años, ya que los que eran más jóvenes, normalmente estarían en el frente; la excepción era José María Arregui, de unos veintisiete años, licenciado del ejército al haber perdido un brazo en una herida de guerra; aún tenía el muñón vendado por la reciente amputación. Arregui fue al que rápidamente se acercaron los chavales atraídos al verle como a un héroe y también, seguramente, por sentirse más cercanos debido a su juventud.

El barco ruso seguía sin llegar; al parecer no podía acercarse a las costas por el bloqueo de la flota franquista. Tras la tercera noche decidieron trasladarles de nuevo a la Colonia donde, al menos, había camas y condiciones habitables. Cuando el barco estuviera dispuesto retornarían a Gijón.

Ya en la Colonia recibieron instrucciones de tenerlo todo preparado para un nuevo traslado, que podía ser en cualquier momento. A los pocos días llegó un autobús destinado a transportarles y que permanecería aparcado junto al recinto dispuesto para partir de inmediato en cuanto se recibieran la orden. Esta vez no utilizarían el tranvía, porque era imprescindible ganar tiempo.

El 22 de septiembre, al levantarse, les anunciaron que dejarían la Colonia para ir a Gijón, al medio día. Tino entró a lo que había sido su aula y a la vez comedor durante ese tiempo. Se acercó a la cesta de los cubiertos y cogió uno de los cuchillos de comida; se dirigió al pupitre más cercano a la puerta sentándose en su banco y apretando con fuerza el cuchillo comenzó a hendir la madera del tablero. Quedó satisfecho con el grabado bien visible: “TINO F MIRANDA/ RUSIA/22/9/ 37”.

Un día antes había cumplido 13 años. Abrazó a algunos de los pocos niños que se quedaban a la espera de que, seguramente ese mismo día fuera a recogerles algún familiar que ya lo había confirmado. La Colonia se cerraría en cuanto saliera el último. Que dirigiera la expedición don Pablo Miaja le daba una gran seguridad. También se alegraba de que les acompañaran Olvido y Aroca, dos de las chicas que ayudaban en la Colonia desde el principio, ambas muy jóvenes.

Le dolía especialmente separarse de su amigo Amador. Su padre, el alcalde de Oviedo, estaba allí e irían juntos a Gijón ya que debía estar con los expedicionarios hasta la salida del barco, pero después permanecerían en tierra. Prefirieron despedirse ya, luego en Gijón, habría mucho caos, igual que la vez anterior. Jamás volverían a verse.

Amador era lo más cercano que le quedaba de los felices tiempos anteriores con su familia. Con esa expedición y esa despedida también se alejaba de su propia infancia y comenzaba una nueva etapa de adolescencia, lejos de las personas a las que más quería. Esperaba que la inscripción en la madera actuara como una botella echada al mar y fuese portadora del mensaje para los suyos: TINO F MIRANDA / RUSIA /22/9/ 37” fue el mensaje, el clavo ardiendo al que se agarraron su madre y hermanos durante mucho tiempo. Un valioso testimonio de vida y la casilla de salida de un enorme “juego de la oca” cuya partida se jugaría a lo largo de los siguientes años.

Pasaron otra noche en el ya conocido colegio vacío y con las mantas colocadas entre el suelo y ellos para paliar un poco el frío que trasmitían las baldosas; al levantarse les sirvieron unos tazones de leche, pan y hasta magdalenas. Aquello era un dispendio para hacerles la despedida más llevadera.

El barco, por fin, había entrado al puerto la noche anterior y quería salir cuanto antes. Tuvo que ser un carguero francés, un bou francés, el Deringuerina, ya que al barco ruso le habían impedido el acceso.

A algunos de los que no tenían donde llevar las cosas les proporcionaron una pequeña maleta de cartón endurecido para meterlas; otros, solo pudieron llevar una talega. Con tizas o pinceles escribieron en ellas sus nombres y el número asignado. Tino llevaba la maletina que le preparó su madre con tanto cuidado. De la ropa con la que salió de Oviedo solo conservaba el jersey granate que le había hecho ella y que llevaba puesto. Lo demás hubo que desecharlo, de tanto desgaste por el continuo quita y pon. En la Colonia se lo habían ido sustituyendo por otras prendas. Las botas rusas era el calzado que llevaba; el director les dijo que las conservaran puestas en la travesía hasta para dormir.

Cada uno con su ínfimo equipaje; el número pintado bien grande. Tino tenía escrito el suyo: “14”. A medio día, en fila, fueron recorriendo las calles acompañados por sus cuidadores. Delante iba Miaja con doña Enriqueta, su mujer, una organizadora nata en torno a la cual giraba todo lo relativo a la numerosa parte femenina de la expedición. Cerrando la fila, vigilando que nadie se descolgara, Arregui, inconfundible con la manga de la chaqueta doblada y sujeta con un imperdible.

En Gijón todo el mundo sabía que el carguero francés que fondeaba en el Puerto del Musel llevaría a los niños con destino a Rusia. Las calles que iban recorriendo estaban repletas de gente que iba a despedirles. En cuanto se supo que ya iban a embarcar, los gijoneses se echaron a la calle. En las últimas vías de acceso al puerto, los milicianos tuvieron que abrirles paso entre el gentío que lo colmataba.

Todos querían tocarles; un gesto de cariño, una caricia para el recuerdo. Las mujeres los besaban humedeciéndoles el rostro. En el muelle más cercano solo se había permitido el paso de los familiares más próximos, tíos, hermanos, primos, abuelos; alguna madre, viuda reciente.

***

Las fotos y las filmaciones en blanco y negro que aparecían en la pantalla de la tableta, que estaba consultando Carol, estaban plagadas de rostros emocionados. Caras que expresan toda la esperanza y todas las inquietudes del mundo. Más de los adultos que de los niños. Es indescriptible el gesto de un ser querido que ha tenido que tomar una decisión con la que cree estar salvándole y a la vez toda la incertidumbre de no saber si se están separando para siempre; de hecho, así fue en muchos casos; en miles de casos contando la totalidad de las expediciones.

***

Fueron subiendo por la pasarela de madera y asomándose por la borda de estribor, que era por la que permanecía amarrado el bou al pantalán y desde donde podían seguir despidiéndose de sus familiares y de los gijoneses.

Una de las maestras, que era de Pola de Siero, se acercó al pequeño grupo de los de Oviedo, cuyos familiares más cercanos era imposible que estuvieran al haber quedado dentro del cerco. Intentando hacer una broma, para quitar hierro y dolor a la situación se dirigió a ellos:

-Lo bueno de irnos es que ya no tendremos que ver a tantos del culu moyáu.

Nótase que yes Polesa! –le contestó Aurelio, el más mayor, dándose importancia.

Toda la tarde permanecieron en cubierta sin dejar de mirar hacia el muelle. Allí mismo pasaron lista no menos de tres veces y les dijeron donde debían de colocarse para el trayecto. Asignaron a cada adulto un grupo de niños que debían permanecer bajo su control y cuidado. Con la caída de la tarde, mucha gente fue yéndose del puerto, pero otros muchos curiosos les sustituían. De los familiares y amigos que tenían niños en el barco no se movía nadie.

La madrugada del 24 de septiembre el barco hizo sonar la sirena dan- do aviso de que zarpaba. Fueron soltando amarras y comenzó a desatracar. La penumbra nocturna comenzó  a  ondear  de  blanco.  Mi les de pañuelos desde tierra y más de mil desde el barco se agitaban hasta que la distancia los fue haciendo invisibles según se acercaban    a la bocana. Solo se veían ya las escasas luces mortecinas de Gijón.

Cuando el barco comienza a deslizarse
el muelle ya no cuenta en el diseño
las despedidas son casi irreales
los pañuelos se pierden en el tiempo
empiezo a estar lejano/la distancia
sale a buscar un horizonte nuevo
adelante no hay nada/mar inmóvil
mar de grises/mar sordo/mar de viento.

Mario Benedetti.

***

(GRABACIÓN. Madrid 2011)

El abuelo estaba explicando, aunque ella ya lo había oído, que los del culu moyáu es el gentilicio sarcástico que dan a los de Gijón en otras poblaciones asturianas. Al igual que se denomina carballones a los ovetenses. En el primer caso por la humedad del mar. En el segundo porque en el siglo anterior, la municipalidad, decidió cortar un gran roble -carbayón- que había en la calle Uría y los ovetenses montaron casi una insurrección. Desde entonces les llamaban “carbayones”. Actualmente hay una placa conmemorativa en el pavimento donde estuvo el roble cercenado.

Habían tomado un café después de comer y la nieta había encendido la aplicación de grabadora para retomar los recuerdos en el punto donde lo habían dejado la vez anterior. Ese día también estaba su abuela Maruchi, la mujer de Tino.

-Abuelo, la inscripción que hiciste en el pupitre de Salinas, ponía 22 de septiembre, pero saliste hacia Rusia el 24. ¿Esa fecha está bien? ¿Lo recuerdas?

-Sí; yo lo grabé el día que dejamos, definitivamente, la Colonia. No sabíamos en ese momento cuándo íbamos a poder salir desde Gijón a la Unión Soviética. Embarcamos la tarde del 23 y finalmente zarpamos en la madrugada del 24 de septiembre.

Continuó Carol:

-Me llamó la atención cuando dijiste que las expresiones de las madres y de la gente eran indescriptibles. He estado buscando imágenes en Google, hay bastantes. ¡Mira! , por ejemplo en “youtoube.com/Watchs?v=- Qx4ZDN0sYxm”. ¡Son impresionantes!

-¡Claro! ¡Lo son! –decía Tino– ¡Pero fíjate! Con todo, aún peor tuvieron que pasarlo las madres que no pudieron estar. Al menos las que pudieron despedir a sus hijos tenían la certeza de que estaban bien hasta ese momento. ¡La mía, ni eso! No sabía ni cómo estaba, ni dónde… ¡Eso sí tiene que ser desesperante para una madre!; nunca se recuperó de aquello.

-¿Se puede hablar? –preguntó la abuela por si no debía salir, su voz, en la grabación.

-¡Claro abuela! ¡Mejor si hablas!

-Pues lo que me pareció fatal es lo que el otro día contabas que tu tía María no te sacase de la Colonia y no te llevara con ella. ¡Eso estuvo mal! –sentenció Maruchi frunciendo el ceño.

-Ya dije –respondió su marido– que hay que estar en esa situación para entenderlo. No podían hacerse cargo de mí.

-¡Pues me parece fatal! Se reparte lo que hay; pero no se puede dejar a un sobrino así: ¡tirado!

-En cualquier caso, nunca les guardé rencor.

-¿Y no fueron, por lo menos, a despedirte? –insistía Maruchi indignada.

-Yo no los vi. Igual estaban entre tanta gente y no coincidimos. Cuando vinieron a Salinas, lo que sí les pedí es que cuando pudieran hicieran saber a mi familia que hasta entonces estaba bien. Muchos años después me enteré que se lo pudieron comunicar ya después de acabar la guerra en el Norte y pudieron establecerse comunicaciones entre Gijón y Oviedo.

-¿Y más adelante tuvisteis trato?

-Yo poco. También, al estar ellos en Gijón, era más difícil. Alguna vez nos vimos. Luego fui a verla contigo, cuando fuimos a Asturias de recién casados; ¿no te acuerdas?

-¡Ya, ya! Pero yo entonces no sabía eso. Si llego a saberlo no voy –Maruchi no cedía– ¡Eso no tiene perdón!


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Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
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