jueves. 18.04.2024

Capítulo 12 Oviedo. 1 de noviembre de 1937

El día de Todos los Santos los cementerios estaban llenos. Tanto de los mi les de muertos, recientemente enterrados, como de familiares y visitantes.

También estaban repletos de “paseantes”, muchos caminos y caleyes. Familiares que habían recibido soplos de que sus muertos “paseados” estaban en las cunetas, en fosas; tirados de cualquier manera. Caminaban mirando de reojo por si había tierra removida y apuntarlo en la memoria ya que, si les veían pararse a rendir homenaje, podían sufrir las consecuencias.

El 20 de octubre los franquistas habían tomado Gijón y todo el norte estaba en sus manos. Paule volvía también de visitar las tumbas de algunos compañeros, caídos en los combates, y se dirigió hacia la calle Jesús, a casa de Mari. Llevaban una semana sin verse. Ella no había acudido al café donde se citaban habitualmente.

Le abrió Catalina:

–Lleva días sin salir de la habitación; tiene un disgusto enorme. Ahora te contará ella. Sus razones tiene.

Al oír la conversación salió Mari, erguida, pero con la cara desencajada.

–Estaba preocupado. ¿Qué ha pasado para que no acudieras? –preguntó Paule.

–No tengo ánimo para citas de enamorados. Estoy de luto por mis compañeras enfermeras y por otros compañeros del hospital –contestó Mari.

–No sé a qué te refieres. ¿Qué ha pasado?

–Me refiero a que vino a verme Isabel, una de las pocas que ha quedado con vida. Me contó que el 22 de octubre, unas brigadas navarras ocuparon el hospital de Valdediós donde, ya sabes, se había instalado a los enfermos y a mis antiguos compañeros de la Cadellada. Unos días después, llegó un individuo con una carpeta que debía de llevar informes policiales sobre personas del equipo sanitario. A partir de ahí se desató el infierno. Violaron a muchas compañeras y las obligaron a cavar sus fosas para luego asesinarlas. Se libraron algunas, entre ellas, Isabel; no sé por qué pero, ¡menos mal!

Permanecieron de pie, alrededor de la mesa de la cocina, Catalina y ellos dos. Tras un momento de silencio, Paule se decidió a hablar.

-Entiendo tu tristeza, necesitas tiempo.

-No estoy triste –respondió Mari. Tengo ira, tengo odio. ¿Esa es la forma de celebrar la victoria? ¿Eso es lo que puede esperar toda España si entran en Madrid y ganan la guerra? ¿Ese es el orden que decían defender, contra el caos?

-¡Anda fía!, toma un poco de agua –dijo Catalina con lágrimas en los ojos, ofreciéndole un vaso que había llenado con la jarra.

-Si no hubiese sido por estar con mi familia me hubiese ido con mis compañeros a cuidar a los enfermos –le dijo Mari a Paule continuando el relato de lo sucedido–. Hubiese corrido la misma suerte que ellas; Oliva, Ángeles, Mercedes, Eladia y quien sabe cuántas más asesinadas... ¡Rosa! La mejor jefa que he tenido. ¡Ahora estaría yo muerta también!

Tesis de Carol. Nota

Los equipos sanitarios originarios del Hospital de la Cadellada estuvieron sujetos a múltiples avatares por los continuos cambios de bando a los que estuvo sometido el Psiquiátrico.

Inicialmente, el 18 de julio de 1936, quedó dentro del cerco; estaban tan próximos a las líneas de combate que en la ofensiva republicana de prime- ros de octubre, de ese mismo año, penetraron sobre esas posiciones y el día 13 de octubre, el Hospital pasa a estar en zona republicana. A partir de ese momento enfermeras y médicos, sobre todo los que tenían su casa o familia dentro de Oviedo, voluntaria o involuntariamente, ya no se reincorporaron a sus puestos, que habían quedado en zona del otro bando.

Pero cinco días después, el 18 de octubre, cuando cede la ofensiva republicana y las tropas de Aranda vuelven a tomarlo, los médicos y equipos que durante ese periodo se mantuvieron al cargo se trasladan, junto con los enfermos, a Gijón, para evitar las seguras represalias. Y de allí se organiza un nuevo traslado, que será definitivo hasta el final de la guerra en el norte, al hospital de Valdediós, en el convento y la iglesia prerrománica que le da nombre, San Salvador de Valdediós, próximos a Villaviciosa.

El monasterio y las dependencias que están frente a él se habilitaron como hospital en pocos días. Una maciza edificación del siglo XI que fue monasterio cisterciense hasta la desamortización de Mendizábal. Allí quedaron dirigidos por el doctor Fandiño; por Rosa, enfermera mayor, y por Luis, responsable de las tareas no sanitarias, que era el capataz de la vaquería. Muchos de los enfermos provenían de la Cadellada y otros ingresaron, en muchos casos, a consecuencia de crisis mentales producidas por los horrores de la guerra. Respecto a la vaquería, en aquella época y durante muchos años después, muchas instituciones tenían su propio ganado debido a la dificultad del trasporte y el poco tiempo de conservación de la leche, en buen estado, para su consumo. Allí permanecerían hasta finales de octubre de 1937 que fue cuando se desencadenó la masacre.

Por la parte contraria los franquistas, al recuperar la Cadellada, emitieron un edicto para que todos los trabajadores de la Diputación, asignados a ese hospital, se reincorporasen a sus puestos.

Los que habían salido, junto con los milicianos hacia Gijón y luego a Valdediós, no lo hicieron, incumpliendo la orden puesto que ya estaban en zona republicana en el nuevo emplazamiento del psiquiátrico, en Valdediós. Cosa que, tras la derrota definitiva, se utilizó para acusarles de desafección al “Glorioso Alzamiento” y de abandono del trabajo, lo cual conllevó la pérdida de su puesto en la Diputación. Eso, a los que mejor salieron librados por no tener imputaciones más graves, ya que a otros les cayeron penas de muerte o largos años de cárcel y trabajos forzados.

Los que quedaron dentro de Oviedo sí tuvieron que cumplir la orden.   Lo contrario estaba claro qué supondría. Para dirigir ese pequeño equipo ampliado con otras nuevas incorporaciones se nombró al Doctor Pedro Quirós Isla, ante la necesidad de atender a los enfermos mentales cuyo número también crecía en la “zona nacional”.

Sin embargo, pronto comprobaron que la Cadellada no podía ser un lugar de reposo. La zona de Prado de la Vega sufría continuos bombardeos de la artillería republicana y en pocos días tuvieron que trasladarse a Los Dominicos.

La presión a la que continuamente estaba sometido Oviedo obligó a que, de allí también, se trasladaran al colegio del Santo Ángel y, continuando la peregrinación, ya en 1937, al Monasterio de Corias en Luarca, población que, tras el avance de las tropas gallegas, había quedado algo más alejada de la zona de guerra, cuyo frente estaba próximo a Grado.

monasterio

Monasterio de Valdediós. Fotografía de 2017.

Tras la última grabación, Carol estaba impactada y quiso contrastarlo. Estuvo indagando en internet y los múltiples testimonios la habían dejado anonadada. Era peor que las noticias que tenía el abuelo a través de lo que le contó Isabel a Mari. Incluso pudo comprobar que, en el Congreso de Enfermería de Granada, se había presentado un informe de Pedro de la Rubia y José Antonio Landera, de la Asociación de la Memoria Histórica.

Isabel no sabía, cuando se lo contó a Mari, la auténtica dimensión del drama. Además de las cinco víctimas de quien tenía ella noticias hubo doce más. Diecisiete cuerpos fueron los que aparecieron en la fosa. Doce enfermeras y cinco hombres, entre médicos y otros miembros del equipo no sanitario.

Tras múltiples búsquedas para completar sus datos, verificó que sobre el 22 o 23 de octubre de 1937 habían llegado dos compañías de IV Batallón de Montaña de Arapiles nº 7 y se quedaron ocupándolo.

El día 27 de octubre, el hombre al que se debía referir Mari llegó desde Gijón. Un siniestro personaje vestido de negro que hizo entrega de una lista al oficial. Cinco hombres, cuyos nombres estaban en esa relación, fueron conducidos a Gijón. Dos de ellos fueron fusilados y tres encarcelados. Pero la lista tenía muchos más nombres, muchos de estos eran de las enfermeras que estuvieron expedientadas por los sucesos de 1934 y contra ellas se dispuso otro tipo de venganza. Se las obligó a preparar comida y bebida para una fiesta en la cual estaban obligadas a participar y en la que hubo todo tipo de abusos sexuales. En un momento dado, alertado por las voces, apareció el capellán de la compañía. Ellas pensaron que podía ser su salvación; sin embargo, tras mirar detenidamente lo que estaba pasando, dirigiéndose a la tropa y suboficiales, les dijo: “Haced lo que tengáis que hacer.”

Tras dar por finalizada la fiesta se les obligó a excavar su propia fosa, donde el capellán les dio la extremaunción y finalmente se les ejecutó a tiros.

En julio de 2003, a solicitud de la Asociación de la Recuperación de la Memoria Histórica de Asturias, en representación de varias familias de los fallecidos se procedió a la excavación y exhumación, apareciendo restos óseos de los diecisiete cadáveres.

Había otro dato objetivo: Isabel fue la compañera que se libró y que   se lo contó a Mari. El abuelo había mencionado que él, años después, había conocido en Madrid a Isabel, que frecuentaba la casa de Mari, con quien conservó amistad. Trabajaba de ama de llaves en casa de unos aristócratas. No recordaba bien si en la calle Santa Isabel o en la de San Onofre. Su tío le contó que, ya en el año 1977, tras la amnistía política llegó lo que se llamó la amnistía laboral: el cómputo del trabajo en la época de la República de empleados que, por diferentes motivos no lo tenían reconocido, a efectos de cotización, hasta entonces. Los archivos de la Cadellada fueron destruidos y hechos desaparecer, por lo que Isabel y Mari tuvieron que hacer declaraciones juradas de una a favor de la otra, para atestiguar, mutuamente, el tiempo trabajado; y que, él mismo, había visto los documentos de Mari con los que finalmente reconocieron y registraron sus cotizaciones.

  hospital

Personal del hospital de Valdediós. Enero de 1937.
Fotografía de Constantino Suárez

Nota: Con todas las reservas propias del caso, las personas identificadas serían: desconocido; Adela Álvarez; desconocida; desconocida; E. Montoto; desconocido; Sagrario Estébanez; desconocida; Maxi- mino Manuel González; Lucía González; ¿Concha Moslares?; desconocida; desconocido; desconocido; desconocido; Antonio Piedrahita; Urbano Menéndez; desconocido; Domingo González; Gerardo Pérez. Foto de Constantino Suárez tomada en Valdediós en enero de 1937 que se conserva en el Archivo Municipal de Gijón. Fuente: Informe histórico y antecedentes de la fosa de Valdediós (Asturias) de Pedro de la Rubia y José Antonio Landera, de la Asociación de la Memoria Histórica.

–Cuando Isabel me lo contó –explicó Mari–, no parábamos de llorar. En un momento dado nos sorprendimos, nosotras mismas, con una risa histérica recordando anécdotas…. Oliva era la alegría de la huerta. Hasta a los enfermos les trataba con lo que ella llamaba la “cura de la risa”; les hacía reír con sus tonterías y es verdad que algo mejoraban. Un día, estando en la sala de enfermeras, un ratón se le subió por la pierna; en décimas de segundo se quitó la bata bajo la cual se había subido el ratón que, ya sin su escondite, saltó huyendo con rapidez y Oliva quedó chillando en bragas y sujetador… Y a nosotras, recordándolo, nos dio por reír. Pero tras la histeria, rompimos de nuevo a llorar.

Paule se inclinó hacia ella, diciéndole con firmeza:

-Los primeros días de una victoria producen una borrachera que luego se enfría. Es en ese momento cuando los vencedores tienen mayor peligro; es el momento de la exaltación cuando se creen con derecho a todo. No me fío de que algunos incontrolados no puedan ir a por más personas de las que estuvisteis expedientadas en la Cadellada. Mañana te voy a traer una pistola. Pero quiero que tengas cobertura legal. Voy a alegar que, al estar yo en Seguridad y además me han designado para estar en los juicios militares, puedes correr riesgo por ser mi novia. Sacaré un permiso de armas a tu nombre. Esto supone oficializar el noviazgo. Al primero que pretenda detenerte, sea militar o civil, cura o ateo, falangista o rojo, le pegas dos tiros. Ya saldremos luego del lío; pero lo principal es conservar la vida. Lo demás tiene remedio.

Al día siguiente le llevó un permiso de arma corta y una pequeña pistola del calibre 25, con las cachas de nácar, que tenía una curiosa característica especial: el gatillo estaba en la trasera de la culata. Al apretar con el índice la sujeción delantera, la presión entre este y el hueco de la mano formado por el pulgar era lo que movía el gatillo trasero y producía el disparo. Ese mismo día la enseñó a disparar. Siempre la conservó; dispuesta a no pasar por lo mismo que tuvieron que padecer sus compañeras de enfermería.


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Capítulo 11
Pisaré sus calles nuevamente
Novela histórica de Pablo Fernández-Miranda de Lucas, por entregas en Nuevatribuna

Capítulo 12 Oviedo. 1 de noviembre de 1937