viernes. 19.04.2024

Riqueza y opinión

Que este es el mundo en que vivimos, no hay duda, pero que urge cambiarlo, también. La propiedad y la opinión mueven el mundo.

La propiedad y la opinión, es lo que mueve el mundo. Pensaba en todo esto después de leer a David Hume (1711-1776), «el buen David» como le llamaban, que escribió demasiado joven su obra más importante (Tratado de la naturaleza humana); él, que nació cien años antes que el socialismo o el comunismo, dijo en el siglo XVIII, que la «propiedad» unida a la «opinión» es la que gobierna el mundo. Y que cuanto más grande sea esta propiedad [entendida como riqueza] y en menos manos esté más poder. Esa cuestión que plantea en uno de sus Ensayos Políticos respondía a la pregunta de si la monarquía inglesa sobreviviría a cualquier cambio que pudiesen llevar adelante los miembros de la Cámara de los Comunes (terratenientes), y su respuesta fue que dado que la familia real era la más rica del reino, la propiedad de los miembros de la Cámara de los Comunes, aunque fuese grande permanecería separada. No se equivocaba. Nada ocurrió, y como saben, hoy, la monarquía inglesa representa a la familia más rica de Inglaterra.

Los que ven fantasmas, sólo ven uno: el comunismo. ¡Oh, qué poco han leído muchos de los que asisten a esas seudotertulias políticas! Casi todas las utopías, la de Tomás Moro, la primera que llevó ese nombre, la de Francis Bacon, la de Campanella, recogen esa idea de propiedad en común y trabajo compartido. También están los textos de los socialistas utópicos (Rousseau, Mably, Meslier, Morelly, Babeuf, etc). Y, por supuesto, todas las relaciones de las comunidades tribales.

Pero sírvanos el ejemplo de David Hume sobre la propiedad en pocas manos y la riqueza como la opinión que mueve el mundo, para pensar cómo los pequeños comerciantes van desapareciendo frente a las grandes superficies comerciales, y cómo las compañías medianas ceden ante las multinacionales, y cómo los robots van sustituyendo a la personas, y de qué modo los capitales que antes hacían rica a una Nación, ceden su puesto y también el poder del Estado a grandes flujos económicos y financieros que ajenos a cualquier idea de bien común, sólo buscan el lucro a nivel internacional, mientras no se respeta el medio ambiente, se proponen objetivos que luego no se cumplen o no son obligatorios para la mayoría de los gobiernos, y la tecnología, con sus tecnócatras de turno, quieren obligarnos a pensar que las personas que no tienen trabajo, sobran. Pensemos que sólo unas pocas grandes multinacionales dominan el sector de la distribución y venta de alimentos a nivel mundial, ¿nos damos cuenta lo que esto significa? Pensemos en esos focos de conflicto que se intentan levantar en las costas de China, hoy ya primera potencia mundial. Recapacitemos sobre estos bloques económicos que reúnen conjuntos de Estados, al más puro estilo «1984», la obra de George Orwell. ¿Tenemos de qué asustarnos?

En suma: Marx, sólo ha dicho lo que ha dicho, pero otros muchos lo dijeron antes que él, por ejemplo, el francés Pierre Joseph Proudhon quien escribió, y esto lo recogió Marx en sus Manuscritos, que «Si consideramos, como los economistas, al trabajador cual una máquina viviente, el salario que recibe vendrá a representar el gasto necesario para la conservación y reparación de la máquina». Por aquellas fechas, Gran Bretaña iniciaba su primera reforma sobre el trabajo infantil, corría el año 1830, y estas fueron algunas de aquellas disposiciones: que los niños menores de 9 años no trabajasen y que los mayores de 9 cumpliesen jornadas de 8 horas, no de hasta 16 horas como era habitual. Sumemos más datos: en 1848 se produce la llamada Primavera de los pueblos, y los intentos de la Restauración para imponer nuevamente las monarquías absolutas, fracasan. En ese año, Marx publica su Manifiesto. Entre sus afirmaciones, que la burguesía se acabará destruyendo a sí misma al quedar el capital cada vez en menos manos. Si alguien tiene dudas, por favor, que mire el panorama internacional. Quizá, si algo tuviera yo que reprocharle a Marx, sería su gran optimismo sobre los individuos y los motivos que los impulsarían a actuar bien. Hoy mismo he escuchado a unas personas comentar que estaban en un partido político «emergente» porque son «distintas». No hay distintos. Buenos y malos, eso somos. Mejores o peores, también. Es decir, se le puede reprochar a Marx, yo se lo reprocho, esa idea de que al final, todos serían iguales y nadie estaría sobre nadie, pero ya lo señaló muy bien Hobbes: el hombre es deseo y lo que más desea es poder. Por tanto, siempre surgirá la «dialéctica del amo y el esclavo» que definió Hegel. Para ejemplo, ahí está esa «subasta» de inmigrantes, lo han conseguido, han llegado a Europa, ahora hay que repartirlos, pero la voluntad es escasa. Y luego, toda esa cantidad de desplazados por las guerras y los intereses del petróleo, personas, familias y niños con una vida cortada, lastimada, esos miles y miles de sirios que intentan pasar a Turquía, y esos grupos terroristas que nadie sabe muy bien quién los financia, y si no se sabe es porque no se quiere que se sepa, igual que se esconde el oscuro comercio de armas.

Pero no nos imaginemos mejores, ni perfectos, y menos aun cuando el horizonte se llena de preguntas. ¿Se impondrá este neoliberalismo conservador de Tratados que se negocian en secreto, a espaldas de los ciudadanos (TTIP, y ahora el nuevo TISA como acaba de desvelar la WikiLeaks)? ¿Continuarán creándose bloques económicos? Es evidente que sí, algunos de los últimos en África, que se suman a los ya existentes en otros continentes. ¿Prevalecerá esta especie de imposición de Estado Mínimo que impulsa las privatizaciones y deja al azar la estabilidad de los ciudadanos y en riesgo sus derechos fundamentales? Y, mientras esto ocurre, ¿seguiremos calificando al resto del mundo desde nuestro europeísmo etnocentrista, desde esta filial norteamericana en que se ha convertido Europa? ¿Seguirá mandando Alemania sobre el resto de los Estados europeos? ¿Qué clase de «gobernanza mundial» es esta, la de los organismos fácticos y financieros que dirigen el mundo? No es la primera vez que existe este tipo de mundialización: a principios del siglo XX los Estados más importantes de Europa se habían repartido el mundo en colonias de distinto tipo, necesitaban comercializar sus excedentes, y, además, se justificaban pensando que su cultura era superior a la de otros, y, luego, cuando ya no convino, cuando la Segunda Guerra Mundial acabó, se descolonizó el mundo en tan solo veinte años.

Quizá, en este punto, sería interesante volver nuevamente sobre las ideas de Hume y rescatar otro de sus importantes debates. Su reflexión sobre los «entusiastas», a los que también llamaba «presuntuosos» y los «supersticiosos» en la política, a los primeros los consideraba abiertos a las nuevas ideas y a los segundos temerosos de cualquier cambio. De este modo, señala que «la superstición es enemiga de la libertad civil y el entusiasmo, su aliado». Traía el ejemplo desde el ámbito de la religión, citando el caso de la Reforma, y lo aplicaba a la política de su tiempo. De su tiempo decimos, pero en el fondo toda política, de derechos por los que hay que luchar, pertenece al presente de los pueblos. «Entusiastas», decía, los que encontraban razones basadas en la reflexión y la crítica para el cambio; «supersticiosos», aquellos que se conformaban con lo recibido, con palabras que fueron pasando de generación en generación, con alegorías que quizá fueron las correctas para una época, con sombras que se proyectaban desde la tradición. Y esto, en un tiempo como fue el de la Reforma, en el que el 75% de la población era campesina, el único estamento que pagaba impuestos, y para colmo analfabeta; por tanto, las personas no podían acceder a una lectura libre de la Biblia, por un lado, porque no les estaba permitido, y por otro, porque estaba escrita en latín, lengua que desconocían. Los «entusiastas» reformadores imprimieron la Biblia en lenguas nacionales, mientras la Iglesia Católica siguió manteniendo las misas en latín hasta mediados del siglo XX. Sin duda, la Reforma cambió el panorama europeo, y como Weber dijo en Economía y Sociedad, también marcó el rumbo que seguiría el capitalismo.

En resumen: ningún hecho ocurre sin necesidad, y, a veces, uno solo, en un tiempo determinado, representa lo fundamental. Ya se llame Lutero y clave Las 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittemberg en 1517, se caiga el Muro de Berlín en 1989, o se llenen las plazas de España a partir del 15 de mayo de 2011. Y en medio de todo esto, las ideas, sí, pero también la riqueza y la pobreza, en pugna siempre, y la opinión, la establecida y normalizada por la costumbre, pero también la que busca hacerse oír.

Tomemos en cuenta los siguientes datos: los integrantes del Club Bilderberg, entre los que están algunos de los más ricos y poderosos, un año más sustraerán al debate público sus conversaciones. ¿Cómo llamaríamos a eso? Nos explican en las noticias que los inversores de bonos españoles, hasta que lleguen las elecciones generales de noviembre, buscarán refugio en los bonos alemanes, aunque les ofrezcan menor rendimiento. En 2012 y en 2013 el FMI ofreció disculpas por las medidas de austeridad aplicadas en Europa. Sin embargo, en 2015 continúan pidiendo más de lo mismo y en 2014 hasta se atrevieron a solicitar una quita del 10% de la riqueza privada, para reducir la deuda pública. Es evidente que, cada vez que el FMI o la troika hablan están indicando el camino que deben seguir o no los fondos de inversión. También pidió el FMI en su día, disculpas por las políticas aplicadas en latinoamérica a partir de los años 70 del s. XX. ¿Qué son esas disculpas frente a deudas impagables y sufrimiento por la desindustrialización y el paro, esto sin contar las dictaduras que sirvieron de apoyo a aquellas políticas? Leo que el Partido Transhumanista Mundial que aboga por la longevidad y los futuros ciborgs en los que los humanos acabarán convertidos, busca gente que quiera adherirse y aportar dinero a su proyecto, aclarando que los primeros que se beneficiarán serán los ricos, es decir, los que puedan pagar esos servicios. Mientras tanto, sueldos miserables, que no alcanzan para vivir, alertan de un neoesclavismo salvaje, muy propio de la Primera Revolución Industrial, cuando ya estamos en la Tercera.

Que este es el mundo en que vivimos, no hay duda, pero que urge cambiarlo, también. La propiedad y la opinión mueven el mundo. Se endeudan los Estados, nos endeudamos las personas, se trafica a nivel político con corruptelas de la más variada calaña, se desprecian derechos fundamentales, y hay toda una larga serie de medios de comunicación al servicio de esa opinión, la opinión que hace cada día más ricos a unos en detrimento de la mayoría. Decía Condorcet: «Los amigos de la verdad son quienes la buscan, y no quienes se vanaglorian de haberla encontrado». Distingamos, pues, entre las verdades que nos quieren vender y las mentiras. 

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