viernes. 29.03.2024

El discurso público

El discurso público del silencio como un arma se rompió el día que la gente salió a la calle...

La España que dejamos atrás, tiene que dar paso a un nuevo Humanismo, y también a una Europa distinta, que no divida a los pueblos entre ricos y pobres, ni a las personas en desahuciadas o no desahuciadas o entre las que tienen y las que no tienen empleo

Hay que ser críticos con el discurso público porque articula el poder y controla las mentes. «Gobernar -escribió Foucault- es estructurar, el campo potencial de acción de los otros». En resumen: ejercer un control sobre acciones de personas libres, limitando cuáles pueden ser estas, y condicionándolas. Dos de los medios que colaboran para conseguir el objetivo de estos hechos son los medios de comunicación y el discurso público. Sobre los primeros sólo una pregunta esencial como: ¿qué grupos son y a quiénes representan? Nos dará una primera respuesta. Sobre el discurso público, necesitamos saber quién gobierna a la luz y quien teje los hilos del poder desde la sombra. Evidentemente, esta parte es siempre la más difícil de señalar, salvo cuando en una crisis social como la que padece España, nos encontramos poco a poco con la respuesta. Sobres, Eres, falsos cursos de formación, financiación ilegal de los partidos políticos, paraísos fiscales, en suma, la corrupción.

El resultado de lo ocurrido lo conocemos: una insensibilidad estatal en todos los sentidos. La respuesta: un movimiento social generalizado, cuya bandera es, sin duda, un renacimiento basado en la solidaridad, y el empoderamiento de la gente. Surgió con el 15 M y se propagó. ¿Podríamos hablar de un nuevo Humanismo? Sin duda, plenamente, heroico (¿cuántos palos ha recibido la gente en las manifestaciones?) y ajeno a un Estado que actúa por intereses que escapan al control de la población. Frente al grito de «No nos representan», su nepotismo. Surge así en las calles y en las plazas un renovado Humanismo.

El filósofo José Luis Aranguren, dividía a la Democracia en institucional y ética. Decía que la primera se mantenía por sistema, la segunda, que era la más importante, había que ponerla en pie cada día, porque una verdadera Democracia pasa por una reflexión permanente y por cuantos cambios sean necesarios efectuar. Sin ética, no hay ciudadanía con verdadero empoderamiento. Hay que reconocer lo que es justo para poder defenderlo.

Hubo un tiempo, en el medievo, en el que en las primeras universidades, sólo después de estudiar Artes (que incluían la gramática, la dialéctica y la retórica) se podía acceder a otro tipo de estudios como los de aritmética, geometría, astronomía y música. (Eran lo que se denominaba entonces como Trivium y Quadrivium y que representaban las siete artes liberales frente a las manuales o propias de los trabajos artesanos). Me pregunto si deberíamos hacer algo así en nuestras universidades. Primero una base de Humanismo que incluya la historia, la antropología, la filosofía, la sociología, la psicología, la retórica, es decir, el reconocimiento de los otros, el valor de la palabra como punto de referencia y unión, y después todo lo demás. Resulta abrumador pensar que en el año 2007, el número de estudiantes de filología hispánica que iniciaron sus estudios en una universidad de la Comunidad de Madrid, fueron veinte. No quiero ni pensar cuál será la cifra actual. Es más, en algunas universidades ya casi no ven viable mantener este tipo de estudios, y lo mismo ha sucedido en los de secundaria donde los estudios de las lenguas latina y griega han quedado postergados. Si «Enseñar es aprender» como dijo Sócrates, démosle a los estudiantes el derecho a pensar. Para conseguirlo alumbremos su camino con los que pensaron antes. ¿Qué dijeron? ¿Cómo veían el mundo? ¿Qué pensaban del pasado, de su tiempo o del futuro?

Hasta ahora los puestos de la política española realizada desde la Transición han sido ocupados mayoritariamente por funcionarios del Estado, que habían ganado sus oposiciones en justa ley, la mayoría de ellos con estudios de economía o abogacía. Eso es lo que han revelado las encuestas. ¿Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que nos han faltado personas con otras categorías de estudios, con otra formación, con una cultura más humanista, con otras lecturas? La respuesta, al menos por mi parte, es que lamentablemente así ha sido. Y es que los números convertidos en fríos datos, mal pueden acercarnos a los demás. La prueba es que incluso cuando desde las ONG se le dice al gobierno que el 30% de la población española está ya en el umbral de la pobreza, este poder ejercido por personas, funcionarios que deberían representar al pueblo, no se siente aludido.

Pero otro tiempo ha llegado. Las sensibilidades están a flor de piel, la realidad también. En las últimas elecciones europeas se presentó un partido animalista, por ejemplo. (También lo había hecho en alguna ocasión anterior). Este pensamiento de respeto a los animales unido al ecológico que ya existía supone un nuevo refuerzo frente a la destrucción sistemática del planeta que las políticas capitalistas actuales representan. Éstos, autollamados «animalistas» se unen a un sentimiento contrario a la utilización de los toros en la llamada «fiesta nacional» o en cualquier otro tipo de festejo: toros de fuego, lanceados, etc. Claman para que no se compre ropa que tenga pieles de animales, y muestran lo que sucede y el trato que reciben los animales en las granjas. Pero también han surgido las fuerzas resultantes de los movimientos sociales como el Partido X, o REDES representada por el juez Elpidio Silva, e incluso algún partido a la derecha. Y, además, ha surgido una fuerza singular como Podemos. Politólogos son los que lo dirigen, y me cuentan, que bastantes filósofos jóvenes hay en su equipo. Pero esta fuerza que se multiplica, se nutre en la mayoría de los Círculos de gente normal, de muy diversos oficios y con sentido común, que portan la opinión de la calle, que saben lo que cuesta un pan o un litro de leche sin que se lo tengan que preguntar a un asesor, que conocen a un vecino en paro o tienen a un familiar que ha sido desahuciado, y que poseen conciencia de la gravedad social que se padece. Son los nuevos políticos, pero también el pueblo. De este modo, algo, quizá lo más importante de la vieja política griega ha llegado hasta nosotros para quedarse, a puesto en pie la Asamblea en el territorio de la plaza pública, aunque en buena medida también sea telemática, y a este proceso se lo ha denominado el «método Podemos», pero si Sócrates, Platón o Aristóteles, o si los viejos sofistas levantasen la cabeza, nos dirían que ya conocen esto que estamos viviendo. Y no hablo como algunos periodistas que van a los Círculos, sino como una persona que pertenece al Círculo Podemos del pueblo en donde vive. Participar en un Círculo es defender ideas, confrontarlas, consensuar cuando es posible con los propios compañeros, es política en estado puro. Alegrémonos por ello, esto no lo conocíamos, no se había vivido antes en España. Ahora es posible levantar la voz y la levantamos. El discurso público del silencio como un arma se rompió el día que la gente salió a la calle y de manera especial el día que la activista Ada Colau, en calidad de representante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca expuso en el Congreso de los Diputados, lo que cada uno de nosotros también les hubiera dicho, que su desfachatez e indiferencia insultaban nuestra inteligencia, y que su política causaba muertes, desolación y un sufrimiento que parecía que no iba a tener fin.

Recuerdo perfectamente cómo molestaba en Twitter a algunos periodistas, y de esto no hace tanto, apenas dos o tres años, que los usuarios de esta red marcasen lo que iba a ser noticia, esos hastags que de repente se volvían populares les traían de cabeza; hasta ese momento, hasta el instante que la gente dejó de tener trabajo y se quedó en el paro, participando también activamente en las redes sociales, lo que debía ser noticia lo marcaban las agencias periodísticas y los medios periodísticos, es decir, sus dueños y los intereses que hubiera detrás de ellos. Casi parece lógico que muchos periodistas pensasen de ese modo, porque aún no habían llegado para ellos los despidos, mientras que por el contrario, la gente que había trabajado en la construcción («burbuja inmobiliaria»), llevaba tiempo en el paro, había sido desahuciada o estaba a punto de serlo, y los jóvenes se marchaban al extranjero, es decir, lo que se ha dado en llamar «la generación más preparada» se iba camino del destierro. Un dato para avergonzar a cualquier político y mucho más a los que teniendo la mayoría cambiaron el Art. 135 de la Constitución. Pero no se trata de eso solo, no, sino también de ideología, esos periodistas que piensan como piensa el medio y con eso garantizan sus sueldos, dicen de ellos mismos, que no son de ningún partido. Que lo sepan: risa nos dan. ¿Cómo pueden no ser de ningún partido si con lo que escriben o con lo que silencian sirven a los fines de los poderes que hay detrás de esos medios? ¿Y los intelectuales? Sí, esta es la pregunta clave. La que nos hacemos algunos de los que nos hemos integrado en Podemos Escritores. ¿Dónde estaban estos últimos años los que nunca pasaron un tuit de crítica al gobierno (PP) ni a la oposición (PSOE), ni mostraron un apoyo a los que peor lo estaban pasando? ¿Dónde están hoy, algunos de ellos, pues ni siquiera en este momento en que todo es tan evidente y nada se puede ocultar ya, levantan su voz? ¿Dónde estaban aquellos a los que no se veía en las cabeceras de las manifestaciones? Algunos seguían hablando de animales en adopción, eso queda muy bien, sin meterse en el otro enfangado, en los otros vericuetos de la política y la cultura, en las necesidades de sus conciudadanos, tema que puede preocupar (léase «molestar») al director del periódico de turno o a los dueños de ese medio (bancos y grandes empresas), o al grupo editorial en cuyos medios publicaban sus libros, al Instituto o la Fundación (ya fueran estas culturales o políticas, pero siempre con participación estatal) que favorecían su viajes de promoción de libros por Iberoamérica y Europa, etc. ¡Ay, sí, ay de ésta, nuestra cultura!, y de quien se ampara en la defensa de un ultraliberalismo económico salvaje e intenta compararlo con una verdadera Democracia, mientras no dudan en participar en congresos organizados por alguna fundación de derechas, gracias a la cual también viajan por iberoamérica, hablando mal, por ejemplo de Podemos, y luego se les brindan honores y premios en España. Sí, ay, de nuestra cultura. Ay, de los que no rechazan los premios que otorgan los que han humillado a la gente. ¿Dónde están sus manifiestos de apoyo a los desahuciados, a los parados, a los colectivos más desfavorecidos? Yo, no los he visto.

Y ya que es tarde de sábado lluvioso, otoñal y con muchas preguntas, aprovechemos para hacer algunas más: ¿en qué fotos o en que tuits se ha visto a deportistas de élite, que son los que pueden tener voz pública, defendiendo los derechos de los pobrecitos españoles que les festejan en cada partido sus goles y las fabulosas cifras que los clubes pagan por ellos, mientras estos mismos clubes deben cifras de varios dígitos a Hacienda? ¿Y cuando vimos a los reyes junto a desahuciados o parados? Por supuesto que hay casos para alabar como el del Rayo Vallecano y su apoyo a una anciana desahuciada la pasada semana.

Resumiendo: la España que dejamos atrás, tiene que dar paso a un nuevo Humanismo, y también a una Europa distinta, que no divida a los pueblos entre ricos y pobres, ni a las personas en desahuciadas o no desahuciadas o entre las que tienen y las que no tienen empleo.

El discurso público