martes. 16.04.2024

Enfermar

Estamos constituidos psíquicamente por el lenguaje y por la norma, el lenguaje que nos nombra incluso antes de nacer, el lenguaje a través del cual descubrimos el mundo para vincularnos con el otro que nos da sentido y la norma así mismo  constitutiva de la especie humana,  todo aquello que limita el principio de satisfacción inmediata del deseo con el que llegamos al mundo. Ese impulso de satisfacción es el elemento diferenciador con el resto de los animales. Mientras los animales tienen instinto que no requiere de aprendizaje, los humanos tenemos impulsos que requieren digamos de una acomodación, que se aprende, para hacer posible la vida en sociedad.  

De la capacidad de adaptación a la norma va a depender, sí ó sí, lo sanos o enfermos que estemos a lo largo de nuestra vida si aproximamos los conceptos de salud y enfermedad a la idea de bienestar general.

Ocurre que la adaptación total es imposible porque la norma lleva implícita un grado de coerción que nos produce un malestar inevitable,  de lo que se desprende que todos tenemos algún grado de enfermedad. Este mayor o menor grado de enfermedad de cada uno, permitió a Freud establecer tres estructuras psíquicas básicas con las que poder identificar el comportamiento humano, a saber:

Los neuróticos, aquellos que aceptan la norma y se adaptan a ella aunque suponga en no pocas ocasiones la renuncia del deseo propio.

Los perversos,  que solo piensan en su propia satisfacción sin importarles la norma y siempre dispuestos a vulnerarla si se interpone en sus deseos.

Los psicópatas, que incapaces de acceder a la realidad construyen su propio universo desprovisto de  cualquier rasgo de empatía y por consiguiente sin conciencia alguna del dolor ajeno.

Afortunadamente  las sociedades modernas se han ido poblando mayoritariamente  de neuróticos permitiendo que  el proceso civilizatorio fuera  hasta este momento una experiencia de relativo éxito. Y ha sido así porque la norma, injusta o no, al mismo tiempo que se imponía ofrecía los contrapesos que permitían la posibilidad de adaptarse a ella. Pensemos por un momento en la norma original, si se me permite denominarla así, aquella por la cual papá y mamá llevaron la cuna a otro cuarto y nos “expulsaron” de su dormitorio. A nosotros y nosotras que habíamos venido al mundo a poseerlo todo y en todo momento, de repente nos expulsan del paraíso ¿Cómo pudimos soportarlo? ¿Cómo pudimos adaptarnos a ese cataclismo? Pues sencillamente porque aunque eso ocurrió, y más vale que así fuera, al tiempo que ocurría percibimos que no todo estaba perdido, que aunque nos expulsasen, nos seguían queriendo, nos hacían caricias, nos alimentaban, nos vestían, nos sonreían. Solo así pudimos seguir adelante, de lo contrario hubiéramos sucumbido.

A partir de aquí podemos decir que la existencia no es sino una repetición de este acontecimiento originario. La norma se impondrá y al mismo tiempo nos ofrecerá posibilidades para que la renuncia no sea total y podamos anhelar y construir nuestros propios proyectos. Sobran los ejemplos; comportarse en público, para estar con otros y disfrutar de ellos, pararse si el disco está rojo para cuando hay que cruzar hacerlo en condiciones de seguridad, estudiar para  descubrir un mundo hasta ese momento desconocido. Es  decir la norma no solo obliga ofrece por pequeño que sea algún resquicio para acomodarnos a ella, cuanto mejor  consigamos adaptarnos menos enfermaremos y viceversa.

Pensaba en estas cosas porque de un tiempo hasta esta parte, un tiempo que se percibe como muy largo, nos hemos empeñado en enfermar más y más rápidamente, un pequeño hito, o quizá no tan pequeño, en esta carrera hacia más enfermedad lo protagonizan estos días dos polémicas que han hecho fortuna en los medios de comunicación ¿Deben de cobrar algún salario los aprendices de los restaurantes españoles con estrellas Michelin? Si este es el debate lo que lo origina es que obviamente, no cobran. Esa es una, la otra. Las recoge pelotas del torneo Conde de Godó obligadas a vestir minifalda y camiseta con temperaturas de seis grados.

Si  estas, junto con otras muchas de este tenor, son las normas que imperan, como parece, la única capacidad de adaptación que ofrecen es la sumisión que no es precisamente salud lo que proporciona.

Sería estúpido negar que enfermamos  porque en algún momento se produce un fallo orgánico, tan estúpido como no reconocer que sabemos en exceso de los síntomas de nuestras enfermedades y muy poco de las causas que los originan.

Lo cierto es que un breve repaso de las enfermedades que hoy nos aquejan dicen mucho de las sociedades que estamos construyendo y todas lanzan el mismo mensaje, la capacidad adaptativa del ser humano a la norma muestra síntomas de agotamiento. Lo que equivale a decir que el neurótico que llevamos dentro va a  agravar su neurosis  y allí donde parecía que la ciencia estaba cada vez más cerca de atajar la enfermedad  en sus manifestaciones corporales la mente da un serio aviso de que tamaño esfuerzo colectivo puede embarrancar por un tiempo.

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