viernes. 29.03.2024

El valor de la protesta

brecha genero

El impulso de las movilizaciones ha de convertirse en la exigencia de un esfuerzo común que nos vuelva a reconciliar con los valores de la igualdad y la estabilidad

Las protestas masivas de los últimos días en las ciudades españolas, 8 de marzo día internacional de la mujer trabajadora y 17 de marzo convocatoria nacional por el sostenimiento del sistema público de pensiones y su dignificación, tienen un aire regenerador de la vida pública en España con escasos precedentes. Ambas fechas tenían objetivos muy concretos y de repente se han convertido en cauces para una protesta generalizada transversal y multitudinaria que ha sorprendido gratamente a todo el mundo.

Indagar, siquiera  brevemente, en las causas de la magnitud de esas protestas se convierte en una necesidad para su sostenimiento y el beneficio que de él pueda derivarse.

La idea de justicia social es la principal característica que las define, pero es indudable que esa causa por sí sola no explica su enorme poder de convocatoria. Más bien se aprecia que las protestas del 8 y el 17 de marzo se han convertido en cauce para expresar un sentimiento muy extendido en la sociedad española mezcla de fatiga y abatimiento. Pareciera como si de repente una ráfaga de vitalidad hubiera decidido hacerse cargo de la situación en un intento de recuperar la autoestima de país perdida, hundida cabria decir, después de 10 larguísimos años de crisis económica con ramificaciones que han tenido enorme impacto en la vida política, ética y moral,  que sigue haciendo estragos en las conciencias de la buena gente que somos.

En esta situación la protesta emerge como una necesidad, la necesidad de la proximidad de los otros, de aquello que nos vincula, una idea de país más habitable, más solidario en definitiva.

Es indudable que la sorpresa inicial de la magnitud de las protestas apenas si podía ocultar el regocijo compartido de saber que algo fuera de lo común está ocurriendo. Ese algo es asimismo precario y, el poder jugará sus bazas para diluirlo, para que no acabe de solidificarse, pero es una gran oportunidad. El mundo mira a España por lo que la mira siempre, su capacidad de reacción ante la adversidad y el instrumento para esa reacción es sin ninguna duda la calle.

La calle que se convierte espontáneamente en el ágora cuando el Parlamento se convierte en un obstáculo  para la política. La política que no puede seguir siendo el arte de lo posible, que ha de convertirse en el arte de lo necesario.

La calle en definitiva, que con enorme trascendencia, se transforma en un espacio que ocupamos y no solamente en el espacio por el que transitamos.

El riesgo de la instrumentalización siempre está, pero hay que confiar en que la gente ya sabe todos los cuentos.

El impulso de las movilizaciones ha de convertirse en la exigencia de un esfuerzo común que nos vuelva a reconciliar con los valores de la igualdad y la estabilidad. Detrás de estas últimas protestas asoma la necesidad de recuperar un discurso cívico que nos devuelva la capacidad de ser protagonistas de nuestro futuro.

Para este objetivo, la calle es hoy más necesaria que nunca, porque cuando la calle se vacía la toman los malhechores.

El valor de la protesta