Su estirpe se pierde entre las brumas del pasado más pasado. Y un día de esos remotos tiempos crearon un derecho al que llamaron natural, y lo pusieron de inmediato a su servicio.
Y en el/su derecho natural escribieron que las haciendas, las leyes y el gobierno, el caballo y la pistola, nuestras almas y (casi) todos los cuerpos les pertenecen.
Lo demás, por consiguiente, de ser, lo es ‘contra natura’, desde el amor que declararon nefando (da igual que, cuando les va, lo practiquen en la oscuridad de sus alcobas) a las izquierdas en el gobierno.
Por eso braman. Por eso, y por que no se escuchen las razones y las ideas y las propuestas de quienes no quieren seguir sirviendo a esos amos y su derecho.
‘¿Ladran?’ La respuesta, por obvia, cuasi automática: ‘... luego cabalgamos’
Cabalgamos, sí, pero sin ignorar que del ruido y la furia (y el engaño y la bronca) queda también el eco que busca cubrir de noche y niebla la inteligencia y la luz del común de los españolitos. Del pueblo, las gentes, la ciudadanía que piensa, estudia y trabaja (o lo busca, el empleo y el salario).
Por eso, pasado mañana, cuando se haya extinguido el eco del bostezo rabioso y de la embestida, y callen (hasta la próxima) los ladribuznos, es menester emplazarnos a no dejar que impongan en el imaginario social su foto fija: esa que enrancia los colores más allá del sepia, la que quieren de un país donde media España no tolere a su otra mitad.
En su estrecha mezquindad (la de sus señorías altitronantes y barbijuntas, aunque las haya también modo depiladas) no cabe que aquí quepamos, viviendo juntos y soñando, a veces coincidiendo y otras discrepantes pero respetándonos siempre y siempre reconociéndonos legítimos e iguales, ciudadanos de ideas e ideologías distintas que votamos diferente y tomamos partido por siglas que confrontan.
Quizás debamos recordarles, pasado mañana, que ellos -y ellas- también representan a quienes no les hemos votado. Porque en esa Constitución de la que tanto hablan y tan poco entienden está ya dicho. Todas y cada una de sus señorías representan a todos y cada uno de nosotros, ciudadanas y ciudadanos de este país nuestro que llamamos España.
Mal que les pese.