viernes. 19.04.2024

Vacunas y estupidez humana

vacunas

En 1796 el médico británico Edward Jenner observó que las mujeres que ordeñaban vacas adquirían síntomas superficiales de la viruela que apenas pasaban de ahí. Mientras en la ciudad donde ejercía morían decenas de personas a causa de la epidemia, quienes estaban en contacto con el ganado bovino apenas padecían unas décimas de fiebre o unas ronchas rosáceas en la piel. Estudioso del método de la inoculación usado desde varios siglos atrás, Jenner pensó y demostró que el virus de la viruela que tenían las vacas era mucho menos dañino que el que atacaba a las personas. Inyectó el virus vacuno a un niño y posteriormente en otros humanos, concluyendo que el virus de las vacas y el que se traspasaba a las ordeñadoras servía para inmunizar contra el verdaderamente mortal. Aunque hubo otros estudios y experimentos anteriores, fue Jenner el primero en razonar y demostrar científicamente que los virus atenuados podían salvar a millones de personas.

Unos años después, concretamente el 30 de noviembre de 1803, Francisco Javier de Balmis, acompañado por la enfermera Isabel Zendal a la que ha humillado Díaz Ayuso poniendo su nombre a un hospital sin médicos ni quirófanos, salió del puerto de La Coruña con rumbo a América para aplicar los principios demostrados por Jenner en las colonias españolas. La expedición, conocida como Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, fue la primera de la historia de la Humanidad en acometer la vacunación en todos los continentes y debiera ser un motivo inmenso de orgullo para los habitantes de un país como el nuestro tan acostumbrados a machacarse y a considerar sólo los aspectos negativos de su pasado. Balmis, en extremo preocupado por la forma de conservar activa la vacuna durante meses, decidió llevar a veintidós niños huérfanos a los que le inocularía el virus atenuado. Antes de partir en el buque María Pita, se estableció un protocolo sobre como deberían ser tratados los niños para garantizar su bienestar tanto en el viaje como en el futuro. En unos años la expedición de Balmis y las que siguieron lograron llevar la vacuna a las Islas Canarias,   América, Filipinas y China, reduciendo considerablemente la incidencia mortífera de la viruela y dando un notabilísimo paso hacia adelante en la aplicación de la Sanidad Universal, concepto entonces desconocido y que hoy debiera ser algo incuestionable y obligatorio, por respeto a nuestros semejantes y a nosotros mismos.

Después del descubrimiento de Jenner y de la expedición de Balmis, han sido muchas las vacunas que han logrado evitar millones de muertes y, en muchos casos, eliminar enfermedades de la faz de la Tierra. Las de la rabia, polio, difteria, tétanos, tosferina, sarampión, rubeola y varicela son algunas de las que han desaparecido o podrían haberlo hecho si la Comunidad Internacional dedicase una centésima parte de lo que gasta en armas a llevarlas, tal como hizo Balmis en su tiempo, a los países que no tienen acceso a ellas.

Al calor de la aparición de las redes sociales en las que todos somos maestros y muy pocos aprendices, se han venido suscitando controversias que sólo pueden tener éxito en gentes muy extraviadas o con la razón menguada. Entre ellas está la polémica sobre si las vacunas son buenas o malas. Doscientos veinticuatro años después de la inoculación de la primera vacuna, sabedores de que sin ellas habrían fallecido de forma muy penosa cantidades ingentes de personas, es ahora, en el siglo de la tecnología, de la cuarta revolución industrial, que se plantea el debate sobre la validez de las vacunas, no por científicos, médicos, virólogos o infectólogos acostumbrados a lidiar con ese tipo de patologías, sino por las redes sociales, por los vecinos de rellano, por los tertulianos de bar en confinamiento y por los muchos miles de personas dedicados a hablar de todo y a no estudiar nada, ni siquiera a escuchar. Druidas, brujos, magos, quiromáticos, masajistas, estetas, tartufos y apensadores se desgañitan por cualquier esquina para decirnos que ¡¡¡¡cómo va a ser bueno que te metan el virus en la sangre!!! ¡¡Que entonces si que agarras la enfermedad sin remedio!!!

¿Qué ha pasado para que éste tipo de discursos proliferen como si estuviésemos viviendo aquellos tiempos, magistralmente descritos por Bergman en El Séptimo Sello, en que todos los bulos eran creídos por el pueblo sin atender a razones? Entonces podíamos achacarlo todo a la influencia perniciosa de la Iglesia y su manía por meter el miedo en el tuétano de la gente, a la ignorancia que aquejaba a la mayoría, a la consideración cristiana de la vida terrenal como un valle de lágrimas en la que cualquier calamidad nunca sería la última, pero ahora, ¿qué ha sucedido para que con tantos medios hayamos regresado de nuevo a la ignorancia más absoluta y extendida?

Sería lógico que ahora mismo se estuviese discutiendo por qué tienen tanta prisa por comprar la vacuna Pfizzer que es necesario conservarla a temperaturas muy frías, cuando hay otras chinas, americanas, rusas, alemanas que se pueden conservar en el frigorífico de casa y estarán disponibles en unos días, algunas ya lo están. Sería racional poner en duda la estrategia de las grandes transnacionales farmacéuticas mucho más preocupadas por el dinero que por la salud. Sería normal pedir explicaciones sobre por qué no se han dado tanta prisa para afrontar otras enfermedades terribles. Pero, ¿poner en duda a estas alturas la validez de las vacunas como instrumento terapéutico de primer orden cuando están muriendo cientos de miles de personas?

La ignorancia es una de las plagas más terribles que pueden atacar a los pueblos. Contra ella no hay vacuna inmediata, se requieren muchos años y muchos medios para erradicarla de los lugares donde ha arraigado. Es obvio que utilizando la manipulación mediática, las redes sociales y la desinformación hemos conseguido construir un mundo en el que la estupidez, la idiocia y la estolidez han encontrado acomodo magnífico, provocando que ese virus que no se puede ver por el más sofisticado de los microscopios esté creciendo de manera exponencial y casi sobrenatural. La ignorancia y el miedo son hermanos de sangre y en un terreno tan bien abonado no sólo es posible que se ponga en duda la validez de las vacunas, sino también conceptos tan esenciales como democracia, derechos humanos, libertad, justicia, igualdad y fraternidad. Está pasando.

Vacunas y estupidez humana