jueves. 25.04.2024

El suicidio del socialismo europeo

El socialismo español y europeo bajo la marca socialdemócrata atraviesa el periodo más crítico de su historia...

Parece evidente que el purismo –sea cual sea su etiología- no es buen compañero de viaje para andar por el mundo, pero una cosa es eso y otra andar en constante revisionismo para adaptarse a las exigencias del poder en cada momento. En sus inicios, Pablo Iglesias, siguiendo la corriente encabezada por Guesde, se opuso con firmeza a la coalición con los republicanos arguyendo que el carácter burgués de éstos terminaría por contagiarles. A principios del siglo XX Iglesias –el de entonces- modificaría su posicionamiento inicial para permitir una coalición estrictamente electoral con un programa común de mínimos pero manteniendo intacto el programa máximo del Partido Socialista. Opuesto a la guerra en cualquiera de sus manifestaciones, Pablo Iglesias siguió los pasos de Jean Jaurès al pedir a los trabajadores europeos que no participasen en un conflicto –la Primera Guerra Mundial- provocado por el colonialismo y, por tanto, contrario a los intereses de la clase trabajadora. Jaurès fue asesinado por los nacionalistas franceses tres días después del comienzo de la “Gran Guerra”: El Partido Socialista galo, lejos de seguir sus pasos, decidió entrar en la gran coalición nacionalista de la que formaban parte los partidos que habían organizado el asesinato de su histórico dirigente. Fue la primera gran traición del socialismo a sí mismo. Unos años después, el socialdemócrata alemán Friedrich Ebert, que también se había opuesto a la guerra mundial junto a Jaurès e Iglesias, apoyó con los votos de su partido los presupuestos belicistas del Kaiser, provocando el abandono del mismo de una parte considerable de sus cuadros y militantes al considerar el cambio de postura de Ebert un acto de absoluta traición. No contento con su actuación, ya en la Cancillería, Ebert fue el encargado de reprimir la revolución espartaquista y sobre su presidencia recae el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en enero de 1919. Ambos habían abandonado la socialdemocracia para fundar el Partido Comunista Alemán tras el radical cambio protagonizado por Ebert. Fue la segunda traición del socialismo institucional a sus bases y a sus principios ideológicos.

Durante los años siguientes, el socialismo francés y el alemán se movieron en torno al apaciguamiento, navegando entre dos aguas a la búsqueda de una vía parlamentaria al socialismo imposible si no se dejaba antes buena parte del equipaje ideológico. Comenzó así una etapa de depuración ideológica interna con la intención de acercarse a lo que equivocadamente llamaban clases medias, única forma –según ellos- de acceder al poder para ejecutar su programa político. El problema es que en esa fase depurativa buena parte del programa político socialista había quedado laminado. La tercera traición sucedió en Bad Godesberg, cuando Billy Brandt, después de sendas derrotas electorales, decidió el abanDono del marxismo y la compatibilidad ideológica con el capitalismo, dando el primer paso hacia la separación casi completa de la militancia y el electorado socialista de la nomenclatura dirigente que se está consumando en nuestros días.

No seré yo quien niegue los grandísimos avances que ha obtenido la Humanidad de la política llevada a cabo por los distintos partidos socialistas europeos. En buena medida –siempre con el miedo a la URSS presente- la reducción de jornada laboral, la prohibición del trabajo infantil, la creación de sistemas de seguridad social, el descanso dominical y las vacaciones se deben a ellos y es posible que hoy no existieran sin el sacrificio de miles y miles de sus militantes. Eso está escrito en las páginas más gloriosas de la historia de la Humanidad y es inmodificable diga lo que diga la caverna mediática, salga lo que salga de la alcantarilla seudohistoriográfica revisionista. Empero, si traigo a colación estos tristes episodios del pasado es para intentar explicar que está pasando desde hace dos o tres décadas con los partidos socialistas europeos, en mi modo de ver, en vías de extinción por la confusión deliberadamente creada con la acción de gobierno de sus antagonistas ideológicos.

Las ideas no son dogmas de fe, para eso ya están las religiones, pero tampoco son material de desecho que se pueda arrojar al vertedero de la historia como inservibles o molestas. Es lógico evolucionar, buscar el medio de llegar al poder para poder llevar a cabo el programa propio, mejorar en lo que se pueda la herencia recibida sin perder nunca el origen ni el destino, porque cuando esto sucede, y en buena medida ha sucedido ya, da igual llegar al poder, aplicar el programa, porque éste ha pasado por tantos filtros en ese afán que ha quedado desnaturalizado por el pragmatismo exacerbado. Es entonces, cuando las clases dirigentes comienzan a vivir en un mundo irreal guiadas por un pensamiento vacuo que intenta trasladar al militante o a elector aquello de “nosotros sabemos lo que te conviene y en esta coyuntura no hay más camino que el que hemos tomado, tú vota y síguenos, que ya llegarán tiempos mejores…”. Y eso es admitido una vez, y dos, y tres pero llega un momento en el que los dirigentes del partido no tienen ningún contacto con la realidad, ni siquiera con sus propios militantes desde la burbuja neumática en que andan instalados. Comienzan las deserciones, cada vez mayores, y el partido que un día fue una esperanza se queda sin vivero, sin bases para una hipotética renovación, sin militantes comprometidos y preparados, sin conexión con esa sociedad interclasista a la que intentaron aproximarse dejando en el camino buena parte de su ser.

Se empieza diciendo que un socialista puede ser multimillonario, y se acepta a regañadientes por quienes votan; se continúa admitiendo que un socialista puede pasar del Gobierno a una eléctrica o un gran banco con un sueldo de muchos ceros porque su trabajo le ha costado, porque vale, porque así es el sistema, y se termina modificando el artículo 135 de la Constitución sin consultar al pueblo por obediencia debida a Merkel y al Fondo Monetario Internacional, es decir aplicando normas ideológicamente en las antípodas de las que se dicen defender y de las que fueron el origen fundacional del partido al que se pertenece. La ceremonia de la confusión alcanza su cénit y se produce la desbandada desde las filas de abajo, las de en medio y las de arriba, permaneciendo solos en el castillo de mando la nomenclatura, aquellos que, en verdad sí tienen un mundo por perder, quienes, bajo el pretexto del patriotismo y la salvación nacional, viven muy por encima de lo que aportan al país y aplican políticas radicalmente antisocialistas. Y es que está muy bien desnudarse, pero hay que saber dónde se deja la ropa.

El socialismo español y europeo bajo la marca socialdemócrata atraviesa el periodo más crítico de su historia. Convertido, tras muchas claudicaciones, en una alternativa de poder muy poco atractiva para la mayoría de la población, se enfrenta a una inevitable dicotomía que es la de siempre: Renovarse o morir. La renovación no es imposible, pero sí muy difícil porque han surgido otros partidos como Podemos que ofrecen formas nuevas y contenidos olvidados que conectan, y pueden ir a más, con muchas personas, porque la base de la pirámide socialista está vacía, porque la autocrítica es tan menguada que año tras año han persistido en el error sin atreverse a barrer la casa y dejar que entre savia nueva, aire nuevo, vida nueva, porque, en definitiva, la ética republicano-socialista que informó durante mucho tiempo el comportamiento de ese partido se ha evaporado. Pese a ello, todavía mantienen el enorme bagaje de su historia centenaria, y es ahí –pienso- dónde han de buscar si quieren evitar el trágico final que se aproxima.

El suicidio del socialismo europeo