miércoles. 24.04.2024

La sociedad narcotizada y nuestra memoria pisoteada

censura

Resulta imposible que el pueblo español pueda sufrir una catarsis colectiva respecto a la brutalidad franquista tal como ocurrió en Alemania

El cineasta francés Frederic Rossif, autor de la película “Morir en Madrid”, realizó al finalizar la Segunda Guerra Mundial un espléndido documental sobre los crímenes nazis. La película es impresionante porque retrata sin cortinajes, sin filtros, la barbarie nazi en el mismo escenario de los hechos, aprovechando, incluso, fragmentos cinematográficos rodados por los propios asesinos estajanovistas. La película -lástima que no tengamos una igual para la gran tragedia española del siglo XX, aunque todavía se puede hacer-, que debería verse de modo obligatorio en los centros de Secundaria de toda Europa, fue proyectada por primera vez en Alemania a principios de los años sesenta y concluye con la salida masiva de los espectadores –la mayoría de ellos jóvenes- de los cines, entre sollozos, llantos y abrazos, horrorizados por lo que habían hecho y consentido sus paisanos. Luego, el propio Rossif habla a los espectadores: “Para que esa maquinaria de muerte funcionara, no bastaba con la existencia de Hitler, Goering, Himmler o Keitel, tuvieron que colaborar los mariscales, generales, capitanes, tenientes, sargentos, cabos y soldados; los directores de correos y telégrafos, los empleados de dichos servicios; los directores de periódicos, los periodistas; los directores de escuelas, institutos y universidades, los profesores; los maquinistas, los jefes de estación, los ferroviarios que transportaban la mercancía humana… Media Alemania, de un modo u otro, participó activamente en el genocidio, sin ellos habría sido imposible…”.

Aquella película supuso una auténtica catarsis para los jóvenes alemanes, para la mayoría de los alemanes. De pronto, medrosos, se vieron ante el espejo de su historia, de su realidad, apoderándose de ellos un terrible sentimiento de culpabilidad que sirvió, entre otras cosas, para que Alemania financiase buena parte de la construcción europea durante la década de los ochenta. Sin ánimo de hacer comparaciones, hoy cabe preguntarse donde están los Rossif de nuestro tiempo, los Rossif de España, del mundo. También cuales son los medios, en caso de que existan todavía, de que disponen para expresarse y la influencia que ejercen sobre la población, en un momento en que la televisión y sus parientes se han convertido en únicos educadores de la muchedumbre, logrando en un espacio de tiempo muy corto, quince o veinte años, que una buena parte de la población haya perdido el espíritu crítico, alejándose de la cultura hasta puntos indescriptibles e imbuyéndose en deudas millonarias que apenas les dejan tiempo para pensar en sus propias vidas. Bastante tienen con trabajar y pagar para que les venga alguien con historias. Sálvame, Susana Griso, Cárdenas y el fútbol se encargarán de darles el opio que necesitan.

Norberto Bobbio decía que “la televisión es por naturaleza de derechas, no sólo porque ofrece una realidad confeccionada y carente de problemas más allá de la crónica de sucesos sino, sobre todo, porque depende fatalmente del sistema publicitario, que la pone en manos del poder económico y de sus intereses, raramente coincidentes con los de la mayoría de ciudadanos”. Bobbio, creo, estaba en lo cierto. La televisión, que podía ser un instrumento magnífico para la democratización de la cultura y el conocimiento, es, por el contrario, un extraordinario medio para la idiotización, para el fomento de la indolencia colectiva, para crear esclavos, bobos, alienígenas, para la mentira, para impedir que los pueblos decidan por sí mismos y encaren su pasado y su futuro con ilusión, participación y espíritu crítico. De tal modo que hoy, a pesar de los esfuerzos hechos por algunas personas de relieve, pesa mucho más en la población la opinión de un futbolista o un Matamoros que lo dicho y escrito por José Luis Sampedro, Josep Fontana o Almudena Grandes.

Pienso, empero, que sí hay personas con capacidad para enseñarnos a todos, para hacernos pensar, para renovar la ilusión colectiva y fraternal que ha caracterizado las etapas más hermosas de la historia del hombre, pero su incidencia en la población es tan pequeña que se diluye y desaparece como una aspirina en un vaso de agua, sin modificar su color. Los pensamientos críticos, las palabras inteligentes, los libros bellos y abiertos circulan entre una minoría y apenas salen de ella. Mientras, la zafiedad, la escoria, la vanidad y la mierda mediática circulan a velocidad de vértigo por nuestras mentes, impulsadas por un poder muy interesado en que ese sea el rumbo a seguir.

Así las cosas, resulta imposible, pese a lo mucho y a los muchos que están trabajando en la cuestión, que el pueblo español pueda sufrir una catarsis colectiva respecto a la brutalidad franquista tal como ocurrió en Alemania con la película de Rossif: Las calles de media España siguen llevando el nombre del criminal y sus compinches; muchos de los gobernantes actuales le adoran, bastantes ciudadanos hablan con cierta admiración de él: Aquí, también, para que aquella represión salvaje fuera posible, mucha gente tuvo que colaborar. Tampoco será posible que conozcamos lo que ha ocurrido en este país en los últimos cuatro o cinco años, el recorte de libertades que ha supuesto el gobierno del Partido Popular, la acumulación de riqueza en pocas manos que ha propiciado, la expansión del orgullo por no saber nada, por ser un cretino con dinero que ha auspiciado. Ni que sepamos la verdad de Irak ni la de Afganistán, ni la de nuestra América, ni de tantas otras cosas que están convirtiendo este periodo, que podría ser el más luminoso de la historia, en una época de retroceso y explotación indecente, de la que, tal vez, sólo los Simpson sean capaces de sacarnos, al menos por unos minutos, enredados como estamos cada cual en nuestra propia madeja.

La sociedad narcotizada y nuestra memoria pisoteada