viernes. 19.04.2024

Señores del procés, perdonen las molestias

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Contemplar cómo personajes tan mediocres como Puigdemont, Torra, Artadi, Sánchez, Calvet o Buch lideran a una parte del pueblo catalán, me produce un dolorosísimo sonrojo, sobre todo cuando los comparo con quienes en otros tiempos fueron un ejemplo para España y para el mundo

Tienen razón, todo esto podría haberse evitado o aplazado, si el Partido Popular, tan nefasto para la democracia española, no hubiese interpuesto un recurso contra el nuevo Estatut de Catalunya. Nada sería igual, se habrían tomado otras sendas, otros derroteros que nunca nos habrían llevado hasta aquí, hasta este punto que por un lado roza el esperpento, y por otro, la tragedia.

Empero, una cosa es que se responda de forma adecuada y contundente a la sentencia del Tribunal Constitucional que cercenó el Estatut a instancias del partido franquista, otra es que desde entonces se haya iniciado una campaña, con tintes claramente racistas y supremacistas, en la que se nos culpa a los demás habitantes de este país de cosas terribles, aludiendo a nuestra pobreza, falta de iniciativa y de inteligencia, aduciendo en muchas ocasiones que si todavía vivimos es por la generosidad de ustedes. Hay que reconocer que además del Estatut, hay otros motivos para armar el rechazo de una parte de los catalanes hacia España. No es menor, desde luego, la crisis que tan duramente nos ha tratado a todos, pero sin duda peor a los que menos tienen y nunca han gozado de los mínimos estándares de bienestar, ciudadanos que en su mayoría viven en la mitad sur de España y que carecen de muchas de las cosas de las que gozan los ciudadanos del norte. Es también un motivo muy válido, la negativa a seguir viviendo bajo un régimen que tiene todavía muchas herencias del pasado dictatorial. 

Sin embargo, todo esto se diluye al contemplar quienes encabezan las legítimas protestas catalanas y su patética actuación. Como ante una crisis sin precedentes desde la del petróleo, los líderes de la derecha catalana, que habían implantado los mayores recortes de todo el Estado a los servicios públicos fundamentales privatizando y aporreando y balaceando a su pueblo, decidieron aprovechar la sentencia del Constitucional y el descontento de la población para canalizarlo en interés propio planteando un desafío en toda regla al Estado, al que desde un primer momento se acusó de robar a Catalunya y a los catalanes, de comportarse como un ejército de ocupación que no ha dejado de cobrarse ingentes botines de guerra que mermaban el bienestar de los catalanes. Y eso, estimados señores del procés es, simple y llanamente, mentira.

Soy murciano según los papeles, pero como pertenezco a un pueblo llamado Caravaca, soy de la Comarca de Segura, territorio maltratado por el caciquismo secular de los distintos gobiernos borbónicos y de la dictadura, una tierra que nunca se benefició de los aranceles de los siglos XIX y XX que protegían las industria catalana y vasca a costa de encarecer los precios hasta el infinito, que jamás fue objeto de inversión alguna del Estado ni privada para crear una industria fuerte y que, por ende, siempre ha sido productora de emigrantes, de miles y miles de emigrantes que con una mano delante y otra detrás dejaron sus pueblos, sus campos, sus padres, sus querencias, sus paisajes para marchar a lo desconocido. Analfabetos -seguramente por culpa de ellos que no quisieron tener escuelas-, pobres -también por vocación-, se lanzaron al vacío para trabajar de sol a sol en la tierra de promisión, Barcelona, Bilbao, Frankfurt, Ginebra, Madrid, Montpellier, París y cualquier lugar del mundo donde hubiese trabajo, sin apenas saber expresarse, con el miedo y el desánimo en los ojos y en el alma, pero con la valentía de quienes no estaban dispuestos a morir sin antes luchar. Enlatados en pisos construidos por mafiosos del régimen, con sueldos de miseria, fueron haciendo sus vidas, criando a sus nenes, haciendo del no gastar su mejor instrumento de subsistencia. Ya estaban acostumbrados, sabían cómo pasar una semana con un montón de garbanzos, un puñado de tocino y un hueso de lo que fuese. Entre tanto, la burguesía catalana -esa misma que está detrás del Procés-,  protegida por los aranceles de Cánovas y Cambó continuaba enriqueciéndose como nunca antes lo había hecho, a sabiendas de que la política arancelaria terminaría por hacer muy poco competitiva  a plazo medio a su industria, principalmente a la textil, que había sido la base de la revolución industrial.

Mientras en mi tierra de montañas y pobreza obligada, los caciques y el arancel seguían expulsando mano de obra barata y empobreciéndola un poco más cada día, en Barcelona y otras ciudades industriales de Cataluña, los trabajadores autóctonos y los llegados de fuera se fueron organizando y respondiendo a los abusos de los empresarios con todos los medios a su alcance. Llegando, gracias a su unión, a conseguir después de la huelga de La Canadiense de 1919 que el Gobierno firmase el 3 de abril de 1919 el decreto que, por primera vez en la historia de la Humanidad, fijaba la jornada laboral de ocho horas como única legal en toda España. Fueron las huelgas de la clase trabajadora catalana, compuesta por nativos e invasores, la que marcó el rumbo de las conquistas sociales en España, contando para ello también con el apoyo de los trabajadores de Valencia, País Vasco, Madrid y la amenaza de huelga general en Andalucía, dónde el anarquismo estaba muy implantado. Fue la clase obrera la que se levantó contra la plutocracia catalana y española, llena de generosidad, sin distinguir nombres ni apellidos, orígenes ni purezas de sangre. Por eso, después, los más conspicuos catalanistas de los años veinte, Cambó, Ventosa, Güell, Godó y una parte muy significativa de la gran burguesía catalana  no dudaron en apoyar al carnicero Franco para recuperar su cuota de mercado, sus privilegios, su poder omnímodo. Y no lo hicieron sólo de palabra, sino entregando al matón millones y millones de pesetas para comprar armas con las que matar a trabajadores de todas las clases. Eso es lo que debemos a la burguesía catalana, eso, y la pobreza inmensa de la España interior, la que os roba...

De ahí que, después de admirar tantísimo la colosal historia de la Catalunya contemporánea, del movimiento obrero catalán, que me rechinen los dientes cuando veo que un pueblo descontento, irritado, pero mucho más rico que otros, no ha sido capaz de enfrentarse a quienes lo han gobernado desde hace treinta y ocho años, los burgueses catalanes, lo han sumido en una profunda crisis económica, social, política y cultural, y dirijan exclusivamente sus quejas a los de Madrid, a los de fuera, a los que no son ni sienten como nosotros. ¿Olvidan quienes fueron los que implantaron los recortes más sangrientos de todo el Estado? ¿Desconocen como trataron a los que al principio de la crisis se rebelaron contra eso? ¿Ignoran quienes han llevado a cabo políticas privatizadoras de los servicios públicos más esenciales? ¿No saben quién, de verdad, les robó y les sigue robando a manos llenas? Pues muchos de ellos han mandado y mandan en la Generalitat, durante décadas, pero en provecho propio, haciendo del hecho identitario una bandera con la que tapar su mal, su pésimo gobierno.

Hoy, contemplar cómo personajes tan mediocres, antiguos y egoístas como Puigdemont, Torra, Artadi, Sánchez, Calvet o Buch lideran a una parte del pueblo catalán, me produce un dolorosísimo sonrojo, sobre todo cuando los comparo con quienes en otros tiempos fueron un ejemplo para España y para el mundo: Anselmo Lorenzo, Pi i Margall, Figueras, Ferrer i Guardia, Salvador Seguí, Ascaso, García Oliver, Fabra Rivas, Marcelino Domingo, Amadeu Hurtado, Carner, Gutiérrez, Raimundo o Benet, por citar a unos pocos dentro de una lista que sería interminable. Por otra parte, la frustración que ya está comenzando a crear la loca deriva tomada por aquellos que quisieron pasar a la historia de la mano de las banderas, puede dejar una calamitosa herencia a todo el país: No es descartable que al final del Procés haya minorías decepcionadas y con poco que perder que opten por vías distintas a la paz.

La globalización impuesta por los dueños del globo nos ha dejado a casi todos a la intemperie, desnudos y temerosos del futuro. A los que tenían poco, porque pueden quedarse sin nada; a los que tenían, porque la industria se va para no volver. Ya no caben más suizas, y la que hay sobra. Si queremos subsistir ante la guerra que nos han declarado a todos los amos del dinero y de las tecnologías, sólo cabe luchar unidos, cuantos más mejor. En otro caso, nos iremos todos a la mierda, con toda seguridad.

Señores del procés, perdonen las molestias