jueves. 28.03.2024

Las responsabilidades

A mediados de julio de 1922 tropas españolas en Marruecos dirigidas por los generales Silvestre y Berenguer, que contaban a su vez con el apoyo explícito del rey Alfonso XIII, iniciaron una ofensiva en el Rif que terminó en uno de los episodios más tristes y dramáticos de nuestra historia contemporánea: El Desastre de Annual. Sin haber pergeñado una estrategia adecuada, sin pertrechos suficientes, con una tropa de reemplazo forzada y, por tanto, carente de motivación, el general Silvestre emprendió un ataque de gran envergadura para someter a los indígenas marroquíes al mando del antiguo funcionario español Abd-El-Krim, que había declarado la guerra santa contra la ocupación española. Lo que en principio había sido ideado como una ofensiva para mayor gloria de la monarquía y la oligarquía, terminó con una desbandada general y más de trece mil muertos, muchos de ellos degollados y mutilados después de pasar días de hambre y sed. Como consecuencia de aquel terrible episodio y las enormes protestas que generó en la Península, el Gobierno presidido por Allende-Salazar, que pasaría después al consejo de Administración de una compañía ferroviaria, dimitió, sustituyéndole el liberal dinástico García Prieto. El nuevo Gobierno, creyendo que saldaría la cuestión como era costumbre, encargó que investigase lo ocurrido al general Juan Picasso, tío de Pablo y militar honrado inasequible al soborno, quien indagó lo sucedido hasta sus últimas consecuencias. Juan Picasso anunció que las conclusiones de sus trabajos, que imputaban responsabilidades a las más altas autoridades del Estado, las expondría en el Congreso en diciembre de 1923. Para impedir que se conociesen las verdaderas dimensiones de la tragedia, las implicaciones de los altos mandos del Ejército y de la Corona, el 13 de septiembre de 1923 el también general Primo de Rivera encabezó un pronunciamiento en Barcelona que dio al traste con el podrido sistema parlamentario de la Restauración y, por tanto, con el “peligrosísimo” Expediente Picasso, que no se volvería a examinar hasta la instauración de la II República. Se optó, como tantas veces en este país, por ocultar la realidad, por dejar sin juicio a los responsables de la muerte de miles y miles de soldados que fueron llevados al “avispero” de Marruecos por la fuerza y por su condición de pobres, ya que los ricos no iban África si pagaban una cuota, por anteponer la supervivencia del régimen del Alfonso XIII al predominio del Derecho. Como tantas veces en la historia de España, ganaron de los malos, los peores, los abusones, los tradicionalistas, quienes identificaban Patria con ascensos por méritos de guerra, privilegios y prebendas sin fin.

La historia no se repite, aunque se parece cuando quienes dirigen los países se empeñan en construir el presente y el futuro tergiversando el pasado, sobre injusticias, mentiras y ocultaciones, cuando se anteponen los intereses de casta o de estirpe a los del común, porque aunque se nieguen y se tapen, los problemas irresolutos se enquistan y vuelven a salir perforando todo el hormigón que se les haya querido echar encima. El actual régimen político español, como aquel de Alfonso XIII, está en descomposición y sólo bajo esa premisa se puede entender el golpe de mano protagonizado la semana pasada por Felipe González, Susana Díaz y un grupo de dirigentes de un partido que fue de masas y obrero en un tiempo y que hoy, perdida buena parte de su militancia, navega en una sola dirección, la de la autodestrucción para salvar al orden establecido y los privilegios singulares de los más favorecidos. No hay que ser demasiado despabilado para asociar la fecha en la que González lanzó la orden de ataque para derrocar a Sánchez y su “no es no”, con el comienzo de los juicios masivos al Partido Popular, juicios en los que se sentarán decenas de altos cargos de la organización, incluso la organización misma, dentro de un episodio insólito en cualquier democracia de nuestro entorno, que aunque también muy debilitadas, todavía gozan de opinión y mecanismos que impelen a los delincuentes políticos a asumir responsabilidades mucho antes de llegar a una situación tan vergonzosa como repugnante. Creo que merece la pena detenerse a reflexionar sobre esta cuestión porque en política las casualidades no existen y si Felipe González, que hace mucho tiempo dejó de ser un buen estratega, que ha callado sobre el sufrimiento que las políticas ultraliberales han causado a los trabajadores, decidió hablar con el nivel de irritación y prisa que lo hizo, está claro que había una razón, y esa no era la gobernabilidad en progreso de España, sino el sostenimiento del régimen, del “modus vivendi”, aunque para ello tuviese que dar la puntilla al partido que fundó un hombre mucho más grande que él hace ciento treinta y siete años: Hay que ser muy lerdo, y no es el caso, para pensar que ese golpe de mano tuviese otro beneficiario distinto al Partido Popular y, por ello, al régimen.

El modelo económico ultraliberal ha causado en España destrozos y daños de tal calibre que se necesitarán décadas para restaurarlos, caso de que esa tarea se emprenda alguna vez. No sabría decir cuántas personas han muerto a causa de las políticas implementadas desde que nos asedió la crisis que todavía hoy, diez años, después nos ahoga, pero muchas, muchísimas. El número de parados de larga duración, de jóvenes que no estudian ni trabajan, de personas de más de cuarenta y cinco años que, desesperadas, ya no buscan empleo, de personas con trabajo pero que no pueden comer de él, de pobres de solemnidad, de marginados y excluidos está en las estadísticas oficiales y supera los ocho millones de personas; el país ha sido devaluado en su conjunto hasta regresarlo a finales de los años setenta, la sanidad, la educación pública y las pensiones están en la UCI porque de los sueldos actuales y la política fiscal vigenge el Estado, ni con pleno empleo, podrá obtener ingresos para financiarlos; de quienes gobiernan, privatizan, recortan, corrompen y se corrompen y asfixian a la población, nadie asume responsabilidad alguna, empero, como sucedió tras el golpe de Primo de Rivera, las responsabilidades existen y son de tal gravedad que tarde o temprano tendrán que ser asumidas, bien por un improbable acto de constricción de los responsables, bien por imposición inapelable de la nueva democracia que vendrá. Entre tanto, el Partido Socialista, si quiere salir del lodazal en que lo han metido Felipe y sus allegados, tendrá que asumir la parte que le toca, que no será poca si con el voto de sus nuevos dirigentes permiten un día más de gobierno del partido más corrupto y antisocial que ha conocido España desde que en 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas: Los nuevos y terribles recortes en los servicios y prestaciones públicas esenciales, la nueva vuelta de tuerca, esta al doblar la esquina.

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