sábado. 20.04.2024

La reconquista de la Educación

Uno de los pilares sobre los que se fundamentaba el franquismo -el primero y esencial fue el terror- era la enseñanza. Desde el primer momento en que los franquistas...

Uno de los pilares sobre los que se fundamentaba el franquismo -el primero y esencial fue el terror- era la enseñanza. Desde el primer momento en que los franquistas fueron conquistando gracias a su brutalidad sin límites territorios peninsulares impusieron un sistema educativo sacro-santo basado en la religión católica, la sumisión a las jerarquías, la obediencia de la mujer al hombre y la exclusión social. Poco importaban las materias, poco que estudiases en un colegio de curas que en una escuela pública del Estado Español -término acuñado por los ideólogos del régimen-, daba igual, aprender todas las oraciones y rezos habidos y por haber, acudir a misa, ir al niño pobre, ser un bestia si eras un hombre, y una damisela si mujer, eran las pautas por las que transcurría una enseñanza tan primitiva como dañina. A las chicas no se les tocaba el pelo, tenían que ser tiernas, buenecitas, obedientes; a los hombres se les rompían varas de olivo en las costillas, todo con la sempiterna imagen de Cristo, Franco y José Antonio, colgados de la pared, sobre la pizarra verde civil. En mi escuela pública había dos pabellones, igual que los militares, uno para las niñas, otro para los machos. Los machos teníamos prohibido terminantemente, bajo amenaza de paliza, entrar en el de las hembras, las hembras no lo intentaban, entre bordar, las flores a María, las clases de urbanidad y los cánticos virginales pasaba su tiempo. Sólo el 13 de mayo, el día que la de Fátima bajó a Cova de Iría nos dejaban penetrar en el pabellón femenino a cantar aquello de con Flores a María. Las niñas estaban a la izquierda, los hombres a la derecha, en medio un montón de maestros y maestras, monjas y monjes, palmeta en mano, dispuestos a que no se cruzara ni siquiera una mirada. Sí fue maravilloso aquel régimen educativo con revalidas, palos, maestros falangistas analfabetos y maestros republicanos depurados que arrastraban su tristeza por el patio, como fantasmas que ya habían soltado su último aliento. Los miraban cuando hablaban demasiado con los chiquillos, sospechaban de ellos, por eso los dejaban en los cursos inferiores y con pocas clases y menos sueldo. Los sábados, con el brazo en alto izábamos la bandera franquista cara al sol, dando así por concluido nuestro ciclo educativo semanal.

Al morir el tirano, el treinta por ciento de la población era analfabeta total y un porcentaje similar lo era funcional. Era muy común que las personas iletradas acudiesen a un escribiente o alguien que supiese las cuatro reglas –normalmente educados durante la República- para que les leyeran las cartas que les mandaban sus hijos o maridos desde Frankfurt, Hannover, Toulouse o Ginebra, lugares que no sabían ubicar en ningún mapa porque para ellos no existían, pero a veces en el pueblo sólo sabían leer tres personas, el cura, el Alcalde y el médico, que leían lo que les daba la gana. En los años setenta se produjo la primera avalancha de estudiantes sobre los institutos que no existían, las aulas se llenaron y a veces nos insertaban a ochenta en aulas con capacidad para veinte. La verdad es que fue muy divertido, pero ni los míos ni yo aprendimos absolutamente nada. A finales de la década decidimos pasar a la Universidad un número grande de inocentes. Apenas había Universidades y las que había estaban hechas para que estudiasen los cuatro elegidos de cada lugar, de nuevo masificación, aulas con 250 alumnos, no se oía nada. La carrera se sacaba a golpe de codos, pues no era otra cosa lo que te elegían la mayoría de profesores, salvo unos pocos que de verdad nos enseñaron contra el régimen todo lo que pudieron, que fue mucho.

La posibilidad abierta durante los años ochenta para que un gran número de jóvenes accedieran a la enseñanza superior saturó las universidades sin que los medios fuesen suficientes, pero gracias al esfuerzo de alumnos y profesores vocacionales se logró formar magníficas generaciones de profesionales en todos los campos del saber. Además, la convivencia en las aulas de personas de todas las clases propició el periodo de más solidaridad, fraternidad y compromiso social de los habidos en España durante las últimas décadas. La enseñanza pública nos hizo conscientes, críticos y libres. Parecía que eso debía gustar a gobiernos llamados demócratas, pero no fue así. Conforme se produjo el proceso de descentralización y el traspaso de competencias educativas a las comunidades autónomas, la mayoría de éstas –Cataluña, Valencia, Madrid, Castilla y León- fueron entregando parcelas cada vez mayores de ella a los colegios concertados que se iban construyendo con dineros públicos a costa de los otros. Lo llamaron libertad de enseñanza. El proceso siguió durante toda la década de los noventa hasta hoy, de modo que ahora mismo en esas comunidades más del sesenta por ciento de los chavales son adoctrinados reaccionariamente en colegios y universidades privadas que pagamos entre todos, eso pese a que la todavía vigente Constitución de 1978 diga que este es un país aconfesional. El huevo de la serpiente ha sido puesto sigilosamente en millones de hogares, su fruto lo estamos viendo.

Para terminar la conquista de la Educación por las fuerzas del pasado, un ministro troglodita, José Ignacio Wert, ha presentado al Congreso la ley de educación –LOMCE- más retardataria, excluyente y medieval de las habidas desde 1977. Miles de jóvenes no podrán estudiar por el tope puesto para conseguir becas menguadas, organismos externos a los institutos –empresas privadas en muchos casos- se encargarán en las reválidas de decir quien pasa a la Universidad y quien no, las facultades podrán, a su vez, poner las pruebas que estimen oportunas para que la criba sea todavía más imposible de superar, de tal manera que nos encontramos de nuevo ante el examen de Estado del franquismo, un examen que sólo permitía la entrada en Escuelas Técnicas y Facultades a los chicos y chicas pertenecientes a las buenas estirpes que tanto encandilan a Mariano Rajoy. Mientras tanto, los podres públicos asfixian presupuestariamente a las universidades públicas y dan enormes cantidades de dinero a las católicas para que proliferen por todo el Estado y den aprobados según renta. Estamos, pues, ante un golpe de Estado de las clases más pudientes contra el derecho a la Educación de todos los ciudadanos. En adelante, sólo los muy pudientes podrán acceder a la Educación superior, bien sea pública, bien privada clerical. Los demás, a tomar viento a la farola.

No hay más que consultar a los Erasmus que vuelven a España –por cierto también se han cargado ese programa- para saber que el nivel exigido en las universidades europeas es bastante inferior al que se pide aquí. El problema de nuestro sistema educativo no estaba en la LOGSE –una buena ley siempre carente de medios- sino en la falta de una verdadera carrera pedagógico-educativa, en el diseño de unos itinerarios adaptados a las capacidades y necesidades de cada alumno, en la inadecuada gestión y asignación de los medios económicos y en, eso, un nivel de exigencia que está muy por encima de lo que corresponde a cada curso. La LOMCE destruirá todo lo conseguido hasta ahora y convertirá la Educación en un instrumento de dominio de clase. Ante eso, cualquier pacto constitucional no sólo está roto, sino hecho añicos. Se acabó.

La reconquista de la Educación