viernes. 19.04.2024

Rajoy, héroe de la España distópica

He leído por ahí que Mariano Rajoy pretende pasarse en diferido por la casa de todos y cada uno de los habitantes de este país...

He leído por ahí que Mariano Rajoy pretende pasarse en diferido por la casa de todos y cada uno de los habitantes de este país para agradecerles el inmenso sacrificio individual

Decía el gran Giovanni Papini que después de haber pensado durante largo tiempo en los grandes héroes de la literatura universal –Ulises, Aquiles, Dante, Beatriz, Don Juan, Hamlet, Otelo, Segismundo, Fausto… - sólo a Don Quijote abriría la puerta de su casa, sólo con él compartiría  una botella de vino al lado del fuego con sumo gozo y tranquilidad. Papini aseguraba que Don Quijote era el más idealista de los grandes personajes de los libros grandes, pero al mismo tiempo, y quizá por eso, también era el más  normal, el más humano, el más atrayente porque, entre otras muchas cosas, al ser esencialmente bueno su comportamiento no infundía el menor miedo, al contrario que la mayoría de los protagonistas literarios de otras obras maestras anteriores y posteriores. Ahora, cuando la literatura ocupa un lugar bastante secundario en nuestras vidas televisivas, nos planteamos un problema parecido pero con actores mucho más dañinos y maliciosos, mucho más mediocres y perversos.

He leído por ahí que Mariano Rajoy pretende pasarse en diferido por la casa de todos y cada uno de los habitantes de este país para agradecerles el inmenso sacrificio individual y colectivo que ha servido para que España haya dejado atrás la crisis. Y, claro, acostumbrado al buen cine yanqui anterior a la “Caza de Brujas” del Senador Joseph Raymond McCarthy, otro pergeñador de mundos distópicos, de inmediato pensé en algo tan peregrino como la inviolabilidad de mi domicilio y del de todos mis compatriotas: En mi casa entra quien a mí me da la gana, no un cualquiera por muy presidente que sea de lo que quiera ser. Y se me ha ocurrido, emulando a Papini, si abriría la puerta de mi modesto piso a alguno de los personajes que en la actualidad rigen la política de nuestro país. Es posible que con algunos de ellos me sintiera bien tomando unas cañas, cabe la posibilidad de que a otros les invitase sin cuidado a traspasar el umbral de mi hogar, incluso que a unos pocos les guisase un espléndido empredrado con bacalao –me sale como dios-, no sé, tengo dudas al respecto, pero es posible porque hay mucha gente que todavía entiende el desempeño de la actividad política como un servicio a los demás en el que es obligatorio anteponer el interés general al particular o el de los amiguetes. Empero hay algo que tengo claro: Rajoy no entraría en mi casa por las buenas, desde luego podría hacerlo en cualquier momento por las malas, acompañado de una legión de policías, jueces y personal de su guardia pretoriana, pero nunca, jamás, en ningún caso, respetando mi voluntad, respetando la ley. En primer lugar, porque Rajoy no tiene nada que agradecerme, ni a mí ni a ninguno de los míos, radicalmente opuestos a todo lo que su persona y su política representan; en segundo, porque no compro el Marca y no tendríamos absolutamente nada de qué hablar; y en tercero, porque aunque parezca mentira todavía amo a mi país, y muy especialmente a los millones de personas que sufren por las brutales políticas austericidas y socialmente destructivas impuestas por ese señor desde que llegó a la Moncloa un triste día de Noviembre de 2011.

Por tanto, dado que no tengo su dirección personal y con la intención de evitarle un viaje en balde o un encontronazo que diese con mis huesos en una de sus prisiones, me he decidido a escribirle una carta por este medio. Dice así:

  Sr. Don Mariano Rajoy:

Como a tantos de mis paisanos, nada me habría gustado pertenecer a una de las estirpes que usted tanto adora y para las que gobierna sin complejos y con eficacia demostrada, pero mire usted, no tuve esa suerte y si la hubiese tenido, habría renunciado a ella. Por de pronto, no vivimos en el mismo país ni en el mismo tiempo, hechos estos de naturaleza tal que habrían hecho físicamente imposible nuestro encuentro. Para usted la política, como en el siglo XIX, como con el general Franco, es un instrumento de clase que se activa una vez conquistado el poder para dejar claro quiénes están arriba y tienen derecho a todo y quienes abajo y no tienen derecho a nada; las promesas son papel mojado que desaparecen una vez conseguido el objetivo electoral marcado, las protestas ante la injusticia, desorden público, y la vida el espacio de tiempo que transcurre entre la primera vez que vio al Real Madrid y la contrarreforma laboral pendiente. Su país está lleno de niñas y de primos que niegan el cambio climático aunque en el Ártico ya sólo quede un tercio del hielo que había hace cincuenta años; de santos, monjas, frailes, vírgenes, procesiones, obispos y colegios confesionales sufragados con dinero público aunque el Erario diga no disponer de fondos para pagar escuelas y universidades públicas, dar trabajo a quien no lo tiene o comida al que padece y sufre hambre y necesidad. Por el contrario, mi país, situado entre Francia y Marruecos, Portugal y el Mediterráneo, está lleno de científicos a los que ustedes fuerzan al exilio y que certifican con sus muchos años de estudio que el cambio climático es una inminente realidad mortífera; de médicos, enfermeros y personal sanitario que se desviven para luchar contra sus malditos recortes y no dan abasto, ni aun multiplicándose por diez, para asistir a los miles de enfermos que siguen confiando en la Sanidad Pública que construimos entre todos y es nuestro mayor tesoro; de miles de maestros y profesores que contemplan impotentes la pauperización progresiva del Sistema Público de Educación mientras ven como se desvían millones y millones a los colegios y universidades concertados, de familias que no saben de dónde van a sacar el dinero para pagar las matrículas y los máster absurdos y carísimos con que castigan a sus hijos por el hecho de querer prepararse para el día de mañana; de trabajadores que ni aún trabajando doce horas al día sacan un salario digno para mantener su casa, de trabajadores que no saben si mañana serán despedidos o podrán seguir comiendo; de parados que ya han dejado de inscribirse en las listas del paro porque creen que el paro es ya su condición natural, de excluidos a los que persigue su ley si buscan en las basuras, si duermen en un cajero o si piden por las calles de cualquier ciudad. En mi país, el pequeño Nicolás es un chaval que acude a clase sin desayunar todos los días a las 8,30 de la mañana, que se hiela de frío en invierno y se asfixia en cuanto llega mayo, que no encuentra motivación alguna para estudiar porque para los que son como él no hay futuro, que tiene a todos los miembros de su familia en paro, que oye gritar y discutir constantemente en su casa porque no hay para nada, porque la insatisfacción, la frustración y la desesperación se han adueñado de todo: En el suyo, el “pequeño Nicolás” es un chaval bien que pese a su juventud ha vivido en la cresta de la ola codeándose con los más ilustres líderes de su partido y acudiendo a las recepciones más reservadas. En mi país todos sabemos quiénes son Bárcenas, Rato, Blesa, Cospedal, Mato, Botella, Aznar, Villalonga, Camps, Granados, Castedo, Aguirre incluso usted mismo, a qué dedican el tiempo libre y a qué el ocupado: En el suyo, bellísima gente.

Desengáñese Señor Rajoy, no venga a casa, no será bien recibido. Somos un pueblo jodidamente jodido al que han dormido con todos los cuentos y que se sabe todos los cuentos. Haga lo que tenga que hacer, suya es –como decía León Felipe- la hacienda, la casa, el caballo y la pistola. Nuestra es la voz antigua de la tierra. Ustedes nos dejan desnudos y errantes por el mundo, más nosotros les dejamos mudos, ¡mudos! Y cómo vais a recoger el trigo y alimentar el fuego si nosotros nos llevamos la canción… Nos dicen que todo va bien, que ya se acabó el vendaval, pero el viento se llevó nuestros, hogares, nuestros derechos, nuestra paz; nos cuentan que ya todo pasó, pero los fantasmas de millones de excluidos y despreciados siguen vagando desesperadamente por nuestras calles; afirman que ahora estamos más seguros ante el terrorismo yihadista, pero sólo sabemos que han matado nuestras libertades con sus leyes de ultratumba. No, no hace falta que se empeñe en convencernos, ustedes construyen el apocalipsis, día a día, nosotros lo sufrimos y aguardamos “otro milagro de la primavera”.

Rajoy, héroe de la España distópica