viernes. 29.03.2024

Rajoy: Después de mi el diluvio

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Al igual que muchos de sus paisanos, Rajoy es apolítico y si no ha abandonado la presidencia del Gobierno es porque tiene una misión por realizar que lo trasciende, y por pereza

No se puede descartar que muchos habitantes con derecho a voto de este incombustible país piensen que Mariano Rajoy es un estadista sin igual, de hecho así lo vienen demostrando en las últimas tres elecciones al no modificar su sufragio pese a la cantidad ingente de porquería que destila su acción de gobierno. Yo sé que Rajoy es un patriota de los de verdad y que a la gente se le gana por dos cosas, por el estómago o por la bandera. El estómago de más de un tercio de los españoles, según manifiestan los estudios de Caritas, Intermon y otras organizaciones, se llena cada día con alimentos procesados de escasísima calidad o con lo que le proporcionan los bancos de comida, o sea que por eso no es, nos queda la bandera. Claro, si un ciudadano de a pié, de esos que trabajan un montón de horas más que las legalmente establecidas o de los que carecen de trabajo, ve cómo un líder político que preside el gobierno felicita efusivamente al Real Madrid –que por cierto es mi equipo desde antes de nacer- por sus triunfos europeos y defiende como nadie la uniformidad sacrosanta de España, ¿a quién va a votar? ¿Al Partido Socialista que expulsó a Pedro Sánchez para facilitar el gobierno de la ultraderecha mediante un golpe de Estado doméstico o a Podemos que está de acuerdo con la celebración de un referéndum en Cataluña y cuyo máximo dirigente es un treintañero con coleta rodeado de mareas que se mueven al ritmo de la luna? No hay color. Rajoy apenas habla ni se manifiesta, es católico, franquista, español y sentimental, apenas interviene en debates que sólo sirven para perder el tiempo cuando todos sabemos que sólo hay un camino; como un porcentaje cada vez mayor de españoles, hace deporte, de forma muy particular, pero lo hace, está en la pomada. Además le gusta el vino y, como Franco, no habla de política porque es una cosa muy aburrida que no interesa más que a los políticos. Al igual que muchos de sus paisanos, Rajoy es apolítico y si no ha abandonado la presidencia del Gobierno es porque tiene una misión por realizar que lo trasciende y por pereza. Rajoy no es persona de cambios, dejar la Moncloa, volver al hogar, buscar cuidador para su padre, dar conferencias, entrar en el consejo de administración de una multinacional energética, regresar al registro de la propiedad de Santa Pola, son acciones tan novedosas que necesitan de un periodo de adaptación y de un esfuerzo tan grande que no merecen la pena. Es mejor dejarlo estar, que el tiempo pase, que la tormenta escampe y que el mundo siga su ritmo tal como ha hecho desde que Dios lo creó en seis días, porque ya sabemos que al séptimo descansó. Empero, Rajoy es también un panglosiano, cree que las cosas que pasan, buenas o malas, generalmente buenas para él y los suyos, son inevitables y hay que aceptarlas, debatir sobre la justicia o la injusticia del devenir es un ejercicio absurdo que no lleva a ningún lado, además provoca la huida desordenada del cabello que cubre la parte superior de la cabeza y aumenta la aparición de pliegues de expresión facial. En la vida –dice Mariano a su espejo- siempre ha habido ricos y pobres, emprendedores y descansaos, listos y tontos, guapos y feos, gobernantes y gobernaos, ¿qué culpa tengo yo de haber nacido entre los primeros? ¿Qué responsabilidad tengo yo de que todos los que me rodean sean ricos, emprendedores, listos, bien parecidos, mandones y personas de orden y Dios? Ninguna. La vida es así, y del mismo modo que yo y los míos nos conformamos con lo que tenemos, ¿por qué no se van a contentar con lo que les ha caído en suerte aquellos que ni son ricos ni emprendedores ni listos ni guapos ni gobernantes ni personas agraciadas? Actuar contra las leyes de Dios y de la naturaleza sólo se explica –tal como explicaba maravillosamente bien el coronel Vallejo-Nájera- por la envidia que nació en los hombres cuando el gen rojo destructor se inoculó en gentes poco preparadas, de intelecto mermado e irascibilidad primaria. Del tal manera es esto así –prosigue Mariano- que cualquier alteración del status quo moldeado por el tiempo y por los hombres de valía, llevaría indefectiblemente a la frustración, el desorden y la anarquía social, dado que es imposible cambiar lo que es por lo que no es. Corresponde por tanto a las personas de bien como yo, como los míos, dejar hacer, dejar pasar, para que algunas cosas que se habían salido de parva como que el hijo de un jornalero pudiese ir a la Universidad –es un ejemplo-, vuelvan a ella.

Como no podía ser de otra manera, el destino se fijó en Mariano, en sus cualidades inmarcesibles, en su patriotismo, en su afición al fútbol, en su carisma de andar por casa, y en su lucidez atemporal. Sin despeinarse, con el mando a distancia de la TV en una mano y el BOE en la otra, se puso a gobernar para que el orden natural volviese a imperar en el lugar donde otrora no se ponía el sol, y en tan sólo cinco años ha conseguido que una parte sustancial de los catalanes hayan desconectado ya del resto, lo que indudablemente sirve para atenazar al Partido Socialista de cara a eso que llaman choque de trenes y para demostrar de verdad quien manda aquí; que tengamos una deuda pública y privada como sólo los grandes Estados pueden tener porque si no fuésemos un gran Estado no la tendríamos; que el sistema de pensiones esté al borde de la quiebra absoluta sin que se arbitren medios para hacerlo sostenible, ¡¡se habían creído discapacitados y viejos que eran marqueses!!; que los de arriban manejen los resortes del Estado para enriquecerse tal como está escrito en los libros más antiguos y se sabe desde que el hombre es hombre; que los que han nacido para cocineros, camareros, jornaleros, dependientes, comerciales, interinos y demás miembros del Tercer Estados sepan que su misión en la vida es decir ¡¡Si chef!! a todo, trabajar catorce horas al día por lo que quieran darles y mostrarse agradecidos, en su mano estaba haber estudiado para ricos o haberse echado unos padres con estirpe; que los estudios universitarios cuesten diez veces lo que cuestan en Francia, si allí hicieron la revolución, aquí no; que las horas de máxima audiencia de las televisiones públicas y privadas estén en manos de las personalidades egregias que exige el momento, tales como Cárdenas, Osborne, Motos, Ana Rosa, Casado, Griso, Jorge Javier, Ballester, San Sebastián, Matamoros y otros de sesgo parecido que están llevando la profesión periodística a niveles jamás alcanzados, contribuyendo con sus desvelos, de modo nunca bien ponderado, al engrandecimiento de la Patria.

En poco más de cinco años, el país ha regresado a donde estaba antes de 1977, el latrocinio, la corrupción, el nepotismo, la irresponsabilidad, el chanchullo, la crueldad, la patanería más ramplona, la autocomplacencia, la arbitrariedad, la represión, el dispendio, la brutalidad, la injusticia, la maldad, la despreocupación más absoluta por el mañana, el descaro, la altanería, la estulticia y el saqueo forman parte de nuestra realidad cotidiana. Entre tanto, hay quien dice que no es momento para una moción de censura porque no conduce a ningún lado. Claro, eso que se lo digan a Felipe González y Alfonso Guerra cuando se la presentaron a Suárez sin tener apoyos de nadie: Los resultados de aquello son conocidos de todos. Después de él, el diluvio. Y a él, qué.

Rajoy: Después de mi el diluvio