martes. 23.04.2024

Rajoy te ama

Después de oír parcialmente la entrevista que le practicó Jordi Évole ha cambiado mi percepción sobre Mariano Rajoy.

Entro en la sucursal del banco que custodia –eso dicen- mis ahorros sin darme un céntimo por ellos y cobrándome por cualquier movimiento sin necesidad de contar con mi previa autorización. No sé si la cuenta es mía o es de ellos, desde luego la manejan con mucho más provecho que yo. Me atiende una chica con aire de estar en los últimos meses de la carrera o de haberla acabado exitosamente. Amable, me da los cien euros que le pido y que nunca antes vi. Hay un problema con el ordenador, se disculpa, la espera se hace larga, hablamos, está en prácticas y por esa condición cobra la cuarta parte que su compañero titular aunque hagan el mismo, exactamente el mismo trabajo, salvo que la joven, además, se ha dejado los codos estudiando, habla inglés y francés y tiene conocimientos avanzados de informática. ¿Por qué no os unís? –le pregunto-, calla y vuelve a sonreír. ¿Sabe usted cuantos están esperando para ocupar este puesto? Tal vez me hagan fija después de un tiempo, además no tengo otra opción ahora mismo. Ya, entiendo lo que me dices, pero ¿te imaginas lo que les costaría a los primeros huelguistas llevar a cabo las primeras protestas en una sociedad esencialmente represiva, temerosa de Dios y sin ningún tipo de derechos laborales? Si hablas o protestas, te echan. Entonces te tiroteaban. Nos despedimos, ambos con un poso de tristeza bulbo-raquídea.

Vamos a un “gastro-bar”, antes llamados tabernas, tascas, figones, mesones, a celebrar el cumple de mi hijo. Un chaval de su edad se acerca agobiado, sólo él atiende las diez mesas que hay en la terraza. Va como loco. Antes de tomar nota vuelve a la barra ante los gritos del barrero, tiene dos comandas pendientes. Se disculpa. Nos dice que hace unos meses que acabó sus estudios en la Escuela de Hostelería. También está en prácticas, no tiene límite de horas, cobra lo que quieren darle, a menudo nada, absolutamente nada por trabajar como un burro, tal como lo hacían los esclavos egipcios que arrastraban piedras de seis toneladas para construir el mausoleo al Faraón-Dios. Para que aprenda. Nos dice que las dos personas que están en la cocina tienen su mismo estatuto laboral, es decir ninguno. Mientras tomamos el café, recibo la llamada de una compañía telefónica, una chica me habla de las oportunidades que pierdo por no pasarme a su ente. Insisto en que no me interesa, continúa y no quiero colgarle. Después de un buen rato le sugiero que desista o me veré obligado a hacerlo, visiblemente cabreado. Por quinientos euros que me pagan –me dice- no tengo por qué aguantar sus malos modos. Y es cierto, habría sido más sencillo colgar y pasar a otra cosa, por no causar un mal menor, provoco uno mayor, y el cabreo de la joven explotada acaba en mis entrañas que no han llamado a nadie solicitando cambio de nada, salvo de sistema y de régimen, pero sin que se pongan al otro lado. No para ahí la cosa, al pasar por la redacción del viejo periódico de siempre no reconozco a nadie salvo al director y dos o tres redactores que se han salvado de la quema, sin embargo, las mesas siguen ocupadas por jóvenes licenciados que no paran de teclear, frenéticos, angustiados. También esperan que el milagro del contrato fijo agachándose y volviéndose a agachar. El gran despacho-asesoría al que me dirijo después está lleno de personas que manejan montañas de papeles. Pregunto por Matías Candel, el jefe, no está, es más me dicen que sólo se pasa por el bufete los jueves por la mañana y que es difícil hablar con él porque tiene la agenda muy apretada. Treinta jóvenes en prácticas y becarios atienden a la vieja clientela. Uno de ellos me cuenta que en la comida de Navidad el gran jefe los llamó a todos a la mesa presidencial, les dio un abrazo individualizado y les entregó un sobre con ciento cincuenta euros después de tres meses de trabajo de ocho a ocho. Los comensales aplaudieron el gesto con vivas y hurras muy sentidos. Para rematar, a última hora, acudo al dentista. Me atienden con rapidez. La odontóloga recién salida de la Universidad Católica me clava el torno en el hueco de una muela, veo las estrellas, el sol y la luna, y siento unos jodidísimos deseos de agarrarme a su cuello con todas sus fuerzas. Perdón, se me ha ido, es Semana Santa y pienso en los padecimientos de Nuestro Señor con Soga, cuento hasta diez, respiro, me quito el babi y me largo después de un día triunfal en el que he sentido, más que nunca que no es sólo Dios quien nos ama, sino que Rajoy lo hace con más pasión pese al rictus aparentemente impasible del hombre que navega en vigilia permanente, hija del desasosiego que produce el patriotismo bien entendido y la preocupación por todas y cada una de las personas que están bajo su mando.

Después de oír parcialmente la entrevista que le practicó Jordi Évole ha cambiado mi percepción sobre Mariano Rajoy. Siempre pensé que el actual presidente en funciones y futuro presidente con el apoyo de Ciudadanos tras las elecciones de Junio, era simplemente un inútil, un hombre que no tenía más luces. Más tarde consideré que para comprender su verdadera personalidad era menester tener en cuenta que, además, era un ignorante cargado de grandes dosis de mala leche y de un egoísmo ultramontano feroz. Estaba equivocado y lo lamento pues siempre he presumido de saber calar a la gente a primera vista. Évole me descubrió a un hombre bueno que desde que accedió a la Jefatura Nacional del Movimiento ha perdido la mitad de su masa corporal por España, y desde luego nadie podrá negar que eso es una verdad irrefutable que se puede comprobar comparando una fotografía suya de 2011 y otra de la actualidad. También me cercioré de que dado el poder que acumuló durante estos cuatro últimos años que ya van camino de cinco pudo haber restablecido el garrote-vil, la picana, la ley de fugas, la esclavitud, el derecho de pernada, la Inquisición, los test de virginidad, el ayuno forzoso y la picota. Sin embargo, no lo ha hecho pese a ser usos e instituciones tradicionales entre nosotros. Y concluí en cuanta razón lleva el Presidente en funciones provisional en reclamar una visión más positiva de España de la que normalmente venden periodistas, intelectuales y artistas resentidos que sólo andan fijándose en lo malo y nunca en lo bueno. Por ejemplo, España es el país con más horas de sol de Europa y uno de los que más goza del ardor del astro rey del mundo no siendo difícil alcanzar los cuarenta y cinco grados a la sombra a poco que te descuides, los turistas nos aman porque nuestras playas hormigonadas hasta el infinito son las bellas del mundo y no, como dicen algunos amargados, porque los salarios tercermundistas permiten vender la cerveza a precio de hace tres décadas; en dos tercios del país no cae una gota aunque se ponga el cielo más negro que el betún y si algún día próximo deja de salir agua por los grifos siempre tendremos agua mineral o vino, que para eso tenemos el mayor viñedo del mundo. Rajoy no es responsable de que más de un tercio de los españoles cobren menos del altísimo salario mínimo legal, él sólo se ha limitado a restablecer la redención de penas por el trabajo. Es decir, para él trabajar es una bendición del cielo y como tal no llega a todos, por tanto aquellas personas que disfrutan de un trabajo, sea el que fuere, sólo tienen que trabajar hasta la extenuación sin tener en cuenta el salario a percibir, pequeño detalle este que no es comparable a recompensas espirituales tales como el agradecimiento de la Patria o del mismísimo Dios Padre Todopoderoso, que siempre lo tendrá en cuenta para los premios fin de carrera.

No creo que la entrevista de Évole fuese buena, incluso considero que ha sido de las más flojas de su magnífica carrera. Pero una cosa me quedó muy clara aunque pueda parecer la apreciación de un maniqueo contumaz: El mal existe, y hay personas que lo simbolizan con excelencia. Ahora sigan jugando a la bresca y consientan que ese señor gobierno otros cuatro años más: No quedará piedra sobre piedra y todos seremos cómplices.

Rajoy te ama