sábado. 20.04.2024

De los problemas de España: paletos, anéticos y católicos

todo por la patria

Aznar y Rajoy nos dejaron un país embrutecido y empobrecido donde el que no robó cuando todo eran billetes de a quinientos fue porque era gilipollas, un país de granujas sin responsabilidad alguna ante los tribunales de la Tierra ni ante los de Dios

Para su triunfo, el capitalismo necesitó de las religiones. En Occidente, desde el siglo XVI, contábamos con dos, el catolicismo y el luteranismo, ambas íntimamente ligadas a la acumulación de riquezas en pocas manos, a la explotación y a la represión. Si bien el luteranismo parecía más liberal y dinámico, en su seno escondía la semilla del capitalismo moderno al indicar a sus seguidores que ser codicioso, explotador y mangante no era ningún pecado, sino una demostración palpable de que Dios, todopoderoso, se había fijado en uno y lo había llamado para estar en la Tierra entre los elegidos: Cuantas más riquezas tuvieses, más sangre divina correría por tus venas. El catolicismo, mucho más quieto, mucho menos innovador, hablaba de caridad, nunca de justicia, y de otro modo, defendía a los poderosos como miembros de la clase a la que estaba encomendada la construcción de la Ciudad de Dios en tierra firme. Los guardianes de la moral y la fe no eran otros que los matones de cada lugar, teniendo, y esto es fundamental, la oportunidad de subir a la derecha del padre si unos segundos antes del último suspiro, el cabrón se arrepentía de todas sus maldades, esas que habían servido para garantizar el orden establecido, la sacrosanta tradición y el sufrimiento de la inmensa mayoría. Predestinación y arrepentimiento, fueron las claves para establecer un sistema secularmente basado en la crueldad y el salvajismo.

España no es el peor país del mundo, aquí se vive mejor que en la mayoría de países que están más al sur que nosotros, y peor que en los que están más al norte. Entre nosotros arraigó el catolicismo cutre como en ningún otro lugar de Europa, fuimos su bastión, su espada, su tesoro; por él nuestros antepasados mataron, esquilmaron, conquistaron, humillaron, torturaron, no más que otros, pero sí con más persistencia en el tiempo, hasta el extremo de que no hay ahora mismo ningún territorio de España que esté libre de esa plaga. Da igual que vayas a la tierra de María Santísima que a la tierra de Sabino Arana o a la de Rosell i Vilar, un cura por aquí, un mosén por allá, un santo patrón por el Este, una Virgen por el Oeste, un mártir al Norte, un beato al Sur. Calles y calles, plazas y plazas, hospitales, escuelas, universidades, escuelas de negocios con nombres del santoral, unos supuestamente descuartizados por el Imperio Romano, otros víctimas del moro, otros por la masonería y el comunismo internacional. Y el catolicismo, que durante muchos siglos guardó al pueblo del Saber puesto que no había cosa más peligrosa para socavar los cimientos del dogma que elevar el nivel de conocimiento del pueblo, es por ello el padre del paletismo, del palurdismo, de la carencia de ética, de la sinvergonzonería, de la soberbia y de la increíble falta de humildad que caracteriza a casi todos los que hablan, dirigen, explotan o escriben. Somos, que duda cabe, una unidad de destino en lo irracional, hecho que nos garantiza, hagamos lo que hagamos, un lugar en el cielo con sólo un gesto de última hora: El arrepentimiento in extremis.

El otro día compareció en el Congreso de los Diputados, un tipo, católico practicante, que es esposo de una señora que fue -inexplicablemente- Alcadesa de Madrid y vendió 1860 viviendas sociales, es decir, viviendas para pobres, a un fondo buitre capitalista que ya ha rentabilizado la “operación” en un 227%. La señora no está en la cárcel y su marido tampoco pese a haber sido uno de los promotores de las matanzas llevadas a cabo en Irak. Con la soberbia propia del nuevo rico que añora aquellos tiempos en que hablaba tejano con las patas encima de la mesa del despacho oval de la Casa Blanca, el marido de Botella -que a tenor de su nueva fortuna y aunque no sea calvinista, ha sido objeto de la mirada de dios-, aseguró que no se arrepentía de nada ni tenía que pedir perdón por cosa alguna. Es evidente que el esposo de Botella goza de buena salud y todavía no piensa en el día postrero, que se siente muy bien en el planeta y no desea, bajo concepto alguno, abandonar este valle de lágrimas para acompañar a dios en su destierro divino y aburridísimo. Él prefiere refocilarse en sus antepasados que hicieron carrera con el generalísimo, pensar que pertenece a una estirpe superior, a esa que siempre ha tenido en sus manos la salvaguarda de las esencias nacionales, que no es algo que diste mucho de los propios intereses. Sin embargo, aunque bajo su mandato se promoviese la burbuja ladrillero-financiera que nos ha empobrecido de forma brutal, hipotecado para décadas y afeado el país como en los tiempos del desarrollismo franquista, destrozando playas, montañas y pueblos sin límite, él está convencido, porque los de su raza no se equivocan, de que bajo su égida la patria -al igual que él y los suyos- alcanzó niveles de prosperidad desconocidos.

Como buen monarca absoluto, él designó a Mariano para sucederle y fue cuando este señor -católico como dios manda- llegó a la cumbre estatal que explotó toda la mierda acumulada por su partido durante décadas al calor de la burbuja. Aquellos años en que se compraban pisos sobre plano a un millón y se vendían a los dos meses por tres, aquellos tiempos en que cualquier obra tenía mordida suculenta, aquello época feliz en que todo se privatizaba previas comisiones multimillonarias, aquellos dos lustros de recalificaciones, robos, prevaricaciones, cohechos, años de SICAV, de fraude fiscal, de contrarreformas criminales desembocaron en un erial. El dinero dejó de manar, las comisiones y las mordidas menguaron y el país dejó de tener solvencia. Había que hacer algo, y Mariano lo hizo: Dejemos a los ricos hacer a su antojo, empobrezcamos a los demás, seamos competitivos a base de bajar sueldos y derechos laborales, fundemos el Estado del futuro, un Estado en el que, siguiendo la tradición católica, los pobres no tendrán derechos, trabajarán de sol a sol y lo que fuese menester, cobrarán según los deseos del patrón y aprenderán de verdad qué padecimientos hay que sufrir en esta vida para llegar a la otra en buenas condiciones. Con una reforma laboral inspirada en el feudalismo, florecieron los empleos a media jornada de 12 horas, los contratos de un día para otro, los trabajadores de los grandes restaurantes que echan 16 horas por cero euros la hora, aquellos que reparten mercadería en bicicleta por cuatrocientos, y los pobres, los excluidos, los ignorantes a la fuerza pendientes de dios, la caridad o el favor del que no sabe que hacer con tanto oro.

La ignorancia y la pobreza se asentó entre nosotros y a nadie preocupó lo más mínimo. Desde entonces vamos en caída libre, hacia la sima más siniestra, incluso los que se han dejado la juventud en prepararse: En este país no hay salida, ni aún ahora, cuando dicen vivimos periodo de vacas gordas que yo no veo por lugar alguno ni siquiera para empezar a llenar esa caja de las pensiones que tan alegremente dilapidó Mariano sin aportar ningún remedio para la justa financiación de la Seguridad Social. 

Un país embrutecido y empobrecido nos dejaron Aznar y Rajoy, un país donde el que no robó cuando todo eran billetes de a quinientos fue porque era gilipollas, un país de granujas sin responsabilidad alguna ante los tribunales de la Tierra ni ante los de Dios, ya se sabe, siempre nos quedará el arrepentimiento. Por si fuera poco, estaba Catalunya, otro territorio minado por la corrupción que históricamente había sido el principal motor de progreso económico y social del país pero que ahora anda metido en el procès sin que a su tejido social parezcan importarle lo más mínimo la corrupción, la explotación, el robo o los recortes salvajes que la derecha anarquista autóctona puso en marcha desde el primer día de la crisis. Un país diezmado por las privatizaciones, los chanchullos y la mediocridad que todo lo fía a una bandera mientras los plutócratas de toda la vida y los advenedizos continúan haciendo su agosto, su mejor agosto.

Podría quedarnos el País Vasco, pero no. Son los más ricos, los que más renta tienen, los que mean más alto, pero es allí, en sus grandes restaurantes michelín donde se está produciendo -con el silencio de todos y el amparo de la autoridad- uno de los episodios de explotación más tristes que se recuerdan: Cientos de graduados en Gastronomía trabajan gratis para cocineros que dan de comer exclusivamente a ricos, a multimillonarios, sin ningún tipo de derechos, sin límite de horas, sin aliento siquiera para coger una perola y tirársela a la cara al malnacido que los esclaviza en pleno siglo XXI. Todo por la Patria, todo por Dios.

De los problemas de España: paletos, anéticos y católicos