jueves. 28.03.2024

El patriotismo de Pablo Casado

pablo casado

Desde la proclamación de la primera Constitución española el 19 de marzo de 1812 –irse más atrás en el tiempo sería absurdo-, la derecha española no ha hecho más que poner trabas y pólvora a todos los proyectos modernizadores de nuestro país. En aquellos años, el pueblo español, enfrentado a la ocupación napoleónica, fue capaz de articular una de las primeras constituciones europeas para acabar con el antiguo régimen y proporcionar un marco jurídico moderno que posibilitara el progreso y la libertad. Pese a los esfuerzos de los liberales por con ciliar voluntades, la Carta Magna contó desde el primer momento con la enemiga de los realistas que interpretaban su promulgación como un atentado a la autoridad del monarca y a sus intereses seculares. 

En su magistral biografía de Fernando VII, el l profesor Emilio La Parra cuenta detalladamente como aquel primer intento constitucional, y los que le siguieron, fueron saboteado desde palacio por el rey y sus camarillas mediante la propaganda, los infundios, las conspiraciones de salón y la acción directa del ejército, llegándose al final del Trienio Liberal, cuando por órdenes de la Santa Alianza entraron en España los Cien Mil Hijos de San Luis bajo el mando del Duque de Angulema para restaurar el absolutismo, a implantar un régimen mucho más tiránico que el que demandaban desde la Europa reaccionaria. Los intentos democratizadores que siguieron durante el siglo XIX y el siglo XX fueron todos aniquilados por las fuerzas de la derecha, civiles, militares, religiosas y económicas, manteniendo viva en España la estructura de poder vigente durante el Antiguo Régimen. Los nobles que vieron mermar su riqueza por los nuevos tiempos de la revolución industrial quisieron emparejarse con burgueses para allegar financiación a sus vidas; los burgueses, ansiosos de poner un escudo en su empresa, quisieron ennoblecerse cruzándose con la vieja nobleza mientras eclesiásticos y monárquicos bendecían la situación como la perpetuación de las viejas relaciones de poder por los siglos de los siglos amen.

No hay idea de España, no hay patriotismo, sólo intereses en la mente menuda de quienes creen que la patria es una corrida de toros, un nazareno, una virgen enjoyada y una cuenta en Suiza

Casado no es español, Casado es un hombre del Antiguo Régimen que defiende ese orden de cosas heredadas de las derrotas del liberalismo en los dos siglos pasados y  que culminaron con esa atrocidad única en Europa que fue la Guerra Civil de 1936-1977, el periodo en el que fueron asesinados material e intelectualmente millones de españoles para dejar bien claro que en España la democracia no era posible, que todo seguía tal y como estaba en 1823, cuando la Santa Alianza nos invadió para acabar con el régimen propiciado por el levantamiento del General Riego. No hay una pizca de patriotismo en su diminuta concepción de España, no hay un ápice de comprensión hacia las distintas realidades que nos componen y enriquecen como país, no existe ni una sola pincelada de liberalidad en su pensamiento que le permita atender a intereses distintos a los de la España caduca, madrastra y abusona.

Alberto Casado se educó en las faldas de José María Aznar y Esperanza Aguirre, no muy lejos de Santiago Abascal. Cursó estudios de Derecho en un centro eclesiástico muy conocido por el nombre de ICADE, pero parece ser que no le gustó la cosa y se pasó al CES Cardenal Cisneros, donde concluyó la licenciatura del modo que todos sabemos. Después de realizar varios másteres pintorescos y matricularse en una renombrada universidad norteamericana con sede parcial en Aravaca, dejó la abogacía por la política activa, en la que, aunque parezca mentira, lleva desde 2011 en que fue elegido diputado por Ávila en 2011. No hay más méritos en su magnífico currículum. Era el niño bonito, con pocas ideas, simpatiquín y obediente que necesitaba la derecha para volver a poner los diques necesarios a la consabida sovietización de España que tanto ansiamos quienes somos demócratas y antifranquistas.

España atraviesa una situación crítica aunque no incurable. Hay tratamiento y posibilidades de salir de la crisis provocada por la pandemia mejor de lo que entramos. Tenemos la mayor red de fibra óptica de Europa, la posibilidad de convertirnos en una potencia energética aprovechando lo que nos da la naturaleza pese al retraso que el impuesto de Rajoy impuso al sector, una enorme cantidad de jóvenes verdaderamente preparados en todas las ramas del conocimiento, y una diversidad histórica, geográfica y urbana incomparable que bien aprovechada volverá a atraer a un turismo cada vez más ávido de saber y disfrutar de otra forma. Pero todo esto, y mucho más, valdrá de poco si una parte de los españoles continúan votando a un partido condenado por corrupción que todavía no ha condenado ni a Franco ni a Fernando VII, que sigue aspirando a mantener un régimen de privilegios libre de impuestos y cargas sociales para los ricos y en el que el crecimiento económico y la mejora de vida de los trabajadores dependerá en exclusiva del sobrante que dilapiden las clases pudientes, que son las que de verdad saben cómo llevar las cosas de la economía. 

Casado y sus compañeros de generación pepera, temerosos de la pujanza del troglodistismo de Vox, han pergeñado una ideología en la que se mezcla la herencia del manifiesto de los Persas, el nacional-catolicismo y la Escuela de Chicago. Con esos elementos pretende hacer frente a los problemas de un país con muchos conflictos destruyéndolo, como ya hicieron sus antepasados ideológicos en muchas ocasiones pasadas. Se niega a apoyar unos presupuestos vitales para afrontar los efectos de la Pandemia y aprovechar las ayudas que vienen de Europa. También, dentro del mismo paquete, a renovar el Consejo General de Poder Judicial, Radiotelevisión Española, el Defensor del Pueblo y cualquier otro órgano que necesite de su concurso, pese a que la Constitución lo manda. Para él sólo hay un problema: Pablo Iglesias, señor que está en el Gobierno para instalar el Soviet Supremo de Galapagar. La idea es que haciendo la vida imposible al Gobierno legítimo de España obtendrá un triunfo tan rotundo que le permitirá gobernar con mayoría absoluta para concluir con éxito los procesos de desamortización y derrumbe de los servicios esenciales otrora ejemplares. No hay idea de España, no hay patriotismo, sólo intereses en la mente menuda de quienes creen que la patria es una corrida de toros, un nazareno, una virgen enjoyada y una cuenta en Suiza. Es hora ya de librarse de esta carga insoportable de siglos. Está en nuestras manos, en las de todos.                                                              

El patriotismo de Pablo Casado