sábado. 20.04.2024

El Partido Popular y la moral franquista

VIÑETA RAFA MALTES
Viñeta de Rafa Maltes.

Sabemos las causas de todo lo que está ocurriendo, pero sometidos sin cesar a la doctrina del Shock seguimos otorgando nuestra confianza mediante el voto a los causantes. Es el triunfo de la moral franquista

En Noviembre de 1963 el dirigente comunista Julián Grimau fue detenido por la Brigada Político-Social de la policía franquista. Conducido a la Dirección General de Seguridad sito en el mismo lugar donde hoy se ubica el gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid que preside Cristina Cifuentes, fue torturado hasta la extenuación y arrojado por la ventana del segundo piso a la calle. Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, compareció ante los medios advirtiendo de las maldades infinitas del dirigente comunista, del magnífico trato que le habían dispensado los torturadores y del interés de Grimau por quitarse la vida para ponerse cuanto antes al lado de Lenin en el más allá. Pese a la campaña internacional que desde muchos países de Europa y América pidió el indulto de Grimau, Franco y sus ministros decidieron fusilarlo meses después sin haberse repuesto de las tremendas heridas que le causaron las torturas y la defenestración final. El Vicepresidente Muñoz Grandes y el ministro Manuel Fraga continuaron hablando de la hidra bolchevique.

El 17 de enero de 1966, un B-52 norteamericano –el bombardero que tanto brilló en la II Guerra Mundial- perdió cuatro bombas atómicas en las inmediaciones de la localidad almeriense de Palomares. Tres bombas cayeron en tierra y una en el mar, ésta última recuperada ochenta días después por un pescador de Águilas que en adelante sería conocido como “Paco el de la Bomba”. El plutonio y otros minerales radiactivos se esparcieron por la zona y aún hoy los índices de radioactividad son mucho más altos de lo normal. Los soldados y trabajadores norteamericanos acudieron a la zona para retirar tierra y materiales peligrosos provistos de trajes aislantes, mientras los guardias civiles y los trabajadores españoles lo hicieron a pecho descubierto sin que todavía sepamos las consecuencias clínicas de aquella exposición. Meses después, Manuel Fraga y el Embajador yanqui se bañaron en las aguas de Palomares para demostrar al mundo que todo aquello había resultado de una conspiración judeo-masónica-comunista, que en Palomares y sus alrededores no pasaba nada, que el sol de España brillaba allí del mismo modo que lo hizo el 1º de abril de 1939 cuando las tropas “nacionales” alcanzaron sus últimos objetivos militares. Manuel Fraga Iribarne estuvo allí para contarlo. Como premio por su audacia y amor a la verdad, la democracia borbónica le otorgó el privilegio de fundar el partido que hoy manda –gobernar es otra cosa- en España y la presidencia de la Xunta de Galizia acompañado de cientos de gaiteros y de millones de lágrimas de emoción.

El 13 de diciembre de 1979 se produjeron en Madrid varias manifestaciones contra el Estatuto de los Trabajadores y la Ley de Autonomía Universitaria, confluyendo dos de ellas por la tarde en la Glorieta de Embajadores. La policía mató a dos manifestantes, los estudiantes José Montañés y Emilio Martínez. Esa misma noche, el ministro de Interior y antiguo nazi Ibáñez Freire dijo en la televisión que a uno de los asesinados se le había encontrado una cantidad ingente de dinero, dando a entender que era un agitador profesional llegado desde el otro lado del “Telón de Acero” para implantar el comunismo en España. Las pesquisas del juez Clemente Auger determinaron que el dinero que portaba el joven provenía de su trabajo como cobrador de la agencia Viajes Marsans y que los disparos habían sido efectuados por tres policías para los que pidió su procesamiento por homicidio. La Audiencia Provincial, formada por jueces de marcado sesgo franquista, denegó el procesamiento de los policías y archivó el caso. Ya estaba en vigor la actual Constitución, ni Manuel Fraga, ni Antonio Ibáñez Freire, ni Juan José Rosón, ni Adolfo Suárez pidieron jamás perdón por aquellos crímenes. Nadie cumplió cárcel, nadie asumió ninguna responsabilidad ni tuvo que pagar un céntimo a los familiares de las víctimas. Todo salió gratis para los ejecutores y los responsables políticos que pudieron seguir viviendo con la mayor normalidad dentro de la democracia que nos habían preparado. Así ocurrió durante todo el franquismo interminable miles y miles de veces.

El 26 de mayo de 2003, un avión Yakovlev fabricado en 1988 con miles de horas de vuelo se estrelló en Turquía causando la muerte a sesenta y dos militares españoles, doces tripulantes ucranianos y un bielorruso, siendo el accidente de aviación militar más grave de la historia de España en tiempos de paz. Además de contratar un avión inadecuado para el transporte de personas, quienes se encargaron de identificar a las víctimas bajo la supervisión del ministro de Defensa entregaron a los familiares cadáveres con tres piernas y cadáveres que no se correspondían con sus allegados dentro de uno de los episodios más sangrantes y grotescos de la brutal historia de España. Nadie, ni un solo responsable del ministerio de Defensa pidió perdón, entró en la cárcel ni tuvo que hacer frente a responsabilidades civiles, todos pudieron continuar sus vidas como si en su vida hubiesen roto un plato. Algunos, como el ministro Federico Trillo fueron premiados además con la suculenta embajada en Londres, eso sí, con el calvario que tiene que suponer para un cartagenero de pro tener que intercambiar palabras en “panocho” con sus interlocutores británicos por desconocer la lengua del país de destino.

El 3 de julio de 2006, una unidad del metro de Valencia descarrilaba en la estación de Jesús causando la muerte a cuarenta y tres personas. Según los especialistas, el accidente se pudo haber habitado si se hubiesen instalado en la línea unas balizas que apenas costaban tres mil euros para controlar la velocidad de los trenes. Como en tantas ocasiones se produjo un apagón informativo y la responsabilidad de los hechos se cargó sobre el maquinista fallecido. El Presidente de la Generalitat, Francisco Camps se negó a recibir a los familiares. Nadie, ni ese presidente, ni ninguno de sus consejeros ni ningún técnico nombrado a dedo, absolutamente nadie pidió perdón, pisó la cárcel ni tuvo que emplear su patrimonio para indemnizar a las víctimas.

El anterior accidente del petrolero Prestige que llenó de mierda y muerte la costa gallega cuando era vicepresidente del Gobierno Mariano Rajoy Brey y el posterior de la curva de Angrois en Santiago de Compostela, cuando Rajoy ya era Presidente del Gobierno, muestran una forma de hacer política que es heredera directa del franquismo y en la que no existen ni responsabilidades políticas, ni personales, ni judiciales ni civiles. Todo ocurre, como decía Pangloss en el Cándido de Voltaire, porque tiene que ocurrir, como los maremotos, los terremotos, los huracanes o la muerte natural. Estamos aquí de paso, cada día que vivimos es un regalo porque en cualquier momento la acción de los que no tienen responsabilidad sobre nada de lo que hacen nos puede costar la vida sin que a ellos les depare un rasguño.

La sociedad española viene siendo sometida desde hace años a la teoría del shock que también describió Naomi Klein. De nuevos ricos para los que todo estaba al alcance de la mano hemos pasado a parias resignados, de creer que teníamos una democracia de verdad a desconfiar de todos los políticos, de pensar que era posible un mundo más justo a asumir que el código penal se hizo para los pobres y el civil para los ricos, de creer en que las luchas sociales servían para doblegar a los poderosos a pensar que sólo cabe la salida individual por el medio o medro que sea. Hemos visto desaparecer entidades financieras otrora poderosas sin que tampoco nadie haya sido condenado o asumido responsabilidades de ningún tipo; hemos contemplado como políticos y empresarios que han cometido atrocidades han sido recompensados con suculentas puertas giratorias; hemos visto, y seguimos viendo, como los más ricos, los más sinvergüenzas, los más despiadados y mediocres siguen medrando sin que la justicia se fije en ellos mientras un porcentaje cada vez más grande de la población no tiene donde caerse muerta. Sabemos las causas de todo lo que está ocurriendo, pero sometidos sin cesar a la doctrina del Shock seguimos otorgando nuestra confianza mediante el voto a los causantes. Es el triunfo de la moral franquista.

El Partido Popular y la moral franquista