martes. 16.04.2024

Hay que pagar más impuestos directos proporcionales y progresivos

hacienda

Los impuestos directos proporcionales y progresivos nacieron como un instrumento para redistribuir la riqueza y sostener los bienes y servicios que son vitales para llevar una vida medianamente digna

Desde hace treinta años proferir una afirmación de este cariz no puede más que crearte problemas. Los impuestos, sobre todo sin son directos, se han convertido en el centro de los ataques de los defensores de la economía ultraliberal puesto que, según ellos, interrumpen el normal desenvolvimiento de los mercados y atentan contra la libertad de los ricos de gastarse el dinero dónde y cómo les dé la gana. Aunque parezca mentira, estas teorías medievales han calado mucho en la sociedad mundial y hoy son muchísimos los trabajadores que muestran airadamente su repulsa contra los impuestos directos mientras callan con otros absolutamente injustos y regresivos como el IVA, que en principio quiso ser un impuesto sobre el valor añadido, es decir sobre la diferencia que hay entre el precio de un determinado producto en origen y el que tiene cuando se vende directamente al consumidor, pero que se ha convertido en una especie de alcabala, de impuesto feudal que pagamos todos por igual independientemente de nuestro nivel de renta. Está clara, pues, la injusticia flagrante de un impuesto que graba el consumo de energía eléctrica un 21%, lo que para una economía familiar media o baja es una sangría mientras que para otra alta o rica no pasa de ser una anécdota. Del mismo modo que es bastante obvio el triunfo de la manipulación capitalista sobre las conciencias de las clases trabajadores de rentas no astronómicas, captadas por la propaganda para su causa: Hoy no es difícil oír a un trabajador del comercio, la banca, la escuela, la tierra o la industria afirmar, sin ningún rubor, su preferencia por la supresión de los impuestos directos, dado que con el remanente que le quedaría sabría buscarse después la vida para las cosas de la Sanidad, la Educación o la Vejez, cayendo en una falacia de tal envergadura que se desmonta con solo echar un vistazo a lo que sucede en Estados Unidos, donde la mayoría de las familias se pasan la vida trabajando de sol a sol para pagar los créditos de la casa, los estudios y la enfermedad. Eso sí, pagan menos impuestos y los que pagan los dedican a sembrar el mundo de guerras.

En una sociedad decepcionada de la política, visceralmente insolidaria, poco interesada por las desgracias y necesidades de los demás y con una presencia notable de individuos y familias con moral y apetencias de nuevos ricos, nada puede extrañar. La degradación constante de las condiciones laborales, el mal uso que en muchos casos han hecho de los dineros públicos gobiernos y empresas y la desregulación que en muchos ámbitos vitales ha traído la globalización descontrolada, han hecho creer a muchos explotados que sus intereses coinciden con los de sus explotadores.

Sin embargo, los impuestos directos proporcionales y progresivos nacieron como un instrumento para redistribuir la riqueza y sostener los bienes y servicios que son vitales para llevar una vida medianamente digna, servicios que, en la mayoría de los casos, no son rentables y que sólo son posibles para todos por la intervención del Estado que, también entre todos, ayudamos a sostener: Hospitales, Escuelas, Universidades, pensiones, parques, regeneración arbórea, asistencia social, reconstrucción del Patrimonio monumental, grandes infraestructuras, etc. Todo el mundo sabe que nadie acudiría a la privatización de un hospital, un servicio de aguas o una universidad si no tuviese la garantía del Estado, es decir si no fuese el Estado quien paga al particular por cama o por alumno atendido asegurándole al agraciado pingües beneficios. Pese a ello, hemos dado por asumido que alguien -normalmente personas o corporaciones muy ricas- pueden enriquecerse más todavía a costa de nuestra salud, educación, enfermedad, vejez o sed; que alguien se puede quedar con la explotación de una autopista estatal el tiempo que le dé la gana mientras que le sea rentable y devolverla, previa indemnización con cargo al Erario, al Estado en las condiciones que le dé la gana; que es necesario que las universidades se busquen la financiación como puedan -y así nos va con los títulos que emiten algunos institutos universitarios y muchas universidades privadas- porque así lo han decidido quienes administran la Hacienda Pública; que se conceda la gestión de pabellones deportivos, parques, servicios de limpieza, piscinas, comedores, lavanderías a empresas que se han formado al efecto con el único objetivo de forrarse cuando esa gestión la llevaban perfectamente y por mucho menos dinero -hay que restar el beneficio del empresario favorecido- los trabajadores públicos que con anterioridad se encargaban de ella.

Si queremos saber de verdad porque es necesario que paguemos más impuestos directos, tendremos que quitarnos las legañas de los ojos, la cera de los oídos y la manteca del cerebro. Basta con mirar a los países más desarrollados y justos del mundo para comprender -pese a la ola individualista y fascistoide que recorre Europa- que cuando una sociedad quiere progresar de verdad y vivir con niveles de justicia aceptables es necesario comprometerse con el Erario, pagar impuestos y emplearlos en el bien del común. La presión fiscal media en España es del 34% mientras que en los países más desarrollados, justos y envidiados de Europa -países con un nivel de renta y de servicios mucho mayores y mejores que los de aquí- supera el 43%. En esa situación están Dinamarca, Austria, Francia, Bélgica, Finlandia, Islandia, Suecia y tres o cuatro puntos por encima de nosotros el resto de los países europeos, incluso la muy rica Alemania tiene una presión fiscal siete puntos superior a la de España, quedando sólo por debajo Suiza porque es un paraíso fiscal y básicamente vive de ello.

Pues bien, si queremos tener una educación magnífica, una sanidad de primer orden, unas pensiones decentes, una justicia ecuánime, viviendas para todos, unos pueblos cuidados o asistencia adecuada a nuestros mayores y enfermos, si es eso de verdad lo que nos mueve como comunidad, no nos queda más remedio que combatir el fraude fiscal, emplear en dinero público eficazmente y pagar más impuestos directos porque sólo de ese modo lograremos tener el grado de bienestar que tienen los países antes enumerados. Ahora, si lo que nos apetece es ver languidecer los servicios públicos que nos han hecho ser uno de los países del mundo con más esperanza de vida, contemplar como mueren de inanición para pasar a manos privadas bajo el paraguas del Estado, si lo que queremos es parecernos cada día más a Marruecos, Egipto o Bulgaria, entonces sigamos por el camino que vamos, permitamos que nuestras universidades sean regidas por curas, que nuestros viejos vivan en la más estricta y miserable soledad, que los más desaprensivos e inmorales manejen los dineros de todos; admiremos cómo se desmoronan nuestras viejas ciudades y dejemos que la ciencia huya de nuestro país como si estuviésemos apestados. Es la forma más rápida de bajar a los infiernos, de pasar a engrosar la lista larguísima de países que se devoran a sí mismos.

Hay que pagar más impuestos directos proporcionales y progresivos